Era un ninja.
A veces se le olvidaba lo que es serlo, lo que conlleva. Para sobrevivir a su propia realidad, Naruto ha aprendido a soñar, a vivir para esos momentos cortitos, esas semanas sin misiones, esos días de descanso. Esos días, son la vida. Las misiones, solo son un mal sueño.
Antes había un por qué entrenar, antes había un Sasuke al cual salvar. Ahora, una misión le parecía eterna, desgarradora cuando se anteponían créditos y garantías de total exterminio. Naruto no asesina a nadie. De hecho, él solo los encuentra, pero cree, en sus adentros, que es peor que hacerlo.
Se negó a ser hokage. ¿La razón? No la recuerda, quizá no tiene una concreta, hay cosas que simplemente no se dan, es como una sensación de malestar que le entra cuando alguien le habla acerca de ser un líder y elegir a quiénes cuidar, cuando le piden ser una imagen que no puede dar ya si para eso debe dejar de estar con cierta persona. Naruto quería salvar al mundo. No solo a una aldea. Ser el líder implica escoger la aldea mil veces. Era doloroso, tanto, que Sasuke le dijo que dejara de elegir, que lo eligiera a él y ya.
Por eso, a veces se le olvidaba lo que es ser ninja. Hace las cosas por inercia, ya casi no ve a nadie a los ojos, lee, acata y luego cobra y se va. Es triste. Su vida es triste en esos momentos.
Está desequilibrado.
Llega a la aldea con sudor y sangre ajena, con los pies adoloridos porque cuando algo es obligado, todo pesa más, pesa hasta su protector ninja, pesa la máscara que a veces debe usar y le parece una estupidez, le pesa esa voz en su cabeza que le dice que todo esto está mal. Vaya, en resumen, Naruto era un ninja, un ninja de verdad ahora.
Sin ilusiones, sin ideas falsas, con un camino gris pasado y futuro.
Llegar a la vivienda que lo acoge es una odisea mental, su cuerpo se mueve con velocidad y en su cabeza un llanto lo consume, un llanto que no sale más allá de una mueca de dolor que no oculta incluso cuando entra a la casa. No hace ruido, es de noche, hay un rastro de humanidad ahí. Son las reglas, son las reglas invisibles que se crearon para formar un hogar.
Se talla la nariz y sabe que se ha quitado lodo; un hombre le ha dado una buena patada, le abrió la piel del puente nasal, sangra, se huele. Su sangre huele extraña, siempre ha sido así, él lo amerita al zorro dormilón que espera inerte a ser explotado en su interior...
... quizá es el ramen, que ha suplantado su sangre por caldo. Intenta reír con eso, no puede.
Se pasa ambas manos aun enguantadas por la nariz, saca todo al sonarse y se desnuda rendido. Todo está tan oscuro, las cortinas están corridas, la luna no puede contra la tela lisa y gruesa que cubre el cristal. Su cabello sigue mojado de sudor y tiene algo pegajoso en el codo.
Se tumba en la cama, se queja, su boca tiembla pero no quiere llorar, es un ninja, no lloran los ninjas. Se gira y su nariz roza algo suave, delicioso. Es olor a hierba, a jabón y... sí... ahí está... ese genuino olor a sudor de Sasuke.
Escucha un respingo, es solo su saludo, así es como se comunican en esas noches. Naruto ya ha cerrado los ojos, no quiere ni cubrirse con la sábana, solo quiere mantener pegada la cara al cabello oscuro del joven que duerme a su lado. Le da fuerzas, le da esperanza, quizá solo calma. Es un trago de agua en el infierno. Su nariz calienta poco a poco con sus suspiros dolientes el cuero cabelludo tupido de cabellitos finos, delgados y ébanos.
En la mañana, abrirá los ojos y seguirá con el cabello cerca y verá la luz del sol. En la mañana, será su día de descanso y sonreirán ambos, comerán y jugarán y quizá beberán algo. Naruto mirará su mano tersa y la tomará unos segundos mientras se recuestan y observan el techo, aburridos, juntos; se imaginará entonces que no es un ninja y que puede quedarse con el aroma de Sasuke en su nariz, que ningún rastro de sangre, lodo, lluvia ni hierba manchada del bosque lo superará.
"Mañana", se promete y con ruidosa satisfacción, inhala.