Capítulo XXIX

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Promesa

"A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd". - Alphonse de Lamartine

     Muchas personas afirman que, además de nuestro cuerpo físico, también poseemos un cuerpo espiritual, un alma, que es netamente inmortal y que está cargada de sabiduría. Otros, por el contrario, catalogan esta idea como simple "Fanatismo" a diferentes religiones o, incluso, llegan a tildar al alma como una idea que se ha difundido más de lo debido. Ambos ideales tienen su lógica y fundamento, sin embargo, yo creo fervientemente en que cada uno de nosotros tenemos un alma pues, en el día de hoy, sentí cómo sufría.

     Al descubrir y aceptar la muerte de Em, se estableció en mi cuerpo un tipo de dolor único, completamente alejado al dolor físico o, incluso, emocional. Era un dolor incisivo, punzante y quemante a la vez, un dolor sublime e incontrolable, que consumía cada parte de tu ser hasta dominarte por completo, y es este tipo de dolor el que te hace pensar que el alma si existe, pues sientes como sufre. Sientes como ese ser inmaterial se retuerce en tu interior, queriendo hacer algo por cambiar las cosas aunque sea imposible hacerlo; es como un alter ego, una pequeña parte de nosotros que, al igual que tu, sufre el dolor de la perdida.

     Así pues, lo que hace peculiar este tipo de dolor es su procedencia: No es un dolor físico, y no es del todo emocional; es un dolor que va más allá, y lo único que puede hacer trascender al dolor es el arrepentimiento. Ese sentimiento el cual despierta en ti el deseo de devolver el tiempo y de cambiar las cosas, de que todo fuese sido diferente; de dedicar un poco más de tiempo a esa persona que hoy ya no está, y que es gracias a su ausencia por lo que ahora empiezas a valorar cuando estaba presente, los momentos compartidos y vividos, esos recuerdos que, como todo en la vida, jamas volverán.

     De esta forma, lo único en este mundo que puede despertar un dolor en el alma es el arrepentimiento mismo, algo que llegué a sentir estando sentado, abrazando el cuerpo inerte de Emma entre mis brazos.

- Si hubiese preguntado por tus secretos, tal vez me fueses dicho algo... -Le susurré en el oído, mientras soltaba algunas escazas lágrimas pues, luego de tanto llorar, llega un momento en que ya no tienes nada más para dar. - Tal vez hoy fuese sido todo diferente... -Seguí diciendo, mientras sentía en mi interior el dolor del arrepentimiento.

     Emma fue, sin duda alguna, una mujer enigmática, pues los secretos que tenían eran tales que lograron separarnos y, ahora estando ella muerta, no nos podremos volver a juntar nunca más. Sin embargo, dejando de lado sus secretos y traiciones, Emma fue una gran persona, quien llegó a salvarme en más de una oportunidad y se encargó de regalarme algo por lo cual luchar. Eran momentos, pues, los que hacían la diferencia con ella, como leer en las noches, desayunar juntos, salir a buscar comida, cuidar a Nevado... En sí, fueron muchos los recuerdos que tengo de ella, los cuales, ahora como los de mis padres, se hallaban empapados de nostalgia y tristeza.

     No se cuanto tiempo duré allí, abrazandola, ni tampoco sé cuantas oraciones más le susurré al oído; no puedo decir cuantas caricias les di a la mejilla de Emma, o al pelaje de Nevado, sin embargo, lo que si puedo afirmar es lo que me impulsó a pararme de allí. En cierto momento, cuando la vela se hallaba casi consumida, y siendo ella la única fuente de luz pues ya había caído la noche, pude visualizar una vez más aquella palabra dejada por Emma

- Encuentrala. -Leí en mi mente. Esa palabra me hizo salir, poco a poco, del abismo en el que había caído, por lo que empecé a recuperar un poco la consciencia. -¿Que querías que encontrara? -Pregunté para mis adentros, mientras le dedicaba una mirada más a Em.

     Lentamente, me alejé de ella, sintiendo cómo se desunían nuestras pieles. Intenté colocarme de pie, pero al hacerlo volví a caer al suelo.

En la Sombra de los SoldadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora