Capítulo 10: Suplicio

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—Mamá, iré a guardar mis cosas—avisó.

—Goku—la mujer lucía apenada, su tristeza ya no la ocultaba, quedó completamente al descubierto respecto a sus emociones desde meses atrás, más específicamente desde el día que la visita de la policía se dio—. Perdón por obligarte a mudarnos otra vez.

—No importa, mamá—la miró. En esta ocasión ya no se molestó en forzar una sonrisa para tranquilizarla, sino que sólo la veía de forma desinteresada.

El Son se metió en su nueva habitación, viéndola muy distinta a la anterior y principalmente de su verdadero hogar. Sacó todas sus pertenencias y las organizó, se asomó por la ventana y notó que su única vista era hacia un callejón donde sólo había contenedores de basura pertenecientes al restaurante de al lado.

Se recargó en el marco y miró al cielo, contaminado y lleno de cables que partían de los múltiples postes de luz que había en esa ciudad muy poblada. Hizo su cuerpo hacia afuera para asomarse y ver a lo lejos un pequeño bosquecito. Su nuevo departamento estaba a las orillas de la ciudad, por lo que era ligeramente menos concurrida la zona.

Volvió a entrar y bajó el cristal. Tomó la gorra que en algún momento perteneció a su hermano mayor y salió de su alcoba. La mujer estaba revisando el correo y tenía muchos recibos sobre la mesa del comedor. Se asomó por la puerta esperando que se percatara de su presencia y volteara.

—Mamá, saldré por ahí...—ella asintió lentamente sin quitarle la mirada, por lo que Goku la dejó sola.

Gine se había mentalizado con la idea de que su hijo diariamente vivía una batalla contra el mundo entero y contra sí mismo. Se había esmerado tanto en alejarlo de cualquier objeto con el que pudiera herirse, y estaba tan obstinada en eso que dejó de prestarle atención al verdadero detalle importante: su hijo la necesitaba.

Goku necesitaba a su mamá consigo, apoyándolo como antes. Pero no, ella se había alejado por el trabajo, y cuando tenía la oportunidad de estar con él sólo se enfocaba en pedirle que dejara de lastimarse, cuando lo que debía hacer era darle un motivo para que saliera adelante. Y ahora su pequeño ya no la necesitaba, por más que quisiera ya no formaba parte de los pensamientos del menor.

El pequeño ya había pasado a la etapa donde se sentía abandonado por todos. Tristemente ya no podía remediar la situación, había permanecido tan distante que era casi imposible que se pudiera acercar ahora. Y claro que le dolía, tenía miedo de perderlo, de que su dolor fuera tan grande que dejara de luchar y acabara con todo de raíz.

¿Cuántas batallas más podría luchar por él? Sentía que ninguna más. Y no porque no quisiera, estaba completamente dispuesta a hacer lo que fuera necesario con tal de que el menor pudiera mostrar una vez más una sonrisa sincera. Pero el Son se enfrascó tanto en su soledad que no dejaba que ella se acercara a rescatarlo.

Lo peor de todo era que ese tipo de emociones le eran provocadas por las cosas que conoció y le tocó presenciar. Pero sabía perfectamente que era una minoría: su hijo le ha ocultado por cosas durante ya dos años, y de sólo imaginarlas se quedaba atónita. No obstante, la realidad seguramente era más aterradora que su imaginación.

***

—Buenas tardes—saludó en voz baja adentrándose al local, al abrir la puerta sonó una campanilla plateada. El anciano del establecimiento dejo su periódico a un lado para mirar al joven, acomodó sus gafas y le dedicó una sonrisa.

—¿En qué puedo ayudarte?—el Son miró hacia todos lados, dándose cuenta de que completamente solo.

—Un corte de cabello—el hombre le hizo una seña para que se sentara en la silla frente al espejo.

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