Unos malos recuerdos
Se abrió la puerta del despacho.
Me acerqué al pensadero, sabiendo que me iba a arrepentir, pero la curiosidad me ganaba y siempre podía tirarle la culpa a Harry.
Me acerqué hasta quedarme a su altura, y me zambullí junto con Nyx aún en mi hombro en aquel líquido tan familiar.
El despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Fuimos propulsadas de cabeza a la sustancia de la vasija, pero como la última vez, no nos dimos de cabeza contra el suelo de piedra.
Era una sala de piedra maciza sin ninguna ventana y iluminado por antorchas. Había al menos doscientos magos y brujas allí, parecía la sala de un juicio porque había alguien en el estrado con una vestimenta peculiar que se me hacía familiar.
Observé con detenimiento. La sala, tal como había supuesto, era seguramente subterránea: pensé que, de hecho, tenía más de mazmorra que de sala. La atmósfera del lugar era sórdida e intimidatoria. No había cuadros en las paredes, ni ningún otro tipo de decoración, sólo aquellas apretadas filas de bancos que se elevaban escalonadamente hacia las paredes, colocados para que todo el mundo tuviera una clara visión de la silla de las cadenas.
Nos encontrábamos de pie al final de la sala. Busqué con la mirada a Harry, que se encontraba sentado al lado del profesor Dumbledore de el recuerdo. Los teníamos justamente delante de nosotros.
En la silla de cadenas, en el medio de la sala, se encontraba un Karkarov mucho más joven. Tenía negros el cabello y la perilla. No llevaba sus lustrosas pieles, sino una túnica delgada y raída.
Nos habíamos perdido el principio de juicio.
-Escoria -escuché en un murmullo.
Venía de delante, más bien dicho de el lado del otro Dumbledore, era Ojoloco Moody, aunque con aspecto muy diferente. No tenía ningún ojo mágico, sino dos normales, ambos fijos en Karkarov y relucientes de rabia.
-Crouch va a soltarlo -musitó Moody dirigiéndose a Dumbledore-. Ha llegado a un trato con él. Me ha costado seis meses encontrarlo, y Crouch va a dejarlo marchar con tal de que pronuncie suficientes nombres nuevos. Si por mí fuera, oiríamos su información y luego lo mandaríamos de vuelta con los dementores.
Por su larga nariz aguileña, Dumbledore dejó escapar un pequeño resoplido en señal de desacuerdo.
-¡Ah!, se me olvidaba... No te gustan los dementores, ¿eh, Albus? -dijo Moody con sarcasmo.
-No -reconoció Dumbledore con tranquilidad-, me temo que no. Hace tiempo que pienso que el Ministerio se ha equivocado al aliarse con semejantes criaturas.
-Pero con escoria semejante... -replicó Moody en voz baja.
-Dice usted, Karkarov, que tiene nombres que ofrecernos -dijo el señor Crouch-. Por favor, déjenos oírlos.
-Tienen que comprender -se apresuró a decir Karkarov- que El-queno-debe-ser-nombrado actuaba siempre con el secretismo más riguroso... Prefería que nosotros... quiero decir, sus partidarios (y ahora lamento, muy profundamente, haberme contado entre ellos)...
-No te enrolles -dijo Moody con desprecio.
-... no supiéramos los nombres de todos nuestros compañeros. Él era el único que nos conocía a todos.
-Muy inteligente por su parte, para evitar que gente como tú, Karkarov, pudiera delatarlos a todos -murmuró Moody.
-Aun así, usted dice que dispone de algunos nombres que ofrecernos -observó el señor Crouch.
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Lilianne y el Cáliz de Fuego.
Hayran KurguLilianne regresa al colegio de un forma un tanto peculiar. Después de desaparecer todo el verano y llegar posteriormente de que empiece el curso, unos más que otros se alegran de verla. Pero siempre hay problemas, por ejemplo: una perdida de me...