Capítulo II

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La Locura de la Desesperación

"Tememos que nos maten, pero es mucho peor que nos destruyan". - John Katzebach.

     Luego de la muerte de mis padres, abandoné mi casa de inmediato. Tomé la decisión provisional de que mientras ideaba un mejor plan, iría de casa en casa consumiendo la comida que allí estuviese; lo que nunca pensé era que esa idea "provisional" se iba a mantener hasta la fecha ya que, hasta cierto punto, me había resultado. Luego de acostumbrarme a los cadáveres y al olor de putrefacción, iba entrando y saliendo de las casas como si nada hubiese pasado. 

     A los "Soldados", como los había llamado yo, se les veía cada cierto tiempo, y no tardé en descifrar un patrón: Ellos salían cada dos días. Dicha observación facilitó saber qué días podía salir a buscar una nueva casa donde quedarme cuando la comida se me acabase, sin embargo, desde un tiempo para acá, se me ha hecho más difícil encontrar comida, pues las casas en las que entro ya han sido vaciadas por alguien más. Hoy, a pesar de que es un día de caza, tengo la necesidad de salir a buscar comida, a todo riesgo, pues ya llevo tres días seguidos sin ingerir ningún tipo de alimento.

     Resolví salir temprano, pues el cielo estaba nublado y temía que me agarrase la lluvia estando fuera de una casa donde hubiese comida. El clima, que debatía entre el frío y el calor, creaba el ambiente perfecto para ir enérgicamente de casa en casa. De vez en cuando surcaban las calles algunas patrullas, pero eso no significaba problema alguno pues desde aquel sombrío día he aprendido algunos trucos para esconderme.

     Empero, con el paso del tiempo, empecé a notar que mi exhaustiva búsqueda no estaba dando frutos: Ya era medio día y aun no conseguía alimentos. Decidí que buscaría en algunas casas más antes de quedarme en una, tenga o no tenga comida, pues la lluvia estaba por caer. Visité furtivamente unas viviendas, y cuando ya estaba por rendirme, mi fortuna me sonrió, o al menos eso pensé: Había encontrado comida. No era mucha, pero si era suficiente como para sobrevivir unos días. Repasé rápidamente los alimentos con los que disponía, y una vez decidido cuál era el que iba a consumir, me senté en la mesa a comer. Era la comida más rica que había comido en meses, o al menos el hambre me hacía sentirlo así. 

     Tal vez si no hubiese estado tan hambriento fuese esperado un día más y no habría entrado en esa casa. Posiblemente, si no hubiese estado tan desesperado, habría tenido la precaución de revisar la vivienda antes de sentarme a comer. Quizás, si la felicidad no hubiese sesgado mis sentidos, hubiese escuchado al sujeto que se acercaba lentamente a mí. Definitivamente, la felicidad y la desesperación son dos caras de una misma moneda, ya que pueden nublar de la misma forma la mente de los humanos.

*****

     Sentía la cabeza pesada, como si me estuviese despertando de un mal sueño. Mientras abría los ojos, iba surgiendo en mí un dolor punzante en la parte posterior de mi cabeza, lo cual me hizo recordar lo que había pasado: Mientras comía, alguien me había golpeado por detrás.

     Al despertar por completo, lo primero que noté era que estaba amarrado a una silla, sin camisa, y con la boca tapada. Subí la mirada y tuve una visión más clara del lugar donde me encontraba: Era una habitación que en su mayoría estaba oscura, pues lo único que le daba iluminación era un bombillo que pendía del techo. Dispuestas aleatoriamente, había algunas mesas con bandejas encima de ellas, las cuales contenían una serie de herramientas muy poco alentadoras: Cuchillos de diferentes tamaños, formas y colores, además de punzones, trinchetes y pare de contar, pero eso no era lo más inquietante. 

     Al lado de la puerta, se hallaba una silla con el cadáver de una niña sentado en ella. El cuerpo se hallaba en estado de putrefacción, y, a pesar de la distancia que teníamos, pude notar que en su frente había un orificio que seguramente causó una bala. Ella se hallaba perfectamente sentada, con los brazos sobre sus piernas y su pelo castaño muy bien peinado, en clinejas. Si no fuese por su cara, la cual pareciera caerse a pedazos, y las moscas que alrededor de ella rondaban, hubiese pensado que era una niña normal. Definitivamente, parecía una escena sacada de una película de terror, algo en que, lamentablemente, se convertiría tiempo después.

En la Sombra de los SoldadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora