Capítulo XIII

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Una Simple Casualidad

"La casualidad es la manera que tiene Dios de mantenerse en el anonimato". -Albert Einstein.

Emma

- ¿Mi Salvador? -Le pregunté. Acto seguido, le quité el seguro al arma. - Déjate de bromas, dime quién eres, o una bala irá a parar directo a tu cráneo. - Le amenacé. Mi hombro me dolía mucho, y a pesar de que no tenía muchas fuerzas, no quería a un extraño en mi casa.

- Soy Sebastián. -Respondió él. - ¿No me recuerdas? No sé, ¿Te sonará que soy aquel chico al que salvaste mandando a volar a 12 soldados? -Preguntó, manteniendo su extraña sonrisa. Sin embargo, en ese instante recordé lo sucedido: El extravío de Nevado, mi búsqueda, y, sobre todo, cómo había salvado al chico y a Nevado junto a él.

- Entonces tu salvadora soy yo. - Le respondí, sin quitarle el arma de su cara.

- Cierto. -Dijo él. -Pero luego de que te hirieran y te desmayaras... -Dijo, señalándome el hombro vendado. -... tuve que hacer lo imposible por mantenerte viva, y eso incluye curarte la herida y jugarme la vida buscando un antibiótico intravenoso que, por cierto, ya tienes en tu torrente sanguíneo. También curé a tu perro, limpié tu casa y marqué el día de ayer en tu calendario. -Expresó, mientras contaba con los dedos. -De nada. -Concluyó.

     En ese instante, visualicé mis brazos y vi los orificios de las inyecciones. También vi a mi alrededor y, efectivamente, la casa estaba completamente limpia, por lo que la única cosa que no había evidenciado de lo que él había dicho era a Nevado.

- ¿Dónde está mi perro? -Pregunté, bajando el arma. Tal vez fui muy agresiva con él.

- ¿Nevado? No sé. ¿Buscaste en la Cocina? Le dejé un poco de comida. -Afirmó, sin levantarse del sillón. Él conocía el nombre de mi perro, supongo que, por su dije, además, para darle comida a mi perro tuvo que abrir mi despensa, así que se conoce mi casa muy bien. Eso no me gustó.

- ¿Cómo entraste a mi despensa? - Pregunté, volviendo a levantar el arma. Él, por su parte, elevó los brazos y los volvió a bajar, en señal de fastidio.

- Ya deja de apuntarme con tu arma. -Dijo él. -Si te hubiese querido asesinar, lo fuese hecho hace mucho, y créeme, me fuese ahorrado muchas molestias. - Afirmó, colocándose un poco serio. Volví a bajar el arma, pues tenía razón. -Te recuerdo que tenías las llaves de la casa en tus manos cuando te desmayaste. -Empezó a explicar. -Así que de ahí saqué las llaves. En cuanto a tu despensa, la descubrí cuando revolví la casa en busca de implementos para salvarte la vida. -Dijo, haciendo énfasis en la parte de "Salvarte la vida". Se notaba que había hecho mucho por mí. -Tranquila, solamente revisé el cuarto que estaba marcado con una estrella con las letras "EM", de donde saqué esas sábanas. -Dijo, señalando unas sábanas que estaban dobladas en el suelo. -También revisé el cuarto de al lado, donde vi tu calendario. El otro cuarto nunca abrió, así que fui directo a la cocina, donde me encontré con la despensa.

- Tranquilo. -Tuve que decirle, pues estaba explicando exactamente todo lo que había hecho como para que no le reclamara algo luego. -Te agradezco todo lo que hiciste.

- De nada. -Dijo él, sonriendo. En ese instante, lo detallé bien: Cargaba una ropa de tonalidades oscuras, que iban a juego con su cabello. Sus ojos, en cambio, eran marrones claros, y su piel era blanca. Se veía un buen muchacho.

     Me di la vuelta y me asomé a la cocina, lugar donde estaba Nevado comiendo. Tenía una venda en su costado constatando, una vez más, que lo que había dicho Sebastián era cierto. Me acerqué a mi mascota y lo acaricié, a lo que él respondió lamiéndome la mano. Estaba feliz por verme de pie, de eso no había duda.

En la Sombra de los SoldadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora