Capitulo 10

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—¿Está listo, señor? —me pregunta Damon, al verme bajar por la escalera, preparado para pasar una mañana en los establos, seguida de también una tarde en los establos.

Voy a estar allí todo el tiempo que pueda hasta que sea hora de volver para prepararme para el evento de esta noche.

—¿Por qué dejaste pasar la hamburguesa por el control de seguridad? —Lo miro, disgustado.

Damon no vino ayer, así que no he podido preguntárselo hasta ahora. A ver qué responde.
Se encoge de hombros.

—Tenía una pinta espectacular. Y sabía que el señor Jeon no iba a ponerle veneno.

Me río en voz baja mientras meto los brazos en las mangas de la chaqueta Barbour que Olive sostiene en el aire. Luego me da la bandolera.

—Gracias, Olive.

Me siento en el asiento de atrás y saco el móvil. Tengo una llamada perdida de Jungkook. Y un mensaje en el buzón de voz. ¡Y yo que pensé que no iba a volver a ponerse en contacto! Con el corazón desbocado, hago desaparecer las notificaciones de la pantalla al ver que Kim baja la escalera.

—¿Va todo bien? —le pregunto.

—No localizo a Sabina para avisarla de que se dirigen hacia allí. —Kim vuelve a marcar y refunfuña cuando de nuevo le salta el buzón de voz—. Le he dejado un mensaje; espero que lo vea antes de que lleguen.

—No me importa ensillar a Stan yo mismo.

—Tal vez tenga que hacerlo. —Kim me entrega una hoja de papel—. Es el horario de esta noche. La llegada al evento es a las ocho, es decir, que tiene que salir de aquí a las siete y media como muy tarde. Jenny vendrá a las cuatro para peinarlo y maquillarlo.

¿A las cuatro? Me quedan siete horas por matar.

—Por favor, avisa a Dolly de que comeré en las caballerizas.

—De acuerdo. El traje está listo. ¿Ha elegido ya los zapatos?

Vuelvo a pensar en las opciones.

—No lo sé —admito—. El traje necesita unos zapatos de punta. Los Jimmy Choo le quedarían perfectos, pero son negros y ese traje está pidiendo unos zapatos blancos a gritos.

Kim pone los ojos en blanco ante mi sugerencia tan poco sutil.

—Me ocuparé de conseguirlos en blanco.

Le dirijo una sonrisa agradecido.

—Te quiero.

La mirada que me lanza es de lo más sarcástica.

—¿No pudo habérmelo dicho cuando se probó el traje? —se lamenta, y se dispone a llamar por teléfono, sin duda a aquella persona que siempre lo consigue todo.

—Nos vemos a las cuatro.

Subo la ventanilla y Damon se pone en marcha, pero, en vez de girar a la izquierda cuando cruza la verja, gira a la derecha. Me echo hacia delante en el asiento para decirle:

—A los establos, Damon.

Él me mira por el espejo retrovisor y leo una disculpa en sus ojos.

—Ha llamado el mayor Davenport, señor. El rey quiere verlo.

Gruño y me hundo en el asiento. Acabo de salir de Kellington y el día ya ha comenzado a empeorar. Esto no pinta bien. La única razón para que Davenport se ponga en contacto con Damon es para que mi chófer me lleve al palacio de Claringdon sin excusas. A diferencia de mí, Damon no puede negarse. Para él supone perder el empleo.

—¿Para qué quiere verme?

—Yo no hago preguntas, sólo cumplo órdenes.

Damon mantiene los ojos clavados en la calle.
Miro por la ventana, tratando de sacar fuerzas de algún sitio para recibir otra bronca relativa a Jennie. ¿O será por el Jackson?

Me sorprende que Davenport no esté esperándome cuando llegamos al palacio de Claringdon. En vez de él, es Sid, el mayordomo, quien me aguarda con paciencia.

Damon abre la portezuela y yo lo miro, con el culo pegado al cuero del coche. Me dirige una pequeña sonrisa para subirme el animo, pero no le funciona.

—Señor —insiste, sutilmente.

—Gracias, Damon.

Suspiro y salgo del coche a regañadientes. Inspiro hondo y pongo una bota de montar delante de la otra hasta llegar a lo alto de la elegante escalinata.

—Buenos días, Sid —lo saludo al pasar, y entro en el gigantesco y ajetreado vestíbulo del que es el hogar de mis padres.

Miembros del servicio cruzan los pulidos suelos de mármol, todos impecablemente vestidos con sus uniformes reales. En un minuto me encuentro con un par de docenas de empleados, lo que no es nada, teniendo en cuenta que la plantilla consta de unos quinientos. No todos ellos, pero sí una parte, viven en las noventa habitaciones del servicio. Sus vidas consisten en servir a la familia real, de un modo o de otro.

—Alteza —me dice Sid, cuando me alcanza—, por aquí.

Mientras camino tras él, no puedo evitar poner los ojos en blanco. «¿Por aquí? ¿En serio? Como si no conociera cómo llegar al despacho de mi padre.»

—¿Cómo está, Sid?

—Muy bien, señor.

Eso es todo lo que voy a obtener de él, como siempre, nada con lo que iniciar una conversación.

—Su majestad lo está esperando —me informa, mientras subimos la escalera que lleva al enorme descansillo de la galería.

—Sí, me imagino, ya que me ha hecho llamar —murmuro, saludando con la cabeza a una de las criadas que, con un montón de sábanas recién planchadas en los brazos, se detiene y se inclina ante mí al verme pasar—. ¿Está mi madre en palacio?

—Sí, señor. Está desayunando, si no me equivoco.

Sid llega al despacho de mi padre y oigo voces al otro lado de la puerta. Voces elevadas. Voces enfadadas. El corazón se me cae a los pies mientras Sid abre la puerta.

—Su alteza real el príncipe Jimin de Inglaterra —me anuncia.

Al entrar me encuentro a mi padre andando de un lado a otro y a Davenport de pie junto a la chimenea, tan tieso y envarado como siempre. El palo que lleva metido por el culo está creciendo, o eso supongo, porque cada vez que lo veo me parece más alto e intimidante. Cuando mi padre se vuelve hacia mí, arruga su redonda cara en una mueca de enfado. No agacho la cabeza por respeto ni por sentido del deber; lo hago para huir de su furiosa mirada, que me ha dejado clavado en el sitio.

—Su majestad —murmuro, mientras con el rabillo del ojo distingo a David Sampson sentado en uno de los sillones de fumador que hay frente al lujoso escritorio de mi padre.

Haciendo un gran esfuerzo, logro no fruncir el ceño. ¿Qué hace aquí el padre de Jennie? Mi preocupación va en aumento cuando veo también a sir Don. ¡Fantástico! Mi padre ha hecho venir a la plana mayor al completo.

—Siéntate, Jimin —me ordena el rey.

Su voz hace que mis pies se pongan en movimiento. Me siento al lado de David y, mientras lo hago, me fijo en que él también parece estar terriblemente enfadado. Pues ya son cuatro contra uno.

—¿Va todo bien? —pregunto, apoyando las manos en mi regazo.

Nadie dice nada, lo que crea un silencio de lo más incómodo. Antes de que me de cuenta romperlo diciendo cualquier cosa para acabar con esta reunión cuanto antes, mi padre coge algo de la caja roja que llega a su despacho cada mañana.

La caja contiene documentación oficial sobre todas las materias que deben ser consultadas con el soberano antes de ser aprobadas o, simplemente, comunicadas. Por eso, cuando me cae un periódico sensacionalista, doblado, sobre el regazo, me quedo sorprendido. Pero luego veo, en la mitad inferior, la foto que ocupa la portada. Reconozco esos vaqueros. El corazón, que se me a caído al suelo, vuelve a subir y se me queda atascado en la garganta. ¡Oh, no! Ésos son mis piernas y al lado están las de un hombre cubiertas por unos pantalones de combate. También reconozco el escenario de fondo: es el comedor de Kellington.

El verme incapaz de moverme, ni siquiera para desdoblar el periódico y confirmar mis temores, David se toma la libertad de ayudarme. Se inclina hacia mí y lo abre. La imagen se muestra ante mí en todo su terrible esplendor. Se me sale una mueca y contemplo la escena con los ojos casi cerrados, como si de alguna manera así fuera a disminuir el impacto. ¡Dios mío! Ese soy yo, encima de una mesa, con una botella de Belvedere en una mano y un hombre en la otra. Mi sucio secretito ya no es tan secreto, Lo que siempre quiso mi padre guardar y ahora sale a la luz, digamos que no se siente muy orgulloso de tener un hijo gay. Y hace todo lo posible por esconderlo

Nuestras bocas están firmemente fundidas. El titular dice:

MI ALTEZA ~KOOKMIN~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora