Una Simple Casualidad
"La casualidad es la manera que tiene Dios de mantenerse en el anonimato". -Albert Einstein.
Emma
- ¿Mi Salvador? -Le pregunté. Acto seguido, le quité el seguro al arma. - Déjate de bromas, dime quién eres, o una bala irá a parar directo a tu cráneo. - Le amenacé. Mi hombro me dolía mucho, y a pesar de que no tenía muchas fuerzas, no quería a un extraño en mi casa.
- Soy Sebastián. -Respondió él. - ¿No me recuerdas? No sé, ¿Te sonará que soy aquel chico al que salvaste mandando a volar a 12 soldados? -Preguntó, manteniendo su extraña sonrisa. Sin embargo, en ese instante recordé lo sucedido: El extravío de Nevado, mi búsqueda, y, sobre todo, cómo había salvado al chico y a Nevado junto a él.
- Entonces tu salvadora soy yo. - Le respondí, sin quitarle el arma de su cara.
- Cierto. -Dijo él. -Pero luego de que te hirieran y te desmayaras... -Dijo, señalándome el hombro vendado. -... tuve que hacer lo imposible por mantenerte viva, y eso incluye curarte la herida y jugarme la vida buscando un antibiótico intravenoso que, por cierto, ya tienes en tu torrente sanguíneo. También curé a tu perro, limpié tu casa y marqué el día de ayer en tu calendario. -Expresó, mientras contaba con los dedos. -De nada. -Concluyó.
En ese instante, visualicé mis brazos y vi los orificios de las inyecciones. También vi a mi alrededor y, efectivamente, la casa estaba completamente limpia, por lo que la única cosa que no había evidenciado de lo que él había dicho era a Nevado.
- ¿Dónde está mi perro? -Pregunté, bajando el arma. Tal vez fui muy agresiva con él.
- ¿Nevado? No sé. ¿Buscaste en la Cocina? Le dejé un poco de comida. -Afirmó, sin levantarse del sillón. Él conocía el nombre de mi perro, supongo que, por su dije, además, para darle comida a mi perro tuvo que abrir mi despensa, así que se conoce mi casa muy bien. Eso no me gustó.
- ¿Cómo entraste a mi despensa? - Pregunté, volviendo a levantar el arma. Él, por su parte, elevó los brazos y los volvió a bajar, en señal de fastidio.
- Ya deja de apuntarme con tu arma. -Dijo él. -Si te hubiese querido asesinar, lo fuese hecho hace mucho, y créeme, me fuese ahorrado muchas molestias. - Afirmó, colocándose un poco serio. Volví a bajar el arma, pues tenía razón. -Te recuerdo que tenías las llaves de la casa en tus manos cuando te desmayaste. -Empezó a explicar. -Así que de ahí saqué las llaves. En cuanto a tu despensa, la descubrí cuando revolví la casa en busca de implementos para salvarte la vida. -Dijo, haciendo énfasis en la parte de "Salvarte la vida". Se notaba que había hecho mucho por mí. -Tranquila, solamente revisé el cuarto que estaba marcado con una estrella con las letras "EM", de donde saqué esas sábanas. -Dijo, señalando unas sábanas que estaban dobladas en el suelo. -También revisé el cuarto de al lado, donde vi tu calendario. El otro cuarto nunca abrió, así que fui directo a la cocina, donde me encontré con la despensa.
- Tranquilo. -Tuve que decirle, pues estaba explicando exactamente todo lo que había hecho como para que no le reclamara algo luego. -Te agradezco todo lo que hiciste.
- De nada. -Dijo él, sonriendo. En ese instante, lo detallé bien: Cargaba una ropa de tonalidades oscuras, que iban a juego con su cabello. Sus ojos, en cambio, eran marrones claros, y su piel era blanca. Se veía un buen muchacho.
Me di la vuelta y me asomé a la cocina, lugar donde estaba Nevado comiendo. Tenía una venda en su costado constatando, una vez más, que lo que había dicho Sebastián era cierto. Me acerqué a mi mascota y lo acaricié, a lo que él respondió lamiéndome la mano. Estaba feliz por verme de pie, de eso no había duda.
ESTÁS LEYENDO
En la Sombra de los Soldados
Teen FictionEn una tarde soleada, la vida del joven Sebastian toma un giro inesperado cuando un grupo de Soldados desconocidos irrumpen en su vecindario y asesinan a todos lo que se hallaban en él. Sus padres no logran sobrevivir, pero Sebastian sí, por lo que...