Capítulo Uno: Vida

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La mansión Uchiha era una enorme casa japonesa tradicional. Estaba ubicada detrás del monte Mitake, donde las más hermosas casas tradicionales se escondían, y era el hogar de todos los miembros de su familia. Actualmente, el núcleo líder del hogar estaba formado por Sasuke como el cabecilla, mientras Fugaku era su segundo al mando e Itachi el siguiente, llevando más funciones de protección para su hermano que cualquier otra cosa. La madre del heredero era Mikoto, una mujer que coordinaba todas las actividades del clan con una maravillosa habilidad y siendo apoyada por el nuevo miembro de la familia: el mayor de sus hijos se había casado recientemente con una mujer de nombre Izumi, quien fue guiada en cuanto a las tradiciones y costumbres de la familia para que entendiera el porqué de la supremacía que poseía un chico tan joven, y así se unió de forma obediente al culto. De algún modo, las tradiciones griegas se perdieron mientras se fusionaban con la cultura japonesa y, para el placer de Hades, eso parecía particularmente cómodo. Sabía que recientemente se había reconocido la religión helenista, pero no era más que un teatro, mala imitación de lo que solían ser los tributos, inclinado tan solo a brindar atención a unos cuantos Dioses Olímpicos, sin recordar que las grandes hazañas eran logradas por otros mucho más importantes y menospreciados. Sí... el Rey del Inframundo terminó dándole la espalda a sus orígenes, abrazando abiertamente una cultura que resultaba fascinante a sus ojos, mientras miraba a las damas andar en yukatas elegantes por la casa, incluso a su progenitor, aunque los varones más jóvenes no tendían a seguir esa costumbre.

Tras pasar dos años él tenía tantas ocupaciones como siempre. Sin embargo, desde que el mes de marzo comenzó pudo notársele un poco intranquilo con sus pensamientos. Mientras usualmente él trabajaba en alguna de las oficinas de la ciudad, en esta ocasión tomó la inusual decisión de trabajar en casa y, para llevarlo aún más lejos, también prefirió que instalaran su oficina en una de las salas de la planta baja de su hogar. Por lo general todo el primer piso llevaba una decoración tradicional, mientras los dormitorios se habían adecuado a un estilo un poco más occidental por comodidad, algo que también sucedía con los que eran los estudios de trabajo, pero ahora él había tenido un capricho: su escritorio, incluyendo todo lo que este requería, fue trasladado junto a su silla y demás objetos electrónicos al washitsu principal de la mansión, una habitación tradicional que solían usar para reuniones del clan por su gran tamaño. Había otras habitaciones como esta, pero más pequeñas, donde podían recibirse visitas. Sin embargo, a pesar de que la mitad de estas daban hacia el jardín, este washitsu era el que tenía la vista más amplia, pues uno alcanzaba a vislumbrar no solo el pequeño estanque, sino los árboles frondosos que se alzaban a los extremos más distantes para no saturar la imagen, la vegetación que su madre había cuidado con gran esmero, el puentecito que saltaba para llevar a la casita de té, la lámpara de piedra, entre otros elementos que habían sido meticulosamente seleccionados. Bastaba abrir las puertas fusuma que daban al patio para que la ventilación resultara ideal, con ese aroma de frescura digno de la temporada y el paisaje de vida asomándose en todas partes. No había forma de cuestionar que la primavera había llegado a Japón, y él se decidió a aprovecharse de la situación para buscar la calma que había perdido hace más de veinte días. En realidad, el mes estaba a punto de terminar y él simplemente no pudo concentrarse, así que podríamos decir que estas eran sus medidas extremas.

—Nunca te gustó trabajar desde casa —dijo Itachi mientras lo acompañaba en su camino.

—Circunstancias anormales requieren medidas anormales —decidió, el menor, mientras entraba a la habitación y encontraba todo perfectamente dispuesto—. Sí, esto es lo que pedí.

—Por supuesto, Izumi se encargó de coordinar el cambio, aunque creo que vas a arrepentirte. No veo qué tiene que ver una cosa con la otra —continuó, metiéndose las manos a los bolsillos de su traje negro a la medida—. ¿Quieres que te haga compañía?

1600 Primaveras para HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora