El bebé era una criatura diminuta, rosa y arrugada. Había nacido antes de tiempo, pero escuché a Lisette decirle a Cora que sus pulmones respondían bien y que quizás viviría.
Cora estaba pálida y sostenía al bebé contra su pecho mientras lo arrullaba. Sus ojos, quizás por primera vez desde que la conocía, mostraban emoción.
Siguiendo las órdenes de Lisette, Francine y yo quitamos las sábanas manchadas y las cambiamos por unas limpias. Se suponía que era trabajo de los sirvientes; sin embargo, Lisette no quería que nadie irrumpiera en la intimidad de Cora.
—Me darás las gracias cuando tú tengas que parir —espetó. Yo no había protestado en ningún momento, pero ella se veía en la necesidad de recordármelo por alguna razón.
Estábamos cargando con las sábanas sucias hacia la cocina para que los sirvientes se encargaran de lavarlas cuando el señor Auclair apareció, acompañado de un hombre mayor y canoso, con un denso bigote. El señor Auclair estaba visiblemente cansado y parecía algo irritado.
—¡Señor! —exclamó Francine en tono alegre—. El parto ha ido bien. Es un niño.
El señor Auclair le sonrió un poco. Su mirada se cruzó brevemente con la mía antes de que él y su acompañante fueran hacia las escaleras.
Francine y yo subimos también después de terminar nuestra tarea. Ella decidió volver a nuestra habitación a descansar un poco tras la noche en vela, pero yo le dije que tenía que pasar al baño. Me sentí un poco mal al mentirle, pero la curiosidad me carcomía. Me acerqué a la puerta abierta de la guardería, apoyé la espalda en la pared donde ninguno de los que había dentro pudiera verme y observé por el resquicio de la puerta.
Cora seguía en su cama acunando al bebé. El señor Auclair estaba junto a la cama, contemplando con ternura al recién nacido, a su posible heredero. Lisette se había apartado a un rincón, pero sus ojos atentos no perdían detalle de los movimientos de los recién llegados. El hombre mayor, que debía ser el doctor Vandame, sacó una bolsita que llevaba colgada al cuello y vertió su contenido en la palma de su mano.
No tuve que pensar mucho para saber que era el famoso polvo de estrella. Lo vi llenar su dedo con el polvo y llevárselo a sus labios. Desde donde estaba no parecía nada espectacular, con un tono y textura muy parecido a la ceniza.
El doctor Vandame esperó un momento y luego parpadeó como acabara de despertar de una ensoñación. Miró a su alrededor, deteniéndose en Lisette, en Cora y, para mi horror, en mí.
«Estúpida, estúpida», pensé. Evidentemente una pared no era suficiente para protegerme del polvo de estrella.
Sin embargo, el doctor me ignoró y en su lugar volvió a centrarse en la cama, en la madre y el bebé.
—No tiene magia —concluyó—. Es un bebé normal.
Los arrullos de Cora cesaron. Desde su rincón, Lisette apretó los labios, pero no se movió.
—Es un error —aseguró Cora—. Mírelo otra vez.
—Ya lo he visto, muchacha —dijo el doctor en tono condescendiente—. El polvo no miente. El niño no tiene magia.
Entonces ella rompió a llorar desconsolada. Lisette corrió a su lado y empezó a acariciarle el pelo mientras murmuraba algo que no alcanzaba a entender.
El señor Auclair dio una palmadita sobre el hombro de Cora.
—Descansa. Mañana hablaremos —aseguró—. Ha sido una noche larga para todos.
Me fui corriendo hasta nuestra habitación antes de que ellos salieran. Francine estaba sentada sobre su cama, en camisón. Sus ojos eran tristes y sus labios estaban torcidos en una ligera mueca que pretendía ser una sonrisa resignada.
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La concubina (El Valle #1)
FantasyEl día de su boda, Anna es secuestrada y entregada al hijo de un rico comerciante. A partir de entonces pasa a formar parte de su corte de concubinas como una más. Nunca se ha considerado especial, pero al parecer tiene algo que la convierte en un b...