Los cristales tintados son lo único que nos separa a Jungkook y a mí del resto del mundo. Una muchedumbre de curiosos y periodistas de cadenas de todo el mundo están acampados a las puertas de Claringdon. Nunca había visto tanta presencia policial.
A medida que nos acercamos a la verja, siguiendo a un policía motorizado, vamos reduciendo la velocidad. Todo es un caos de ruido, movimientos, imágenes. Siento como si estuviera flotando y lo viera todo desde arriba, los flashes, la gente que grita. La policía tiene que recurrir a la fuerza para apartar a algunos de nuestro camino.
Más allá de la verja dorada, el palacio tiene un aspecto triste. Los detalles dorados han perdido su brillo habitual. Las banderas están a media asta y las cortinas de las docenas y docenas de habitaciones corridas. Jungkook me aprieta la mano, pero soy incapaz de devolverle el gesto, ni mirarlo. No tengo fuerzas para nada. No he dicho ni una palabra desde que salimos escoltados del apartamento. La voz del periodista resuena una y otra vez en mi mente, en Cámara lenta, y no puedo quitarme de la cabeza las imágenes del helicóptero hecho pedazos. Nuevas lágrimas asoman a mis ojos, mientras me devora la culpa. «¿Qué he hecho?»
Entramos por la parte trasera del palacio para evitar la curiosidad de la multitud. Cuando bajo del coche, veo varios helicópteros dando vueltas, ofreciendo al mundo entero las imágenes que están ansiosos por ver. Somos el centro de atención, el espectáculo que nadie se quiere perder. Alguien me rodea los hombros con el brazo y me dirige corriendo al interior de Claringdon. No me doy cuenta de que se trata de Jungkook hasta que cruzo las puertas y los consejeros de mi padre se quedan en silencio, mirando a mi acompañante como si fuera un impostor. Son miradas de sorpresa y de condena. Y eso me da las fuerzas que necesito para buscar la mano de Jungkook y aferrarme como si mi vida dependiera de él.
Sir Don y David Sampson no nos quitan los ojos de encima. Parece que acaban de llegar porque aún llevan los abrigos puestos.
—No iban en el helicóptero —digo en voz baja.
—Su majestad salió precipitadamente.
El desprecio que desprende David me parte en dos. Retiro la mirada, sin saber qué decir.
—Alteza. —Davenport es quien rompe el incómodo silencio. Se acerca a mí e inclina la cabeza en señal de respeto—. Mis más profundas condolencias.
Su pésame es una nueva confirmación de que no estoy viviendo una pesadilla.
—¿Mi madre?
—La reina consorte está en el salón Burdeos, señor. Está esperando su llegada.
Busco a David y a sir Don con los ojos. Permanecen como estatuas, analizándome y juzgándome. No puedo soportar la vergüenza y bajo la vista hacia el brillante suelo de mármol. Ellos saben que todo esto es mi culpa.
Me dirijo al salón absolutamente desolado, preparándome para el encuentro con mi madre. Jungkook permanece a mi lado, trazando círculos con el pulgar en el dorso de mi mano. Las puertas del salón se encuentran cerradas, pero el dolor que hay en la habitación es tan intenso que se cuela por debajo y me eriza la piel.
Alzo una mano hacia el pomo, pero la retiro cuando otra se adelanta. Levanto la vista y me encuentro con Davenport y su expresión habitual, fría y estoica.
—Creo que al señor Jeon le apetecería una taza de té —me dice, tan diplomáticamente como puede.
Miro a Jungkook, sabiendo que no se le habrá escapado el mensaje no demasiado sutil del mayor.
Jungkook mira a Davenport con el ceño fruncido antes de volverse hacia mí.
—Tienes que estar con tu familia —me dice, tomándome de las dos manos.
Abro la boca para protestar porque lo necesito a mi lado. Necesito que me sujete cuando me caiga, porque sé que me caeré. Pero él me coloca un dedo sobre los labios, con delicadez, y me dice:
—No me iré a ninguna parte.
Tal vez no de forma voluntaria, pero sé que lo obligarán a marcharse. Busco a mi alrededor hasta que localizo a Damon, que no está lejos, detrás de David y sir Don. Él me dirige una sonrisa discreta y me muestra los pulgares hacia arriba, que es su modo de decirme que Jungkook estará a salvo mientras yo esté dentro del salón. Sé que puedo confiar de él. Asiento e inspiro hondo, mientras Jungkook me da un beso en la mejilla.
—Te quiero —susurra para que sólo lo oiga yo, y yo asiento cuando me suelta las manos, para indicarle que puedo seguir solo.
Cuando Jungkook se retira, Davenport abre la puerta y el dolor que las paredes ayudaban a contener se desborda como una inundación, tan potente que está a punto de derribarme.
Lo primero que oigo son los sollozos descontrolados de Helen. Luego veo a mi madre sentada en uno de los sofás, con la mirada perdida ante ella, mientras el tío Phillip ayuda a la tía Victoria a servir el té, ya que no hay ningún miembro del servicio a la vista.
El tío Stephan también está aquí, serio y solemne junto a la chimenea, con su esposa al lado. Rose está sentada en una silla, junto a la ventana, con la cara húmeda y congestionada. Es la primera que me ve y su rostro se suaviza. Cuando las puertas se cierran a mi espalda, el resto de la familia se vuelve en mi dirección.
Trago saliva y entro con las piernas temblándome o mas vale todo el cuerpo, mientras mi madre se pone de pie con ayuda del tío Stephan, que se apresura a asistirla. Durante toda la vida he visto a la reina consorte impecable, pero ahora está pálida, débil, vulnerable. Trato de mantener mis emociones a raya, ser fuerte para ayudar a mi madre, pero no aguanto más de unos segundos. Se me sale un sollozo y me lanzo en sus brazos, escondiéndome en ellos, sintiendo su calor. Nuestros cuerpos temblorosos se unen; es un temblor que nos sacude hasta lo más hondo.
—Lo siento tanto... —sollozo en su cuello, mojándolo con mi torrente de lágrimas.
Ella no dice nada, no me ofrece palabras de consuelo ni de apoyo y, aunque me sigue abrazando, me rompe el corazón.
Me separo lentamente para mirarle a la cara, y cuando encuentro su mirada, ella me apoya una mano en la mejilla, pensativa y silenciosa. Se la oprimo, rogándole en silencio de que no me señale como responsable de lo que ha pasado.
Cuando habla por fin, lo hace con su habitual tono suave, aunque odio las palabras que pronuncia:
—¿Dónde estabas?
Niego con la cabeza, luchando contra el arrepentimiento que me retuerce las entrañas.
—Ahora estoy aquí.
—Qué suerte —murmura el tío Phillip, haciendo que todos los ojos se vuelvan hacia él, incluso los míos. Me está dirigiendo una mirada llena de desdén—. Si no te hubieses escapado a Escocia, el rey tampoco lo habría hecho y no estaríamos aquí, destrozados, ni el país en shock. —Mueve un brazo en el aire y resopla, mostrando su disgusto—. Espero que estés contento. Tu insolencia nos ha hecho perder a nuestro rey.
Mi madre me aprieta la mano, pero no me defiende, y yo me encojo, sabiendo que merezco su ira.
—¡Mi esposo ha muerto por tu culpa! —se lamenta Helen.
Cierro los ojos y mi madre me aprieta la mano con más fuerza.
—¡Lo único que tenías que hacer era casarte, Puto malcriado y vanidoso!
—¡Por favor! —El tío Stephan salta en mi defensa.
Sé que es el único que lo hará.
—¡Ya basta! —dice.
—Por favor, dejadnos a solos —ordena mi madre, mirándolos a todos—. Me gustaría hablar un momento con mi hijo menor.
Nadie discute la orden de la reina consorte y van saliendo del salón en silencio.
—Tú puedes quedarte, Helen.
Helen se detiene y mira por encima del hombro, confundida. Espera a que todos hayan salido del salón para dirigirse a mi madre.
—¿Cathe?
Mi madre ladea la cabeza, pensativa, y la confusión de Helen se transforma en preocupación.
—Lo sé, Helen —dice mi madre—. Conozco tu secretito.
«¿Qué?»
Helen se acerca a nosotros, aterrorizada.
—Cathe, por favor.
Agarra a mi madre, con las manos llenas de pañuelos de papel arrugados, y la aparta de mí.
Yo reacciono por instinto, ya que no me gusta la fuerza que está empleando mi cuñada, por mucho que esté de duelo.
—¡Helen! —grito, y la empujo, pero ella me esta ignorando y sigue presionando a mi madre.
—Cathe, te lo ruego. Por favor.
Mi madre se mantiene impasible, observando a su frenética nuera rogar e implorar.
—¿Qué está pasando? —pregunto, dividiendo mi atención entre las dos mujeres, una que roza la locura y la otra totalmente impasible.
—¡Nada! —salta Helen—. No está pasando nada —insiste, clavando los ojos en mi madre, aunque es evidente que entre ellas pasa algo. Pero ¿qué?
Agarro a mi madre, apartándola de las manos de Helen, pero estoy a punto de tropezarme cuando lo agarra conmigo.
—¡Helen, suéltalo!
Tiro de mi madre, cuyo cuerpo inerte es zarandeado entre las dos.
—¡Ya basta! —grita la reina, sobresaltándonos.
Luego dirige una mirada airada a la esposa embarazada de su hijo, que niega con la cabeza. Después me mira a mí, y sus ojos, normalmente cariñosos, están llenos de determinación. Señala el vientre de Helen, que se lo cubre con las manos, como si quisiera protegerlo.
—Ese bebé no es de tu hermano.
Abro la boca, incrédulo, y busco confirmación en los ojos de Helen. Ella se derrumba, vencida, y se echa a llorar de nuevo.
—¿Qué? —pregunto.
Ya sé que he oído bien, pero la sorpresa me ha robado la habilidad de hilar una frase entera.
—Cathe. —Helen retrocede, sollozando—. Por favor, no.
Mi madre, fría como el hielo, da unos pasos y se sienta en el sofá.
—¿Qué crees que va a pasar, Helen? ¿Crees que tu hijo aún no nacido va a heredar el trono? Inconcebible.
Mi madre la observa con frialdad, mientras yo permanezco de pie, inmóvil, tratando de asimilar esta nueva bomba de información.
—No he dicho nada hasta ahora, pero ¿pensabas que no lo sabía? Tal vez hubieras engañado al rey, pero a mí te aseguro que no. Tras ocho años tratando de concebir sin éxito, de repente te quedas embarazada como si fuera un milagro. —Se echa a reír sin ganas—. Sólo tengo una pregunta, querida nuera. ¿Quién es el padre? Porque si ese niño es mi nieto, yo soy el papa de Roma.
Ni Helen ni yo estamos acostumbrados a ver a mi madre furiosa y es evidente que lo está, aunque su voz no muestre ninguna emoción. Observo la escena, pasmado, incapaz de poder asimilar lo que estoy oyendo, mientras Helen retrocede sin dejar de llorar.
—Cathe...
—El trono pertenece a mis hijos. Tú no eres mi hija y ese niño que llevas en el vientre no es mi nieto.
—Estaba desesperada —confiesa Helen, con la voz rota—. Nuestro futuro dependía de ello y la presión del rey se estaba haciendo insoportable.
—No me cabe ninguna duda.
Mi madre se aparta de ella mientras yo descifro lo que acabo de oír. Para el público, ahora que Namjoon ya no está entre nosotros, el hijo que espera Helen es el nuevo rey o la nueva reina de Inglaterra... y habría que elegir un regente para que reinara en su nombre hasta que alcanzara la mayoría de edad. El problema es que ya no estamos en el siglo XVI... aunque eso ya da igual, porque mi madre acaba de revelar que el bebé de Helen es ilegítimo.
—Me desterrarán —solloza Helen—. Me quedaré sin nada. Todo el mundo me odiará. Por favor, Cathe.
—Las únicas personas que sabemos de tu traición son sir Don, David Sampson y nosotros. —Mi madre me mira antes de volverse hacia Helen—. Y mi idea es que siga siendo así. Ahora bien, lo que haremos será saltarnos al bebé en la línea sucesoria. Estamos en el siglo XXI y un monarca no nacido sería el hazmerreír del mundo. La monarquía ya tiene demasiados frentes abiertos, no necesitamos dar munición extra a los que nos odian.
Las palabras de mi madre finalmente se abren camino en mi mente. ¿Saltarse al hijo de Helen en la línea sucesoria?
—¿Dónde está Tae?
Me llevo una mano al cuello, sintiendo su ahogo como si fuera mío. Si la corona no acaba en la cabeza del bebé, entonces irá a parar a la de Tae.
—Madre, ¿lo sabe él?
—Lo sabe. —Mi madre suspira.
Mi inquietud se magnifica. Dios mío, debe de estar destrozado.
Mi hermano deseaba la corona exactamente lo mismo que yo..., es decir, nada.
—Pero ¿dónde está?
El pánico se está apoderando de mí; necesito dar con él. Sé que tiene que estar pasándolo muy mal. Tengo que encontrarlo. Consolarlo.
—¡Madre! —grito, perdiendo la paciencia. Su reticencia a responderme me está volviendo loco.
Ella me mira y veo el dolor en su rostro, el dolor por la carga de la corona que ahora pasará a nuestro querido Tae.
—Helen, déjanos solos —ordena la reina consorte.
Mi cuñada sale inmediatamente del salón, hecha un mar de lágrimas. No me da ninguna pena; guardo toda mi compasión para Tae.
Cuando la puerta se cierra, mi madre se levanta y viene hacia mí. Yo retrocedo de manera instintivo, porque no me gustan sus súbitos cambios de actitud. Primero esa dureza tan poco habitual y ahora de nuevo amable y tranquilizadora.
—Jimin.
Trata de sujetarme las manos, pero las aparto, desconfiado, y retrocedo un poco más.
—¿Dónde está Tae? —insisto, apretando los dientes—. Dímelo, madre.
Encoge los hombros.
—No lo sé, ha salido huyendo.
—¡Esto es una locura! —grito, dirigiéndome hacia la puerta.
Debería poder llorar la muerte de mi padre y de mi hermano, en lugar de estar tratando de descifrar la red de mentiras y traiciones que ha tejido mi venenosa familia.
—Jimin, espera.
Por primera vez en mi vida, no le hago caso. Abro la puerta y salgo disparado en busca de Tae. No puede haber abandonado el palacio. Es imposible atravesar la verja hoy, así que tiene que estar cerca, en alguna parte. Me dirijo a la biblioteca, y al pasar junto a Davenport, veo su mirada ansiosa. Ni siquiera me detengo cuando Jungkook aparece, con Damon a su espalda.
—¿Habéis visto a Tae? —pregunto, sin detenerme, dejándolos atrás.
Entro en la biblioteca y ellos me siguen.
—No desde que volvimos —responde Damon.
—¿Qué pasa, Jimin? —pregunta Jungkook, con autoridad, aunque no trata de detenerme.
—Tengo que encontrar a Tae. El hijo no nacido de Namjoon no heredará la corona, se lo saltarán, y eso significa que Tae será el nuevo rey. Pero él no quiere ser rey; tengo que encontrarlo.
—Dios —susurra Jungkook, volviéndose hacia Damon—. ¿Alguna idea?
—¡El laberinto!
De pronto, se me enciende la bombilla y salgo corriendo a los jardines. Siempre se escondía allí cuando era niño; era lo más lejos que podíamos huir del asfixiante palacio. Con la adrenalina corriendo por mis venas, corro hacia los jardines traseros y cruzo el laberinto por el camino más corto hasta llegar al centro.
Al llegar al claro, lo veo. Está sentado en el suelo, apoyado en las espinillas de la estatua de nuestro abuelo, con una botella de whisky en la mano. Tiene la boina verde sobre el muslo, los ojos cerrados y la cabeza gacha.
—Tae.
Corro hasta él y me dejo caer de rodillas a su lado. El olor del whisky, intenso, sin diluir, me golpea la nariz. Levanta la cabeza con dificultad y entreabre los ojos. Está borracho, en un estado lamentable.
—Hermano —me dice, arrastrando las sílabas, y alza un brazo en mi dirección—. Qué agradable sorpresa.
Suspiro, pensando que el día de hoy nos ha superado a todos. ¿Cuánto más vamos a poder asumir? En estos momentos mi prioridad ahora es Tae.
Miro hacia atrás al oír el ruido de unos fuertes pasos. Damon y Jungkook han encontrado el camino. Niego con la cabeza cuando intentan acercarse, y ambos retroceden. Devuelvo la atención a mi hermano, tirado en el suelo, borracho.
—¿Te has enterado? —Me mira con un solo ojo abierto, luchando por enfocar —. ¿Has visto qué familia de mentirosos tenemos?
Suspiro y le quito la botella de la mano.
—Me he enterado.
—Devuélvemela.
Tae me reclama el whisky de mala manera, me arrebata la botella y da un buen sorbo. Mientras traga, ve algo a mi espalda que le hace soltar un gruñido amenazador. No estoy acostumbrado a ver a mi hermano así; Tae es famoso por su carácter desenfadado.
—¡Oh, qué bien! Nuestra madre se une a la fiesta.
Miro por encima del hombro y veo que, efectivamente, la reina consorte nos ha seguido. Su falta de aliento y el rubor de sus mejillas me dicen que ha venido corriendo. «¿Corriendo? ¿Mi madre?»
Me muerdo la lengua para no reprender a mi hermano mayor por su falta de respeto, no porque la mujer a la que se está dirigiendo sea la reina, sino porque es nuestra madre. Pero lo disculpo porque está furioso. Lo entiendo.
—Tae, las noticias nos han sorprendido a todos, pero emborracharte no ayudará en nada.
Él me mira, confundido. Poco a poco, las arrugas de su frente se alisan y echa la cabeza hacia atrás.
—¿No lo sabes? Ay, hermanito. Los escándalos no han acabado.
—Tae —le advierte nuestra madre, que ha seguido acercándose—. Aquí no.
—Si no se lo cuentas tú, lo haré yo —dice, arrastrando las palabras y sacudiendo la botella en el aire antes de dar otro largo trago.
Miro a mi madre, sabiendo que hay algo que me esta ocultando. Otra vez. Es realmente preocupante que mi madre parezca estar informada de todo. Se vuelve hacia Jungkook y Damon.
—Dejadnos solos.
Prefiero no pensar en qué debe de parecerle la presencia de Jungkook y sus consecuencias. Él da un paso adelante como si quisiera protestar, pero Damon lo detiene.
—Deberíamos darle a su alteza real un poco de privacidad con sus hijos — dice Damon, en voz baja, mientras Jungkook me mira buscando confirmación.
Sonrío cuando veo que pone el pulgar horizontal, a medio camino entre arriba y abajo.
—Estaré bien —lo tranquilizo—. Espérame en la biblioteca.
Tae se echa a reír a carcajadas. No sé qué demonios le parece tan gracioso, pero pienso que es su reacción al alcohol.
—Dile adiós, mister Hollywood.
—Tae, para ya —lo riño, porque no me gusta la expresión amenazadora de Jungkook.
Estoy seguro de que, si no fuera porque Damon está tirando de él para sacarlo del laberinto, Jungkook estaría ya sobre Tae, exigiéndole respeto a puñetazos.
—¿De qué va todo esto? —exijo saber.
Mi madre cierra los ojos y Tae sigue con sus carcajadas de loco.
—Vamos, madre. Cuéntaselo.
—Las cartas —susurra ella—. ¿Te acuerdas que oíste a tu padre hablar de unas cartas?
Claro que me acuerdo de las cartas.
—¿Qué pasa con ellas?
Me tambaleo un poco cuando Tae se agarra de mí para levantarse.
—Eran las cartas de dos amantes —declara Tae, en voz alta y orgullosa.
Me levanto mucho más rápido que él, confundido.
—¿Y quiénes eran?
—Bueno, una era nuestra madre, por supuesto.
Tae se echa a reír otra vez y pierde el equilibrio. Lo agarro antes de que caiga sobre la estatua.
Cada vez estoy más confundido.
—¿Madre?
—¡Sí! —exclama Tae, con voz cantarina, como si hubiera algo que celebrar —. Y el mayor Davenport.
Lo suelto y me vuelvo bruscamente hacia mi madre.
—¿Qué?
La reina agacha la cabeza, avergonzada, con los hombros caídos, algo nada habitual en ella.
—Es verdad.
—¿Tuviste una aventura con el mayor Davenport?
¿Con ese capullo frío y estoico? ¿El secretario personal de mi padre?
Ella inspira hondo, con los ojos cerrados.
—Sí.
Siento como se me va el aire de los pulmones.
—Y el rey lo sabía —confirmo yo, compartiendo la información que obtuve el día en que lo oí diciendo que no quería que las cartas cayeran en manos inadecuadas—. Lo sabía y mantuvo a Davenport a su lado. ¿Por qué?
—Fue su modo de castigarnos. —Mi madre me dirige una mirada sorprendentemente tranquila—. Tu padre era un hombre muy cruel, Jimin.
De pronto, lo veo todo claro: la distancia que mi madre siempre mantuvo respecto a Davenport, su cambio de actitud durante las últimas semanas, las miradas que se intercambiaban, la cara de Davenport, relajándose sólo cuando contemplaba a la reina consorte...
—Aún te quiere.
Ella no me responde y vuelve a colocarse la máscara inmutable.
—Tu padre se ocupó de que aquello acabara hace muchos años.
—Dios mío. —Busco apoyo en la estatua.
—Oh, pero si eso no es nada, hermanito...
Tae se ríe, tambaleándose hacia mí. Cuando se inclina para que nuestros ojos queden a la misma altura, está a punto de caerse. Su aliento es de alcohol puro.
—La historia entre el mayor y nuestra madre empezó en mil novecientos ochenta y uno. —Cierra un ojo, como si quisiera calcular algo—. Y el rey hizo que acabara en el ochenta y cinco.
Ladea la cabeza, esperando a que procese la información. Y cuando lo hago, me golpea como un ladrillo en la cara.
—Tú naciste un año después —susurro, volviéndome hacia mi madre—. No.
Trato de inspirar, pero el aire se niega a entrarme en los pulmones.
—¡Sí! —exclama Tae alegremente, dando una peligrosa vuelta sobre sí mismo—. Ese capullo estirado es mi padre. —Se echa a reír, pero es una risa histérica—. Así que todo este tiempo me han obligado a aguantar a esta ridícula familia de mierda sin comerlo ni beberlo. Éste no es mi
sitio.
—Taehyung, por favor —le suplica mi madre—. No seas así, claro que es tu sitio. Eres uno más.
—No es verdad, y todos estos años habría podido hacer lo que me hubiera dado la gana.
Su dolor me rompe por dentro. No sé a quién acudir para consolar primero, porque si Tae está destrozado, mi madre no lo está menos.
—Lo siento mucho, Tae —digo, porque no sé qué más decir.
Él hace un ruido burlón y rodea los hombros de mi madre con un brazo.
—No lo sientas Jiminie; pero si estoy encantado, joder. Eres tú el que me da lástima.
—¿Por qué? —pregunto, antes de que mi atontado cerebro pueda llegar a alguna conclusión lógica.
—Bueno, supongo que te das cuenta de lo que significa esto, ¿no? —Tae se inclina ante mí haciendo una reverencia muy exagerada que casi acaba con él en el suelo—. Majestad.
La sangre se me enfría en las venas cuando el significado de sus palabras atraviesa las barreras del dolor y el shock. El mundo desaparece debajo de mis pies y todo empieza a dar vueltas.
—No.
Doy un paso atrás y me golpeo el hombro al chocar con la estatua de mi abuelo. Pero no siento dolor, no siento nada. Esto no puede estar pasando. Alzo la cabeza y veo a Jungkook. No se había ido. Su cara, distorsionada por el dolor, me indica que él también ha entendido las consecuencias.
—Soy el Rey —murmuro, muy bajito. Tal vez, si nadie me oye, no se hará realidad.
«No puede ser. No es verdad. ¡No puede ser verdad!»
Pero lo es. Por doloroso que resulte, sé que es verdad.
—Soy el Rey de Inglaterra —repito, con mi voz rota.
Los ojos se me llenan de lágrimas mientras veo que Jungkook retrocede, como si él también quisiera huir de la realidad.
—No. —Niega con la cabeza violentamente—. ¡No, Jimin, no!
Se lleva las manos al pelo y tira con fuerza, mientras mis lágrimas caen sin freno.
Los acontecimientos han dado un giro cruel, tremendamente cruel, y no me refiero a la corona que tanto odio ni a las cosas que lo acompañan: la presión, el compromiso, la carga perpetua. Me refiero a lo único que no lo acompaña.
La única cosa en este mundo de lo que no puedo prescindir.
Mi chico Hollywood, Mi kook, Mi Jungkook.---------👑--------
Linduras este es el final de esta historia.
Espero que lo allan disfrutado.
¿Nos veremos en una segunda parte🤔?Xoxo
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MI ALTEZA ~KOOKMIN~
Ficção AdolescenteJimin es un Principe Rebelde. Jungkook un Actor Sexy de Hollywood. Una Pasion Prohibida, convertido en un Amor Prohibido. ¿Podran enfrentar todas las complicaciones que representa ser un miembro de la monarquia real para poder estar juntos? -----•...