Capítulo 5: Desafíos de la vida

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Una nueva mañana llegó, el cielo seguía algo oscurecido a causa de las aborregadas nubes grisáceas que adornaban allá arriba. Goku, sin muchos ánimos, se levantó y tomó una ducha. Seguía pensando en su deseo de media noche: esa persona con quien pudiera ser feliz.

Soltó un suspiro, notando que se estaba dejando llevar por la ensoñación otra vez. Pero, ¿acaso tenía algo de malo soñar? Bueno, tal vez cinco minutitos no hacían daño. Pensó en esa persona, se supone que alguien estaba destinado a entrar en su vida, ¿pero quién? ¿Sería chico o chica?, ¿sería ahora o en un futuro?

Añoraba que fuera pronto, ahora más que nunca necesitaba de alguien que estuviera apoyándolo, así como lo hacían sus amigos antes del incidente. Una persona, un amigo, es lo único que necesitaba en esos momentos.

Terminó de ducharse y salió del baño. Se vistió y colocó correctamente su uniforme, anudó la corbata viéndose al espejo. Suspiró al recordar el día en que su padre le había enseñado a anudar correctamente la corbata. En ese momento jamás pudo haber pasado por su mente que todo lo ocurrido pudiera ser posible.

Tomó aire y forzó una sonrisa, tenía que ser fuerte, por su mamá y por él. Además, ¿qué más podría pasar? Las cosas no podrían empeorar, ¿o sí?

—Hijo, ¿seguro que quieres seguir yendo a la escuela?—preguntó su madre cuando el menor entró a la cocina. El de cabellera alborotada asintió débilmente, tomó asiento frente a la mesa y miró el desayuno que su madre le sirvió. Huevo frito, tocino y un vaso con jugo de naranja recién hecho.

Se notaba el amor y esmero con el que la mujer había preparado su desayuno, le agradeció y se dispuso a degustarlo, con calma aprovechando el tiempo de sobra que tenía antes de su primera clase. La mujer se sentó frente a él, para almorzar ella también. A simple vista parecía una familia normal.

Ambos ocultaban perfectamente su dolor para que el contrario no se preocupara, aquellas sonrisas que se asomaban por sus rostros eran fidedignas, lograban engañar a la perfección. A pesar de que sus almas estaban agotadas, y de que su cuerpo pedía a gritos dejar salir todo ese dolor, aparentaban no tener nada de qué preocuparse.

—Muchas gracias, mamá—besó a la mujer en la mejilla y se colgó su mochila—. Nos vemos más tarde.

—¿No quieres que te lleve?—preguntó con esa voz tan dulce que sólo una madre amorosa tiene.

—No, caminaré. Recuerda que siempre me ha gustado ejercitarme por las mañanas.

—Oh, cierto... Bueno, ten cuidado, Goku.

—Lo tendré, mamá. Adiós.

Cuando el menor terminó de despedirse, salió de la casa y caminó por la acera, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y miró al suelo. Sonrió al recordar cuando era un niño muy hiperactivo, y que jugaba muy seguido a caminar sin pisar las líneas.

La sonrisa nostálgica no tardó en desaparecer, tenía todo para ser feliz y ahora tenía que afrontar las consecuencias de sus actos. Levantó la mirada y divisó la escuela, había un grupo de chicas entrando mientras conversaban animadamente, además de otros que entraban corriendo. Incluso había quienes ya habían entrado pero salían rápidamente para fugarse.

Se adentró, y como los días anteriores, notó que había quienes volteaban a verlo y cuchicheaban a sus espaldas. Decidió ignorarlo, si quería mejorar su situación primero debía mejorar su actitud, así que mostró una sonrisa algo tímida y entró a su salón de clases.

—¡Ouch!—se quejó al golpearse contra la puerta luego de que un chico, aparentemente compañero suyo, entró rápidamente empujándolo en el trayecto. Aquel muchacho ni siquiera se disculpó, sólo lo vio y siguió su camino.

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