Capítulo 6

1.9K 138 9
                                    

Los días pasaron como en un sueño. Poco a poco me fui acostumbrando a la casa y fui conociendo a fondo a sus habitantes. Cora y Lisette me ignoraban la mayor parte del tiempo, pero Francine siempre estaba ahí, esforzándose por hacer que me sintiera cómoda. Me explicó que el señor Auclair era el nieto de un rico vinatero. Su padre había convertido una pequeña bodega en todo un imperio del vino, y también había sido el que le regaló la primera concubina, Cora, cuando cumplió la mayoría de edad. Lisette y Francine se le unieron poco después.

Yo no había entendido por qué tanto interés en un heredero que portara magia, pero, según contó Francine, los magos eran los únicos que conseguían títulos nobiliarios y el honor de formar parte de la corte del rey. Los Auclair querían dejar de ser plebeyos ricos y convertirse en nobles. Y no eran los únicos, de ahí la gran demanda de concubinas.

—Somos afortunadas —me dijo Francine—. Vilem tiene dinero para permitirse más de una concubina. Imagina ser la única y tener ese peso sobre los hombros.

Me gustaba su compañía; estar a su lado hacía que todo me pareciera más llevadero. Pero, de vez en cuando, conseguía escabullirme de su vigilancia y deambulaba por la casa y los jardines. La parte superior del ala este estaba reservada para nosotras, pero al señor Auclair no le importaba que visitáramos el resto de su mansión. Lisette, por ejemplo, casi nunca estaba en nuestros aposentos y Francine adoraba sentarse a bordar en la cocina, sobre todo mientras Loïc cocinaba. Con el malestar del embarazo, era raro que Cora saliera de la guardería.

No había hablado con el señor Auclair desde nuestra conversación en las escaleras. Me sentía aliviada, pero también un poco nerviosa. ¿Y si había decidido que yo no era lo que esperaba? ¿Y si quería devolverme a aquel horrible lugar? Sin embargo, Francine me decía que le preguntaba por mí, cómo me iba adaptando a vivir aquí.

—Pasé siete años en una casa de entrenamiento y vi a muchas chicas ir y venir —me comentó una tarde mientras tejía unos patucos para el futuro bebé de Cora—. Te aseguro, Anna, que nunca había presenciado un caso como el tuyo. Lo encandilaste a primera vista.

Yo, que había aprendido lo básico de costura y no tenía ni de lejos su talento, me dedicaba a ovillar la lana mientras tanto.

—No sé qué es lo que vio —confesé—, pero estoy agradecida de que me sacara de allí. No estoy segura de que vaya a hartarse de mí y a devolverme.

—Créeme, Anna, Vilem tiene buen ojo para los negocios o no estaría donde está. Supo que el trato que hacía era bueno.

Su intento por tranquilizarme solo me llenó de desazón. Yo había dejado de ser una persona para convertirme en una propiedad, algo que se compra y se vende.

Francine dejó de tejer, me agarró la mano y dio un suave apretón.

—Sé que no te gusta estar aquí, pero Vilem es un buen hombre —me aseguró—. Nos aprecia, y aprecia a sus hijas. Tenemos todo lo que podamos desear.

Miré hacia la mesa, donde estaban sentadas Sophie e Inès dando buena cuenta de las galletas que Loïc había horneado para ellas. Eran traviesas y curiosas como todas las niñas. Francine me había dicho que el señor Auclair pagaría una institutriz para ellas cuando tuvieran la edad apropiada. Las educaría como auténticas damas, les buscaría matrimonios con hombres de familias decentes. Ambas habían sido examinadas con polvo de estrella al nacer y ambas llevaban la magia en la sangre, lo que las hacía valiosas. Su destino no era convertirse en simples concubinas.

—Nosotras estamos muy contentas de que estés aquí —añadió Francine, antes de soltarme la mano y volver a su labor.

—No creo que Lisette opine lo mismo —repliqué. No podía hablar por Cora porque ella era un misterio para mí. A veces no me quedaba claro que supiera aún de mi existencia.

La concubina (El Valle #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora