Capítulo 4

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Ojoloco Moody

     No soy muy partidaria de contar la vida de Harry, en serio. Yo soy más de ocultar mi vida y dejaros con la duda, pero que sea mi vida después de todo. Pero falta poco para que se acabe. Igualmente, si os contara como me estaba yendo a mi os hubierais aburrido demasiado, muy monótono, os lo aseguro.

     A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Harry, Ron y Hermione examinaban sus nuevos horarios. Unos asientos más allá, Fred, George y Lee Jordan discurrían métodos mágicos de envejecerse y engañar al juez para poder participar en el Torneo de los tres magos.

     -Hoy no está mal: fuera toda la mañana -dijo Ron pasando el dedo por la columna del lunes de su horario-. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas... ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con los de Slytherin...

     -Y esta tarde dos horas de Adivinación -gruñó Harry, observando el horario.

     Adivinación era su materia menos apreciada, aparte de Pociones. La profesora Trelawney siempre estaba prediciendo la muerte de Harry, cosa que a él no le hacía ni pizca de gracia.

     -Tendríais que haber abandonado esa asignatura como hice yo -dijo Hermione con énfasis, untando mantequilla en la tostada-. De esa manera estudiaríais algo sensato como Aritmancia.

     -Estás volviendo a comer, según veo -dijo Ron, mirando a Hermione y las generosas cantidades de mermelada que añadía a su tostada, encima de la mantequilla.

     -He llegado a la conclusión de que hay mejores medios de hacer campaña por los derechos de los elfos -repuso Hermione con altivez.

     -Sí... y además tenías hambre -comentó Ron, sonriendo.

     Después de extraer el pus a unas extrañas plantas en clase de Herbología, Hagrid los estaba esperando de pie, fuera de la cabaña, con una mano puesta en el collar de Fang, su enorme perro jabalinero de color negro. En el suelo, a sus pies, había varias cajas de madera abiertas, y Fang gimoteaba y tiraba del collar, ansioso por investigar el contenido. Al acercarse, un traqueteo llegó a sus oídos, acompañado de lo que parecían pequeños estallidos.

     -¡Buenas! -saludó Hagrid, sonriendo a Harry, Ron y Hermione-. Será mejor que esperemos a los de Slytherin, que no querrán perderse esto: ¡escregutos de cola explosiva!

     -¿Cómo? -preguntó Ron.

     Hagrid señaló las cajas.

     -¡Ay! -chilló Lavender Brown, dando un salto hacia atrás.

     En opinión de Harry, la interjección «ay» daba cabal idea de lo que eran los escregutos de cola explosiva. Parecían langostas deformes de unos quince centímetros de largo, sin caparazón, horriblemente pálidas y de aspecto viscoso, con patitas que les salían de sitios muy raros y sin cabeza visible. En cada caja debía de haber cien, que se movían unos encima de otros y chocaban a ciegas contra las paredes. Despedían un intenso olor a pescado podrido. De vez en cuando saltaban chispas de la cola de un escreguto que, haciendo un suave «¡fut!», salía despedido a un palmo de distancia.

     -Recién nacidos -dijo con orgullo Hagrid-, para que podáis criarlos vosotros mismos. A Lily le hubiera encantado...

     Sus ojos volvieron a apagarse, y Harry entendía porque: Lily había sido la única alumna (por no decir persona) que había compartido el amor incondicional a cualquier criatura. La pelinegra intentaba negarlo, pero entre la crianza de Norberto y el regalo de hipogrifo, se sabía demasiado bien que en realidad le fascinaban los animales.

Lilianne y el Cáliz de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora