Según la antigua civilización griega, existen muchos tipos de amor: philia, el amor dedicado a compañeros o amigos, del tipo más honesto al ser resultado de objetivos mutuos; storge, nacido de un afecto natural desarrollado entre padres y su progenie, una especie particular que se dedica a cualquier ser al que se le pueda considerar parte de la familia, incluyendo mascotas y amistades largas; ludus representa a la primer etapa del enamoramiento, la que incluye el coqueteo y los juegos seductivos de un amor nuevo, juvenil y tierno; eros—sí, como el Dios Cupido— que representa, primordialmente, a la fuerza erótica e impulsiva, más superficial, física, apasionada en un aspecto amenazante con el riesgo de enloquecer a cualquiera; manía, comprendida como una emoción obsesiva que conoce los límites de la cordura, un desplante entre philia y eros que concluye en efectos extremos tales como dependencia, violencia, celos, una constante necesidad de aceptación y atención; philautia era el amor por uno mismo, que no debe confundirse por el narcisismo, sino por el autoestima; pragma, un amor maduro que se mantiene firme hacia las personas que perduran a nuestro lado, complejo porque no puede existir sin el esfuerzo mutuo, el perdón, paciencia, tolerancia, comprensión y compromiso; el incondicional agape, cuyo único objetivo es el bienestar del ser amado, que puede ser un amor desarrollado hacia cualquier cosa, o hacia quien sea. Habría otros dos, al menos, considerados minúsculos, pero no nos atrevamos a restarles importancia: phileo es una percepción platónica que nos impulsa a querer formar un lazo con otra persona, tal como la amistad; y xenia, una palabra que se remite a la hospitalidad, a la relación de huésped y anfitrión, misma por la que la primera heredera de Hades fue nombrada, para que por medio de esto estuviera dispuesta a ser quien cargara con su alma.
¿Sabían ustedes que por encima de todo esto existe una característica que parece resaltar en las antiguas expresiones griegas de amor? Y quizá no podrían creérmelo, pero el mismo término de "matrimonio por rapto" era una constante, tanto que en Esparta se convertiría en una parte de su tradición nupcial, no necesariamente como un secuestro per se. Se trataba de una puesta en escena, una actuación del novio apareciendo en el hogar de los futuros suegros, para fingir tomar por la fuerza a la novia antes de caminar al altar. Hades no sería el primero, ni el último, al momento de raptar a su esposa, Perséfone. En realidad, Zeus raptó a Hera, como lo hizo con Ío, la princesa Europa, el héroe Ganimedes, o de la forma en que Poseidón emuló estos actos con Pélope, o Teseo y Piritoo intentando llevarse a Perséfone de las manos de Hades para que el segundo se casara con ella—sí, bueno, todos sabemos que eso no les salió bien—, pero incluso Teseo raptó a Helena y Antíope—el muy bastardo acaparador, o Paris a Helena. Aunque todas estas son solo historias paralelas casi irrelevantes cuyo único fin es ilustrativo, no hay forma en que les enliste la infinidad de casos históricos o mitológicos en los que se llevó a cabo un rapto. ¿Ya se imaginan mi punto? Sí, incluso el secuestro era una maldita expresión de amor.
Deméter quería a su hija de vuelta, así que dejó a la humanidad morir. Zeus, después de entregarla a su hermano mayor, hizo lo posible para recuperarla, pero era tarde. Ellos ya eran marido y mujer, habían descubierto el afecto derivado de un posible síndrome de Estocolmo, pero es difícil imaginar que ella no pudiera sentir algo como resultado de su compasión como doncella de las estaciones, de la soledad que vio en él, y de la bondad del Dios que, por más increíble que nos resulte, es una de las deidades olímpicas más altruistas de todas. No terminó atada al inframundo por la fuerza, lo hizo por la única voluntad que requería cuando decidió comer las semillas: la de estar al lado del hombre del que se había enamorado.
Capítulo Veintitrés: Aguas de Leteo
Sus manos se abrían, con los brazos extendidos, para invitarlo a unírsele en cuerpo y alma, de la única forma en que debieron permanecer desde el primer día. Era la gloria en una mirada, mientras se abría como una flor ante él y lo aguardaba. Sería una ofensa al amor aceptar su invitación con ropa que los privara de sentirse de forma natural, así que se desnudó en pocos movimientos, dejando toda prenda y accesorio lejos, porque no quería llevar ni siquiera un irrelevante reloj que contaminara a la pureza de sus actos. Así, subió sus rodillas a la cama, reptó sobre su cuerpo con el objetivo fijado por sus ojos de ónix, y alcanzó la altura de su rostro para hacer una pausa, sintiéndose la presa de las piernas marcadas por mordidas y besos pasionales que se afianzaban a su cadera. Ella lo rodeó de forma afectiva, alzando su rostro pueril, y se admiraron como a obras de arte que les dejaba sin respirar hasta que besarse era inevitable de nuevo, una locura sin fin ni control, un delirio eterno al que caerían constantemente, el mismo del que se abstuvieron con tanto éxito que resultó doloroso ahora que podían sostenerse en correspondida desnudez, para que la fuerza de los brazos de él la estrujara, alzándola un poco para encontrar un mejor sitio sobre la cama, pero las almohadas se corrían junto a las cobijas y sábanas que se perturbaban ante la tempestad de su amor. Y se movían, frotándose como los amores jóvenes que descubrían los misterios de la sexualidad, excepto que conocían las respuestas.
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1600 Primaveras para Hades
FanfictionLos Dioses del Olimpo emprendieron una aventura saltando entre cuerpos humanos para aparecer en la tierra, al azar, como seres comunes y corrientes que traen grandes fortunas a las familias donde nacen. El único problema es que dejaron a alguien atr...