Capítulo 2

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Viajamos a caballo durante días, recorriendo caminos escondidos y evitando las carreteras más concurridas. Al segundo día empecé a perder la esperanza de que alguien viniera a rescatarme y simplemente me resigné, pensando que eso me haría más fácil el camino. Poco después mis secuestradores me permitieron ir sentada delante de uno de ellos en lugar de como carga. Pensé que habían bajado un poco la guardia y me daría la oportunidad de salir corriendo y buscar ayuda, pero hacían turnos para vigilarme.

Por las noches, nos deteníamos a un lado del camino para descansar. Se limitaban a atarme a un árbol y a reír y beber, celebrando la buena fortuna que supuestamente yo iba a traerles.

Aún no sabía por qué era tan importante para ellos. Si hubieran querido pedir un rescate se hubieran llevado a Maeve. Si sus intenciones eran otras más oscuras, yo no era siquiera la chica más bella de la aldea. Además, ninguno de ellos me había tocado o parecía tener intenciones de hacerlo. Se habían tomado demasiadas molestias por hacerse con la hija de un humilde cazador. ¿Por qué? ¿Qué querían de mí? ¿Dónde me llevaban?

Cada vez que intentaba hacerle esas mismas preguntas a los bandidos, se limitaban a gruñirme y a amenazarme con pasar el resto del trayecto amordazada.

Al séptimo día divisé a lo lejos una ciudad. Nunca había salido de mi aldea, como mucho había visitado aldeas vecinas con Maeve. Aquel lugar lleno de casitas que parecían trepar por la ladera de la montaña me parecía salido de un sueño. Me habría maravillado ante la vista de encontrarme en otra situación.

Sin embargo, los hombres no llegaron a entrar en el territorio de la ciudad, a excepción de uno de ellos. El resto desmontaron de los caballos y se pusieron a jugar a las cartas o se tumbaron a descansar bajo el sol. Yo me quedé sentada sobre la hierba, todo lo alejada de ellos que me permitían, mirando el humo de las chimeneas flotar hasta desaparecer en el cielo.

Al anochecer, el bandido volvió, pero no lo hizo solo; un hombre desconocido que conducía un carruaje apareció tras él poco después.

El recién llegado me miró y sus labios se torcieron en una mueca.

—¿Esta es? —preguntó.

El bandido que yo suponía que era el jefe del grupo me agarró del brazo y me llevó hasta el carruaje para que pudiera verme más de cerca.

—Es fea —observó—. No voy a poder obtener muchos beneficios por ella.

El bandido se encogió de hombros.

—Si no la quieres, buscaré otro comprador.

¿Comprador? Abrí mucho los ojos, aterrada.

—Te doy quinientas monedas. Ni una más —dijo el recién llegado—. Y te advierto, amigo, que no encontrarás a nadie en esta parte del reino que te dé más que eso.

Me encogí cuando noté las miradas de los dos hombres puestas sobre mí. Uno parecía calcular si merecía la pena pagar ese precio por mí, mientras que otro sopesaba si el dinero que recibiría merecía la molestia de haberme traído hasta aquí.

Al final, después de un momento que me pareció infinito, el líder dijo:

—De acuerdo, quinientas monedas. —Extendió la mano hacia el hombre del carruaje y este dejó caer sin ningún cuidado una bolsa repleta de oro.

—Ponla en la parte de atrás —ordenó.

Entre el líder y otro de los bandidos me llevaron a rastras mientras yo pataleaba. Les prometí pagarles el doble de oro que aquel hombre si me devolvían a casa, aunque mi padre no había reunido quinientas monedas de oro en todos sus años como cazador. Pero estaba desesperada. Les habría prometido cualquier cosa que me pidieran con tal de que no me entregaran a un futuro incierto.

La concubina (El Valle #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora