Capitulo 19

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Creo que nunca había tenido tantas ganas de entrar en el palacio de Claringdon.

Bajo del coche en cuanto Damon lo detiene y subo la escalera como un impaciente. Sid parece entrar en shock cuando me ve aparecer corriendo en su dirección; sin duda está buscando mentalmente la circular oficial en la que se lo advertía de mi visita.

—Buenos días, Sid.

Paso por su lado y dejo que uno de los lacayos se lleve mi abrigo.

—¿Dónde está la reina?

—En el comedor, señor.

Llego al otro extremo del gran vestíbulo antes de que Tae haya cruzado la puerta. Tengo los sentidos en alerta, por si detecto a Jungkook por alguna parte.

Cuando entro en el comedor, mi madre se está levantando de la silla y limpiándose delicadamente las comisuras de los labios con la lujosa servilleta.

—Jimin —dice, con suavidad, sin ocultar la sorpresa que le causa mi aparición—. No me han avisado de tu visita.

—¿Acaso tengo que pedir cita para venir a ver a mi madre? —pregunto, con una displacía nada habitual en mí.

«Sí, los dos sabemos que tengo que pedir cita.»

Mi madre se cruza las manos ante el regazo y me dirige una mirada en la que se mezclan el afecto y la sospecha. La reina consorte conoce a su hijo perfectamente y sabe que tiene que haber otro motivo para que haya venido de visita por voluntad propia. Tengo que mantener una apariencia despreocupado como sea.

Le dirijo una sonrisa deslumbrante y mi madre ladea la cabeza.

—Deberías haberme avisado. Me temo que tengo que irme pronto, voy a visitar el Royal London Hospital. —Se acerca y me acaricia la mejilla afectuosamente—. Acompáñame a mi suite. Mary-Ann tiene que arreglarme el pelo y he de cambiarme.

Le devuelvo la sonrisa y dejo que me tome del brazo y me guíe por el palacio.

—Tu pelo está perfecto, madre.

Ella alza la mano que le queda libre hacia el elegante moño y le da unos golpecitos.

—Unas cuantas horquillas nunca están de más.

Miro con atención a mi alrededor mientras cruzamos el lujoso palacio. Se oyen voces por todas partes, pero ninguna tiene el seductor acento que quiero oír.

Cuando llegamos a las estancias privadas de mis padres, miro al otro lado de las enormes puertas dobles que llevan al dormitorio del rey, que está a una distancia considerable de donde duerme la reina. Y es que el rey y la reina consorte no comparten cama. «Oh, no, claro que no.» El suyo es otro de los matrimonios sin amor de la monarquía.

Mary-Ann, la camarera de mi madre de toda la vida, la espera junto al espejo de cuerpo entero, armada con horquillas y laca. Me siento en el diván de terciopelo y miro a mi alrededor. Aprovecho que mi madre me ha invitado a su habitación, algo nada habitual, para recordar el esplendor en el que vive. Los ventanales están cubiertos por unos cortinajes enormes y lujosos. Los techos son altos y están decorados. Hay cuatro arañas de cristal que penden de él, y, aunque son enormes, resultan diminutas comparados con la enormidad de la estancia.

—¿Qué opinas? —me pregunta mi madre, interrumpiendo mi observación, mientras señala un traje de dos piezas, de un tono rosa tan pálido que parece desteñido y unos zapatos de salón con tres centímetros de tacón. No tienen ninguna gracia, y, precisamente por eso, son perfectos para la reina consorte.

—Muy bonito —respondo, y siento lástima de ella.

Es una mujer muy bella, y a sus cincuenta y siete años mantiene un tipo envidiable, aunque nadie lo diría porque siempre le cubren la figura con esos trajes de chaqueta tan formales y aburridos. Me encantaría despedir a su peluquera y dejar que Jenny se ocupara de ella. Cuando la viera el rey, no sabría si el aleteo de su corazón se debe al horror o a la admiración. Eso suponiendo que el corazón del rey siga latiendo por su reina.

MI ALTEZA ~KOOKMIN~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora