"¡Vete al infierno!"
"De ahí vengo, ángel. Y, no hay forma de que me hagas volver"
Ambos estaban perdidos, en un lugar al cual no podían llamar hogar. Mientras que su mente lo único que lograba era confundirlos y no hacer nada fácil su estadía. Los...
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Sign of the Times – Harry Styles
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No había forma de que lo fuese a admitir. Ni siquiera dejaría que pasara por su cabeza. No.
Pero, estaba seguro de que aquella noche, en la que el ángel de cabellos rubios estuvo a su lado, vigilándolo, durmió bien. No recuerda cuanto tiempo pasó desde la última vez en la que pudo tener una pacifica noche; sin lagrimas secas en las mejillas al despertar, sin moretones en el cuerpo al día siguiente, sin gritos de espanto saliendo de su boca al abrir los ojos o aquel sentimiento de asfixia. Esta fue la primera vez que pudo tener paz.
Supuso que era de esperarse; es decir, Luke era un ángel. Todos ellos también tenían el trabajo de ser guardianes en algún punto de sus vidas, en otras palabras, cuidar de almas y asegurarse de que nada malo les pasara. Por lo tanto, si es que Luke aclamaba que su misión tenía que ver consigo, entonces él vendría a ser algo así como su propio ángel guardián, ¿verdad?
Eso haría que todo tuviese sentido. Esa tendría que ser la razón por la cual pudo dormir tan tranquilo toda la noche, no podía haber otra. No tendría porque haber otra. Simplemente, se negaba a que pudiera tratarse de algo más.
No dejaría que recuerdos sin algún sentido lo atormentaran. Luke solo estaba aquí para cumplir con su tonta misión de mandarlo al infierno (o bueno, antes), nada más. No podía dejar que sus emociones lo controlaran. Pero, era difícil.
Luke era la criatura más hermosa que vio en toda su vida. Portaba esta encantadora sonrisa, tal y como la recordaba; ese brillo en el rostro, que usaban todos los ángeles, resaltando sus mejillas, haciendolo ver encantar.
Ese era el mismo ángel que fue su perdición, y podía permitirse que lo volviera a ser en este lugar. No aquí.
Solo que, nada parecía funcionar. No importaba lo que intentara para olvidarlo, aquellos ojos azules volvían a su mente en el momento menos esperado. Como ahora.
—¿Michael? —la voz de la chica sonaba baja gracias a la música que sonaba a todo volumen, pero logró escucharla. Miró alrededor, por fin reaccionando y dándose cuenta de en donde se encontraba —. Te detuviste. Parecías... desconectado.
—Oh, sí. L-Lo siento —balbuceó. Su mirada pasó a los ojos de la chica de cabellos negros. Azules. Esto tenía que ser una mala broma —. Creo que deberíamos dejarlo para otro día.
—Pero, Michael... —insistió la pelinegra. Su mano sujetaba su muñeca, mientras un puchero le adornaba el rostro —. Tú dijiste que podíamos-
—Michael —el dueño de la voz, quien se encontraba en el otro lado de la cuerda de terciopelo rojo, la misma que dividía la parte preferencial del resto de club, llamó la atención de ambos. No pudo evitar soltar un suspiro de alivio; jamás se encontró tan agradecido con un ángel como ahora —. Te buscan en-
