Capítulo 5

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Me quedé inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Abrí la boca varias veces y otras tantas la cerré porque no se me ocurría nada que decir. Francine me miraba preocupada, quizá arrepintiéndose de haberme contado la verdad. Trató de tocarme, pero me aparté con brusquedad.

—Las mujeres no tienen magia —murmuré al fin.

—Te equivocas.

Me giré con un sobresalto al escuchar la voz de una mujer que no era Francine. Ya no estábamos solas en la habitación y yo ni siquiera me había dado cuenta de que había entrado alguien más.

La mujer que había en el umbral de la puerta era probablemente la más hermosa que había visto en mi vida. Su piel clara como la de una muñeca de porcelana contrastaba con su largo cabello azabache. Un sencillo vestido de color negro se abrazaba a su delicada figura, muy diferente del cuerpo robusto de Francine y mi propia silueta flaca y sin apenas curvas. Habría sido aún más hermosa si su rostro no estuviera contraído por una mueca de disgusto, que supe de inmediato que iba dirigida hacia mí.

—Lisette. —Francine se levantó de la cama de golpe, nerviosa como una niña a la que han descubierto haciendo una travesura.

La mujer se acercó a nosotras tan ligera que parecía que sus pies no tocaran el suelo. Miró la bandeja con comida que Francine había traído, cruzó los brazos en el pecho y resopló.

—Solo los hombres tienen permitido hacer magia, pero nosotras también podemos poseerla. Y, por supuesto, cualquier hijo nuestro la puede heredar —explicó, sin dirigirse hacia mí. Parecía que había decidido fingir que yo no estaba allí.

Parpadeé, más confundida que antes con su explicación. Yo sabía de la existencia de los magos, hombres poderosos al servicio del rey. Nunca había conocido a uno, pero circulaba el rumor de que uno de los chicos de un pueblo vecino había descubierto que tenía magia siendo un niño, por lo que fue reclutado y ahora vivía rodeado de lujo. La magia era un don extraño y peligroso que siempre había considerado ajeno a mí, lejos de mi pequeño mundo.

—Es un error —insistí—. Es imposible que tenga magia.

Lisette volvió a resoplar.

—Si estás aquí, es evidente que sí. El polvo de estrella no miente.

—¿Polvo de estrella? —pregunté.

Lisette chasqueó la lengua.

—¿Es que no sabe nada? —le dijo a Francine. Ella se encogió un poco, lo cual terminó de confirmarme que Lisette era digna de temer—. El polvo de estrella se extrae de las minas del norte. Aquel que lo ingiera es capaz de detectar la magia. Se supone que solo los magos están autorizados a usarlo, pero cualquiera es capaz de adquirir una bolsita si paga lo suficiente.

—Así es como nos encuentran a la mayoría de nosotras —terminó Francine—. Seguramente guio hasta a ti a los hombres que te secuestraron.

Me noté de nuevo mareada. Era demasiada información y no estaba segura de entenderlo todo. Pero tenía sentido. Aquellos bandidos habían venido buscándome y habían estado dispuestos a matar. Si de verdad mi sangre tenía algo parecido a la magia, el polvo de estrella los habría atraído hacia mí. Había puesto en peligro a la gente que amaba.

—Oh, Anna, estás pálida otra vez —comentó Francine, preocupada. Quitó el plato con el trozo intacto de tarta de mi regazo y la taza de té que aferraba con fuerza como si mi vida dependiera de ello—. Vamos, acuéstate. Mañana cuando estés mejor te lo explicaremos todo, ¿verdad, Lisette?

Pero ella ya se había marchado hacia la que supuse que era su cama y no nos prestaba atención.

Francine se quedó un rato más a mi lado, acariciándome el pelo con gesto maternal, hasta que pensó que me había quedado dormida y se marchó a su propia cama.

La concubina (El Valle #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora