Capítulo 17

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Me encontré con el señor Auclair en la cocina a la mañana siguiente. Estaba hablando de algo con Loïc, pero ambos guardaron silencio al verme entrar.

—Buenos días, Anna —saludó Loïc, más serio que de costumbre.

—Buenos días, Loïc —respondí yo. Luego me giré hacia mi amo—. Señor Auclair.

Las otras chicas se habían levantado antes que yo y ya habían terminado de desayunar, cosa que agradecí cuando el señor Auclair me dedicó una de sus deslumbrantes sonrisas y no pude evitar sonrojarme.

—Anna, ¿descansaste bien ayer? —preguntó.

—Sí, señor, gracias por haberme llevado al baile. Fue divertido.

El señor Auclair rio.

—Quería hablar contigo, pero creí que estarías demasiado cansada.

Loïc se dio cuenta de que interrumpía una especie de momento íntimo y se marchó de la cocina para dejarnos espacio. En cuanto estuvimos solos, el señor Auclair se acercó más a mí. Sus brazos fuertes me rodearon la cintura y me pegaron a su cuerpo.

—No sé si llegué a decirte lo hermosa que estabas, pero lo repito ahora —comentó.

Me quedé sin aliento mirando sus intensos ojos. Quise decir algo, pero solo logré balbucear. Era demasiado temprano para pensar con coherencia en una situación así. En cuanto él se agachó y me besó en los labios, casi di un brinco, pero lo correspondí gustosa. Sin embargo, se separó unos instantes después, dejándome acalorada.

No tuve mucho tiempo para recuperarme, ya que él acercó la boca a mi oído y susurró:

—Esta noche quiero hacerte el amor. Te espero en mi habitación después de cenar.

Las piernas me temblaron de la emoción. Por fin, después de tanto tiempo pensando que había dejado de gustarle. Asentí apenas y no le quité la vista de encima cuando me soltó y se fue, dejándome sola con mis pensamientos y un profundo deseo retorciéndose en mis entrañas.

Pasé el resto del día como en un sueño. Solo me espabilé un poco durante la cena, cuando me di cuenta de que Francine no había bajado. Todo era mucho más lúgubre cuando ella faltaba.

—¿Dónde está Francine? —pregunté.

Cora, que desmigaba con desgana un trozo de pan, respondió sin levantar la vista de su plato.

—No se encuentra bien.

Miré a Lisette, esperando que ella pudiera decirme algo más, pero se limitó a resoplar. Su desinterés no me molestó; desde que sabía la verdad sobre ella, había cambiado mi forma de verla. Me parecía increíblemente frágil con su vestido negro, como una viuda demasiado joven. Una parte de mí quería conocer a la mujer que había sido antes de Mélodie, la comadrona que amaba tan intensamente que la pérdida de ese amor la había quebrado. Quizá algún día sería capaz superar su pérdida y dejar atrás el color negro, pero algo me decía que eso no ocurriría jamás dentro de estos muros.

Me quedé en la mesa incluso cuando las demás se retiraron. Normalmente un sirviente se encargaba de limpiar y fregar la vajilla. Esta vez, sin embargo, insistí en hacerlo yo para postergar la visita al señor Auclair. No era que no quisiera ir, pero estaba nerviosa, más que la primera vez.

Cuando terminé, subí a los aposentos de las concubinas y me metí en la bañera, esperando que el agua caliente sirviera para calmarme.

Tardé un buen rato en escoger un vestido. No quería ir demasiado formal y tampoco parecerle una descuidada. Al final, me puse el vestido azul que había llevado la primera vez que visité su dormitorio. No era apropiado para esta época del año, pero no contaba con usarlo demasiado tiempo. No me olvidé llevar también el collar de la rosa.

La concubina (El Valle #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora