El hermano del señor Auclair murió el día que acababa la vendimia. Poco después, llegó un mensajero con una carta anunciando su fallecimiento y mi amo se vio obligado a partir de nuevo a la capital para organizar el funeral. Ni siquiera tuvo tiempo de asimilar la noticia.
—Volveré lo antes posible, Anna —me prometió, besando mis manos con ternura—. Estaré aquí para acompañarte cuando nazca el bebé.
Lo vi partir sentada en el porche. Daba gracias por la brisa otoñal que había empezado a soplar por las tardes y que ayudada a aliviar el calor que sentía todo el rato. Nunca había pensado que fuera fácil estar embarazada, pero vivirlo estaba siendo una experiencia mucho más dura de lo que creía.
Sin contar los dolores, el querer orinar a cada rato, la hinchazón de piernas, tener náuseas y mucho apetito al mismo tiempo, el embarazo me había vuelto fatalista y sentimental. A veces lloraba de pensar en mi aldea; otras, de pensar en Cora y en Francine. No había vuelto a saber nada de esta última, aunque había oído a un sirviente decir que Loïc y ella se habían casado y marchado de la ciudad. Me gustaba pensar que era cierto y que estaba empezando de cero lejos de aquí.
Al anochecer, me cansé de estar ahí sentada y decidí volver a la casa, sal vez sentarme a coser algo hasta que tuviera ganas de dormir. Otra cosa que echaba de menos era el descansar bien por las noches. Cualquier posición me acaba resultando molesta pasado un rato y las piernas se me entumecían si estaba inmóvil demasiado tiempo.
Lisette era la única que se encontraba en la sala común. Cora no había salido de la habitación en todo el día y las niñas ya estaban acostadas.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Lisette, levantando la vista del libro que estaba leyendo.
Suspiré.
—Bien, aunque no me gusta que el señor Auclair deba marcharse tanto tiempo.
Lisette hizo una mueca.
—Quizá sea lo mejor. Lo único que puede hacer aquí es estorbar.
No me gustaba cuando hablaba así de él. Sabía sus motivos para que no le gustara y normalmente lo respetaba, pero no pude quedarme callada esta vez.
—No tendrás que seguir viéndolo por mucho tiempo.
Lisette arrugó el ceño y dejó el libro en el brazo de su butaca.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó.
Me crucé de brazos, un gesto que debió resultar bastante ridículo con mi enorme tripa de por medio.
—Estaba esperando que tú misma me lo contaras, pero parece que todos estos meses no han servido para que dejes de considerarme tu enemiga.
—Anna, de verdad que no entiendo lo que...
—Sé que piensas que soy estúpida, Lisette, pero no sigas fingiendo que no sabes a lo que me refiero. —Quería dejar de hablar. Había estado posponiendo el momento de confrontarla por no haberme dicho que se marchaba, pero sabía que el tiempo se me agotaba. La ausencia del señor Auclair era el momento perfecto para que ella escapara; nadie la echaría de menos en un tiempo y eso le daría una gran ventaja.
Lisette se levantó de la butaca. No parecía enfada de que hubiera descubierto su secreto, ni siquiera sorprendida de que lo supiera.
—Quería decírtelo antes —aseguró—. Hay un motivo.
—Me prometiste que ibas a estar conmigo en el parto —le espeté, con los ojos llenos de lágrimas—. Y ni siquiera has tenido el valor de contarme que te vas. ¿Ibas a esperar a que me despertara un día y descubriera que ya no estabas?
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La concubina (El Valle #1)
FantasyEl día de su boda, Anna es secuestrada y entregada al hijo de un rico comerciante. A partir de entonces pasa a formar parte de su corte de concubinas como una más. Nunca se ha considerado especial, pero al parecer tiene algo que la convierte en un b...