Capitulo 8

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Al día siguiente vuelvo a los establos, pero el día no es tan maravilloso ni por asomo. Ensillo a Hierbabuena, distraído; lo monto, distraído, y limpio sus aperos, distraído. Me paso el rato esperando la aparición de una visita sorpresa que nunca llega, así que me marcho de las caballerizas reales sintiéndome abatido.

Cuando estamos a punto de llegar a Kellington, suena el teléfono y pongo los ojos en blanco al ver quién es.

—Madre —digo, mientras bajo del coche, dándole las gracias a Damon con una inclinación de la cabeza.

Cuando entro en el vestíbulo, Olive me quita la chaqueta de los hombros mientras escucho a mi madre, que me hace un informe detallado de todo lo que pasó durante la merienda en el palacio de Claringdon en honor a Helen.

—Siento habérmelo perdido —miento, dándole el bolso con mis pertenencias a Olive con una sonrisa.

La flor y nata de las damas inglesas reunidas en la misma habitación me parece el infierno en la Tierra. Todas ellas lanzando exclamaciones de entusiasmo al ver los preciosos pastelitos, sorbiendo té Earl Grey con los labios fruncidos en la porcelana más delicada y riéndole las gracias a mi cuñada, ya de por sí mimada en exceso. No, gracias.

—Me han dicho que has pasado mucho rato en las caballerizas con tu nuevo caballo —comenta, como de pasada.

Yo me tenso un poco y espero antes de contestar. ¿Se lo han dicho? ¿Quién?

—Tomé el té con Sabina ayer tarde.

Me relajo, aliviado.

—Nos estamos conociendo.

Pongo los ojos en blanco al ver que Damon me dirige una sonrisa irónica.

—Me dijo que muestra un gran potencial.

—Así es.

—Cambiando de tema, quería hablar contigo antes de que Kim te lo comente.

—¿El qué? —pregunto justo cuando Kim aparece por el pasillo que lleva a los despachos del personal.

Sostiene la abultada agenda en los brazos y un bolígrafo en la boca mientras habla por teléfono.

—Le han pedido a tu padre que vaya a Madrid, a inaugurar un monumento en su honor.

Se me hunden los hombros, porque presiento lo que se avecina.

—Qué bien.

Hace años que llevan preparando ese homenaje en España, un tributo a la unión de los dos países gracias a la boda de mi madre con el rey.

—Me parece bastante injusto que se le haga un homenaje a mi esposo en mi tierra natal, ¿no crees?

Mi madre se echa a reír y yo sonrío, porque sé que a ella no le importa en absoluto.

—En cualquier caso, ¿por dónde iba? Ah, sí. Tu padre no va a poder acudir a la inauguración ya que le coincide con un compromiso previo. Y España no puede cambiar la fecha, porque quieren que coincida con una festividad local y tu padre no puede cancelar su compromiso; por eso se ha decidido que vayas tú en su representación.

Gruño entre dientes mientras me dirijo al salón, con Kim siguiéndome.

—¿No puedes ir tú, madre?

—Yo estaré con tu padre en las islas Vírgenes Británicas.

—¿Y Namjoon?

Me dejo caer en el sofá y le dirijo una mirada suplicante a Kim para que me ayude. Pero ella se encoge de hombros, porque cuando el personal que está a mi servicio recibe órdenes de más arriba, las cumple.

—Nos ha pedido que reduzcamos un poco sus actividades oficiales, a causa de la afección de Helen.

«¿Afección? ¡Está embarazada, no enferma, por el amor de Dios!»

—¿Y Tae?

Uso la última carta, aunque no tengo la más poca fe en que funcione.

—Jimin, querido, Taehyung lleva meses sirviendo al país. Sería injusto que lo enviáramos a cumplir compromisos reales cuando acaba de regresar.
Pues ya sólo quedo yo, que no tengo nada que hacer aparte de estar presentable, sonreír y contar maravillas de mi familia a todo el que quiera escucharlas. Tengo una misión en la vida: obedecer cuando me dan órdenes.

—¿Cuándo es?

—Kim tiene los detalles.

Miro a Kim con el ceño fruncido, no porque se lo merezca, sino porque a alguien tengo que hacerle saber que no estoy contento con la situación.

—Hablaré con ella.

—Buenas tardes, cariño.

—Buenas tardes, madre. —Cuelgo el teléfono y agacho la cabeza—. Parece que me voy a Madrid.

—Sólo es una semana, Jimin. Tómeselo como unas vacaciones.

—¿Vacaciones? —me echo a reír mientras Olive deja una bandeja con un juego de té en la mesita, delante de mí—. Gracias, Olive. Ya lo sirvo yo —le digo, echándome hacia delante. Sirvo una taza para mí; otra para Kim y se la acerco—. Los dos sabemos que, de vacaciones, nada de nada. Además, a los miembros de la familia real sólo se nos permite tomar el sol en Inglaterra, lo que limita mucho el acceso al sol, por supuesto. ¿Cuándo salgo?

—El mes que viene. Confirmaré los detalles del itinerario. —Anota algo en su agenda—. La inauguración de la galería es este viernes.

—¿Y qué problema hay?

—La ropa.

—No he pensado en ello.

—No hace falta. El equipo de Victoria Beckham le va a enviar su nueva colección.

Sonrío. Bien, el viernes acaba de mejorar.

—Fabuloso. ¿Cuándo llegará?

—Mañana por la mañana.

—Genial. —Aplaudo, mucho más animado—. ¿Eso es todo?

—De momento, sí. —Se levanta y coge sus cosas—. ¿Se quedará en casa esta noche?

—¿Por qué me lo preguntas si eres tú la que lleva mi agenda? —Le dirijo una sonrisa sardónica.

—Sólo para comprobar que no piense desmandarse esta noche.

—Damon no trabaja esta noche, así que si quiero desmandarme van a tener que salirme alas. Además, ¿adónde podría ir? —Cojo el teléfono y llamo a mi prima—. Rose —canturreo cuando responde.

—No me hablo contigo.

Hago un puchero, sintiéndome sólo un poquito culpable por haberla dejado sola para que disfrutara de la encantadora reunión familiar.

—¿Te hablas con una botella de Moët?

—Podría dejarme persuadir.

—Bien. Esta noche vamos a beber Moët y a leer revistas —le comunico a Rose, mirando el montón de revistas de esta semana que Kim ha dejado en la mesa—. ¿A las siete?

—¿Y cómo propones que vaya? —me pregunta—. Yo no dispongo del lujo de tener un chófer personal, no como otras. La asignación del rey para el ducado no da para tanto, así que debo compartir chófer con el resto de la familia, y mis padres salen esta noche; van a una gala benéfica.

—Oh, qué inoportuno.

—Bastante —murmura.

—Pues le diré a Damon que vaya a buscarte. ¿A Farringdon Hall?

—Divino.

—Un problema.

—¿Qué pasa?

—Damon libra esta noche, así que no podrá llevarte de vuelta a casa.

—No te preocupes, tomaré un taxi.

Se le escapa la risa y yo la sigo porque, como todo el mundo sabe, la realeza no usa taxis. Bueno, eso no es del todo cierto. Una vez cogí uno. Sonrío al recordar la última vez que cerraron Selfridges para que yo fuera de compras. Mis empleados estaban esperando a que prepararan las bolsas; las puertas de cristal me llamaron a gritos y no pude resistir la llamada de la libertad. Salí a respirar el aire de la noche y, al ver pasar un taxi, lo paré y dejé que el encantador taxista de Cockney me llevara a casa. Se pasó el trayecto mirando por el espejo retrovisor, con el ceño fruncido, como si estuviera molesto. De vez en cuando negaba con la cabeza, cubierta por una gorra de plato, y yo sonreía. Se notaba que el hombre se estaba preguntando si aquello era una broma, pero no lo era.

Lo que tampoco fue ninguna broma fue que al llegar a casa yo no tenía dinero en metálico. Los paparazzi sacaron petróleo de la situación y la repercusión en Claringdon fue desproporcionada. El rey se enfureció y Damon también, pero a la gente, en cambio, le encantó. Y lo cierto es que disfruté mucho recorriendo Londres en el taxi negro. Nunca había montado en uno. Aquella noche, durante un rato, me sentí una persona normal. Me sentí libre. Me olvidé de mi asfixiante existencia mientras descubría una nueva faceta de Londres desde el refugio que me proporcionó aquel taxi.

—Le diré a Olive que te prepare una de las suites de invitados —le digo, recorriendo los pasillos de Kellington en busca de Damon—. Hasta pronto.

Cuelgo y al cabo de un rato lo encuentro en la cocina, sentado en la enorme isla central que domina la estancia. La cocinera, Dolly, está perdiendo el tiempo, como siempre, y Olive está recogiendo una bandeja. Las dos me saludan formalmente antes de volver a sus tareas. Damon se levanta.

—¿Señor?

—Damon, ¿te sería mucha molestia ir a buscar a la duquesa de Kent a Farringdon Hall antes de retirarte hoy?

—Ninguna, señor.

—Gracias, Damon. Olive, ¿te asegurarás de que la suite Albert esté lista, por favor? Mi prima se quedará a dormir.

—Sí, señor.

—Gracias.

—¿Noche de primos? —Damon vuelve a sentarse en el taburete—. He oído que en el «Graham Miles Live Show» hay un invitado interesante esta noche.

Frunzo el ceño mientras Damon bebe té, como si no acabara de decir algo tan raro. «¿Graham Miles?» No me suena de nada ese programa.

—¿Ah, sí?

—Sí. Se ve que han invitado a un actor de Hollywood muy conocido.

—¡A Jeon Jungkook! —exclama Olive, antes de llevarse rápidamente la mano a la boca—. Perdón, señor.

Le diría que no se preocupara por esa tontería, pero acabo de quedarme sin palabras. ¿Va a salir en el «Graham Miles Live Show»? De pronto, siento muchas ganas de salir esta noche porque quedarme en casa y no poner la televisión va a ser una auténtica tortura. ¡Mierda!

Olive se escabulle mientras Dolly niega con la cabeza y Damon disimula una sonrisa detrás de la taza.

—¿Van a cenar, señor? En la despensa tengo todos los ingredientes para preparar mi famosa sopa de pollo.

Niego con la cabeza mientras voy planeando mentalmente la noche. Espero que las revistas vengan cargadas de cotilleos bien jugosos para mantenernos entretenidos toda la velada.

—Muy amable, Dolly, pero Rose y yo picaremos algo.

Me dirijo a la despensa, que está perfectamente organizada, y abro la puerta para echar un vistazo.

—¿Hay algo para picar?

—Hay nachos, señor. Y tengo salsa recién hecha en la nevera.

¡Oh, la salsa de Dolly está deliciosa!

—Perfecto. Gracias, Dolly.

Me dirijo a mi suite para cambiarme y ponerme algo cómodo. Algo más suelto, que no me roce en las zonas que todavía me duelen.

Elijo una camiseta extra grande y unos shorts, que me pongo sin boxer. Rose y yo estamos despatarrados en el sofá, bebiendo Moët, picando nachos y hojeando revistas. Los últimos cotilleos de los famosos me tienen de lo más entretenido: hay divorcios, escándalos, pérdidas de peso, kilos de más...

—Oh, ¿en serio? —Suspiro al volver una página y encontrarme cara a cara con alguien conocido: yo—. Esta foto ya está desfasado.

Rose se inclina hacia mí y se echa a reír.

—Pareces enfadado.

—Lo estaba.

No me molesto en leer el texto que, sin duda, enumerará los detalles de mi vida «perfecta».

—Era la presentación de la nueva colección primavera-verano de Stella McCartney y luego había una fiesta, pero no me dejaron quedarme.

—Vaya.

Con gesto de fastidio, sigo pasando páginas, ahora con más brusquedad, al acordarme de el enojo que me dio que me comunicaran que el rey había solicitado mi presencia justo cuando empezaban a servir el champán. Y hablando de champán...

—¿Otra botella?

Rose acepta mi ofrecimiento alzando la copa. Suelto la revista sobre el sofá y me levanto de un brinco.

—Ahora vuelvo.

Voy corriendo a la cocina y abro la puerta de una de las neveras, la dedicada exclusivamente a las botellas de Moët. Sonriendo, cojo una botella. La cocina está tranquila, lo que resulta muy agradable pero no es nada habitual. Por supuesto, sé que hay personal por alguna parte del palacio, siempre hay alguien, pero por las noches se está mucho más en calma.

Descorcho la botella mientras regreso al salón. Cuando oigo una voz familiar, mis pasos se vuelven cada vez más lentos, porque no se trata de la voz de Rose, ni de ningún miembro del personal de palacio. Me detengo, confundido, en mitad del recibidor, tratando de averiguar de dónde procede la voz, pero no veo ni un alma. La piel se me ha erizado, porque ha reconocido la voz antes incluso que mi cerebro.

«¿Jungkook?»

Unas risas escandalosas siguen a sus palabras. Persigo el ruido y me encuentro a Rose delante del televisor con el mando a distancia en la mano.

La imagen de Jungkook ocupa la colosal pantalla de sesenta y cuatro pulgadas y los números que ascienden a la izquierda me indican que Rose está subiendo el volumen, como si necesitara oírlo aún más fuerte.

Siento un nudo en el corazón al verlo, tan elegante, con un traje de tres piezas, sentado en un sofá con un pie apoyado en el tobillo contrario. El público, en gran parte femenino, se vuelve loco cuando él les dirige una sonrisa tímida.

Graham Miles suspira como si fuera una más de ellas, señalando a Jungkook con las manos, como si estuviera diciendo: «¡Mirad quién ha venido!». Vamos, que Jeon Jungkook no está en el salón con nosotros literalmente, pero es como si lo estuviera, a juzgar por el abanico de reacciones físicas que está sufriendo mi cuerpo.

—¡Jimin! —grita mi prima—. ¡Oh, Dios mío, Jimin! ¡Ven rápido!

—Estoy aquí —murmuro, con la vista clavada en el televisor. O, mejor dicho, clavada en él. Dios, ¡qué guapo está!

—Es él.

—Apaga la tele —digo, y me obligo a apartar la vista de la pantalla antes de fundirme.
Busco la copa de champán como si me fuera la vida en ello y la lleno a toda prisa.

—¿Cómo? —Rose me mira como si acabaran de salirme diez cabezas y le estuviera escupiendo fuego con ellas.

—Que la apagues —repito, y me bebo la copa de un trago.

—¿Qué?

—Rose, por favor.

Vuelvo a llenarme la copa.

—Vale, vale.

Apunta hacia el televisor con el mando a distancia justo cuando el público se calla y Graham Miles cruza una pierna sobre la otra.

—Creo que les gustas —le dice, a bocajarro—. No entiendo el por qué.

Se oyen más risas y Jungkook se ruboriza de un modo adorable.

—Espera —le ordeno, de repente, haciendo que Rose se vuelva hacia mí—. No, no, apágala.

Hago un gesto con la mano en dirección a la pantalla y mi prima me mira, exasperada, dejando caer el brazo.

—¿La apago o no?

—Sí.

Vuelve a apuntar.

—No, déjala.

—Jimin, ¿en serio?

Me siento en el sofá y me quedo de nuevo embobado contemplando la divina criatura que adorna la pantalla.

—Lo siento —murmuro, mientras ella se sienta a mi lado.

No necesito mirarla para saber que tiene el ceño fruncido.

—¿Se puede saber qué mosca te ha picado?

—No me ha picado ninguna mosca, pero sí un moscardón —respondo sin pensar—. Ese de ahí, concretamente.

—¡Oh, Dios mío!

—Chis —le palmeo el muslo, tratando de escuchar el programa.

Rose se apodera de la botella y se une a mí en la tarea de vaciar una copa detrás de otra. Estamos sentados en el borde del sofá, como si el volumen no estuviera lo bastante alto como para oírlo desde la otra punta del palacio.

—Bueno, Jeon Jungkook...

Graham parece estar de lo más relajado, como si no tuviera al hombre más guapo del mundo al alcance de la mano. Ojalá yo pudiera mostrarme con la misma tranquilidad cuando estoy con él.

—Has venido a Londres a promocionar tu última película, The Underground.

El público aplaude cuando aparece un cartel promocional detrás de Jungkook. Me arden los ojos mientras devoro la imagen en todo su esplendor, la de Jungkook con una mujer preciosa acurrucada a su lado, aunque él no le devuelve el abrazo.

—Sin embargo, por el cartel diría que no va sobre transporte público — continúa Graham.

Jungkook se echa a reír a carcajadas mientras se vuelve para mirar el cartel.

—No, no tiene nada que ver con trenes que van bajo tierra.

—Háblanos sobre ella. Está basada en una historia real, ¿verdad?

—Exacto. Interpreto a Austin Tate, un hombre que vivió en Nueva York en los años sesenta. Tenía autismo severo, y su vida no fue fácil.

—Así que, además de poder disfrutar de tu glorioso cuerpo a lo largo de la película —Graham se vuelve hacia el público—, y créanme, señoras y señores, es realmente glorioso —se abanica la cara poniendo expresión soñadora antes de volverse de nuevo hacia Jungkook—, hay una emotiva historia detrás.

—Desde luego. —Jungkook cambia de postura en el sofá—. Como muchas otras personas que tienen autismo, Austin luchó por aprender a reconocer y entender las emociones de los demás, pero a un nivel extremo. Trataba muy mal a todo el mundo, se encerraba en la biblioteca días y días para investigar el comportamiento de los seres humanos «normales» y se machacaba en el gimnasio por las noches, casi hasta morir. Le servía para liberar tensiones. No interactuaba con nadie hasta que conoció a Wendy. —Jungkook sigue hablando sobre el trasfondo del personaje, el trabajo de investigación que hizo antes de interpretarlo, y el entreno al que se sometió para estar en plena forma—. Seis horas al día, tío. —Flexiona el bíceps, que se le marca claramente a pesar del traje, provocando un nuevo alboroto entre el público—. Y me he hartado a comer huevos. No quiero volver a ver otro huevo en toda mi vida. —Se estremece.

—Bueno, creo que todos estamos de acuerdo en que tanta disciplina ha valido la pena.
Graham carraspea y sonríe a cámara con descaro. Charlan un poco más y luego pasan el tráiler de la película, por si no hubiera tenido ya suficiente tortura.

Jungkook con gafas. Y luego, desnudo, visto por detrás. El público se vuelve loco, igual que mis entrañas.

—Madre del amor hermoso... —susurra Rose, dándome unas palmadas en el muslo, sin mirarme, a ciegas.

—¿Y qué has estado haciendo en Londres? —pregunta Graham cuando el público se ha calmado un poco y han dado la fecha del estreno de la película—. ¿Te gusta estar aquí?

—Adoro Inglaterra —dice con convicción—, me gusta la comida, la gente...

—Un pajarito me ha contado que estuviste nada más y nada menos que con la familia real.

Siento que la sangre se me retira de la cara por completo mientras Rose vuelve a darme palmadas sin parar, tan concentrada en la entrevista como yo. ¿Cómo demonios se ha enterado de eso? Jungkook se revuelve en el sofá, buscando la manera de salir del paso con elegancia.

—¿Te refieres a la fiesta en los jardines?

—No era una fiesta cualquiera, era la celebración del trigésimo cumpleaños de el príncipe Jimin en el palacio de Claringdon. ¿Cómo conseguiste entrar ahí de estrangis?

Al ver que Jungkook se relaja un poco, le doy a mis pulmones la orden de volver a llenarse de aire.

—¿De estrangis?

Graham se echa a reír.

—Sí, colarte.

—Ah, vale. —Jungkook coge el vaso de agua y da un sorbo—. Es que los europeos tenéis palabras muy curiosas.

—¿Así que has estado familiarizándote con nuestro vocabulario? ¿Qué palabras has aprendido? Danos algún ejemplo.

—Llamáis patatas fritas a las chips —responde, haciendo reír a Graham— y boxer a los calzoncillos.

Mis ojos se abren como platos y Graham salta como un resorte.

—¿Has visto algunos boxers durante tu estancia en Londres?

—Por desgracia, no. —Jungkook se sacude la descarada pregunta de encima con un gesto de la mano.

—Estoy seguro de que podremos ponerle remedio a eso.

Graham mira al público y las personas empiezan a chillar mostrando su acuerdo.

—Yo lo vi primero —les dice, chasqueando la lengua y poniendo los ojos en blanco. Luego se vuelve hacia Jungkook—. ¿Por dónde íbamos? Tanto hablar de ropa interior, me despisto.

—El palacio.

—Ah, el palacio, es verdad. ¿Cómo lograste entrar? ¿Escalaste los muros, cavaste un túnel...?
Jungkook sonríe y deja el agua en la mesita.

—Mi padre también está en Londres, en visita de trabajo por temas políticos. Su majestad el rey Alfred y él se conocieron durante su juventud en el ejército y han mantenido el contacto. Fui como acompañante de mi padre.

—¿Sabes? A mí también me invitaron.

—¿Y por qué no fuiste?

—Como muestra de protesta.

—¿Contra qué? —le pregunta Jungkook, genuinamente interesado.

—El rey ha vuelto a dejarme fuera de la lista de condecoraciones. —Suspira, exasperado.

—Vaya, qué fastidio.

—¿Podrías hablarle al rey de mí?

Jungkook se echa a reír, y es un sonido celestial.

—Sin problemas.

—Genial. Te invitaré a la fiesta cuando me nombren caballero. Pero, hablemos de ti. Has sido elegido el hombre más sexy del planeta. Has ganado un Oscar, que se dice pronto.

MI ALTEZA ~KOOKMIN~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora