Una semana después de nuestro primer encuentro, el señor Auclair volvió a llamarme. Sin embargo, no me esperaba en su habitación, sino en el gran comedor de la mansión, donde solía cenar solo todas las noches.
Pero esa noche había un plato extra para mí, justo frente a él. Con un sencillo gesto con la mano, me pidió que me sentara.
Yo no iba vestida para una cena elegante. Había estado ayudando a los sirvientes que se encargaban de cuidar del huerto y llevaba los bajos de la falda llenos de barro. Sin embargo, me senté en aquella mesa digna de una dama y enrojecí al notar que el señor Auclair no me quitaba la vista de encima.
—¿Cómo está yendo todo? —preguntó—. ¿Te vas adaptando?
Un criado entró y empezó a servirnos un plato de sopa de especias.
—Sí, todas son muy amables —respondí.
No empecé a comer hasta que no lo hizo él. Agarré un panecillo del cesto y le di un mordisco.
—¿Y cómo has estado desde lo nuestro? —preguntó. El tono sugerente de su voz fue suficiente para que no me cupiera duda de a qué se refería.
Casi me atraganté con el pan. Tosí un poco y tragué. La dura corteza me hizo daño en la garganta.
—Bien —contesté, enrojeciendo hasta la raíz del cabello—. Todo bien.
Francine había pasado unos días revoloteando a mi alrededor, pidiéndome que reposara. Al parecer, tenía miedo de que no me quedara embarazada si no guardaba cama los primeros días. Me soltó un sermón cuando vio que había empezado a ayudar a cuidar del pequeño huerto de la propiedad, escandalizada. Solo cuando mi periodo llegó regularmente, dos días después de haber dormido con el señor Auclair, me dio permiso para salir.
—He estado pensando —empezó a decir el señor Auclair después de un rato de silencio— que quizás te gustaría venir conmigo a una fiesta.
Lo miré sin entender.
—¿Una fiesta?
Él dejó los cubiertos y se reclinó en su silla.
—Sí, es como esos bailes que celebráis por el inicio del invierno. —Me pregunté a quién se estaba refiriendo. En mi aldea había una fiesta por el solsticio pero había supuesto que en otros lugares también era así.
—Señor, no creo que esas fiestas sean el lugar adecuado para mí —repliqué.
Él enarcó una ceja.
—¿Por qué no?
Me señalé con una mano. Eso tenía que ser suficiente para hacerlo entender. Sin embargo, solo logró sacarle una risotada.
—Anna, Anna, no te preocupes. No es raro que un hombre soltero vaya acompañado de su concubina. Encajarás bien allí.
No quise recordarle que yo no era exactamente una concubina. No había sido educada durante años para ser una correcta compañera de mi señor, como sí lo habían sido las otras. Seguramente Lisette era la opción más adecuada; ella se comportaba casi como una dama de alta alcurnia, con sus vestidos modestos, su belleza delicada y sus amplios conocimientos de cualquier tema.
Pero el señor Auclair no había escogido a Lisette, sino a mí, la pobre e inculta Anna. Eso me hacía sentirme más orgullosa de lo que quería admitir.
—Iré —acepté—. Aunque le ruego que me disculpe si no sé comportarme. Nunca he estado en esa clase de eventos.
—No te preocupes, me ocuparé de eso. —Me guiñó un ojo y siguió comiendo.
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La concubina (El Valle #1)
FantasyEl día de su boda, Anna es secuestrada y entregada al hijo de un rico comerciante. A partir de entonces pasa a formar parte de su corte de concubinas como una más. Nunca se ha considerado especial, pero al parecer tiene algo que la convierte en un b...