A la mañana siguiente, Francine estaba como si nada hubiera pasado. Me encontré con ella en la cocina mientras servía alegremente el té a Cora y a las niñas. Lisette no estaba por ninguna parte.
—¡Anna! —me saludó—. Buenos días, cariño, siéntate a comer algo.
Yo la miré de soslayo. No sabía qué le había pasado ayer y si era algo de lo que debía preocuparme. Quizás preguntarle a ella no sería lo más educado, pero la otra que podía saber algo era Lisette, y dudaba que fuera a decirme algo. Cora probablemente no se habría enterado de nada, ausente como parecía estar siempre.
Decidí esperar. Si Francine quería que yo lo supiera, me lo contaría a su debido tiempo. Si no, tendría sus razones.
—Hace una mañana estupenda. —Francine llenó una taza de té para mí y le di las gracias con un murmullo—. Había pensado en hacer un pícnic en los viñedos con las niñas. Dentro de poco estará aquí el invierno y tenemos que aprovechar. ¿Te apetece venir?
Asentí, pensando que sería una buena oportunidad de estar a solas con ella. Francine sonrió.
—Estupendo, voy a preparar la cesta con la comida. —Dio media vuelta y entró corriendo en la despensa, canturreando.
Cora dejó su taza de té, todavía medio llena, en su platito.
—Me duele la cabeza, Anna, voy a acostarme un rato —dijo.
Me sorprendí. Era la primera vez que se dirigía a mí directamente. Habría pensado que tenía algo en mi contra de no ser porque apenas la había escuchado hablar con nadie que no fueran las niñas. Se levantó, sosteniéndose la prominente barriga con una mano, y caminó con esfuerzo hacia las escaleras. Según Francine, le quedaban menos de dos meses para dar a luz y el señor Auclair estaba emocionado por conocer al que podía ser su heredero.
Me pregunté si debía ofrecerle ayuda para subir, pero Francine regresó antes de que pudiera decidirme. Iba cargada con una cesta, carne en conserva, queso, pan, varios frascos de mermelada de diferentes sabores, una barra de mantequilla y manzanas. A duras penas podía equilibrarse para sujetarlo todo, así que corrí hacia ella para evitar un desastre.
—Gracias, Anna —resopló—. Normalmente es Loïc el que me ayuda con estas cosas, pero hoy es su día libre.
Entre las dos, preparamos unos bocadillos y lo guardamos todo en la cesta. Francine añadió también una botella de leche fresca, platos, cuchillos de mantequilla y copas de cristal.
—¿Estás segura de que no se romperá nada? —pregunté, mirando la precaria colocación de la frágil vajilla en la cesta.
—Tranquila, he hecho esto un millón de veces. —Me guiñó un ojo y cubrió la cesta con una manta—. ¡Sophie, Inès!
Las dos niñas acudieron corriendo a su llamada. Aunque era Cora la que se encargaba de cuidarlas, las dos parecían sentir adoración por Francine y solían rondar a su alrededor como patitos. Después de una breve disputa entre ellas para ver cuál iba de la mano de Francine y cuál de la mía, decidí ofrecerme a llevar la cesta para que Francine pudiera agarrar a una niña con cada mano.
Las cuatro salimos de la casa por la puerta de la cocina. Después de atravesar el pequeño huerto de la propiedad, llegamos a la zona de los viñedos. La época de vendimia había sido antes de mi llegada, pero Francine me había contado que casi todos los habitantes de la aldea cercana acudían a recoger la uva. Los días se llenaban entonces de música y bullicio. Al final de la temporada, los aldeanos celebraban, con el permiso del señor Auclair, una fiesta en la colina, donde comían, bebían y bailaban hasta el amanecer. En confidencia, Francine dijo que todos los años pensaba en escaparse y unirse a ellos, pero se arrepentía en el último momento.
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La concubina (El Valle #1)
FantasyEl día de su boda, Anna es secuestrada y entregada al hijo de un rico comerciante. A partir de entonces pasa a formar parte de su corte de concubinas como una más. Nunca se ha considerado especial, pero al parecer tiene algo que la convierte en un b...