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Jung Hoseok era un omega lindo, demasiado lindo, poseía una linda pastelería en el centro de Seoul, muchos le decían que era demasiado cliché que un omega tan bonito como el tuviera esa ocupación.
Pero eso a él no le importaba, amaba la repostería, ¿Qué importaba si era cliché? Eso era lo que le gustaba y le llenaba, así que eso era suficiente para el.
Aquella mañana su día comenzó como de costumbre, así que para las ocho de la mañana ya estaba empaquetando pedidos que serían recogidos minutos más tarde.
El tintineo de la puerta llamo su atención, obligándolo a dejar de lado los postres que estaba empacando.
-Bienveni...-Su sangre se heló y el tiempo pareció detenerse por completo, como si de un momento a otro alguien ajeno a él, hubiera pulsado pausa en el control que controlaba su vida.
Tragó saliva, aquella persona se estaba acercando a él mientras hablaba, pero era incapaz de escuchar lo que decía, era incapaz de moverse.
-Me alegra encontrarte por fin Hoseok.-Sonrió el pelinegro recién llegado.-Sigues siendo igual de hermoso que hace seis años.
Sus manos temblaban, su garganta era incapaz de producir palabras o algún tipo de sonido. Seo _______ estaba frente a él, mirando como se derrumbaba todo lo que le había costado años conseguir, y abriendo aquella caja de recuerdos que había puesto bajo llave en lo más profundo de su alma.
-¿Qué haces aquí?-Finalmente pudo preguntar, sin embargo su voz parecía morir con cada palabra que soltaba.
-Sabes bien porque estoy aquí Hoseok.-Lo sabía, por supuesto que lo sabía, pero aún así temía que esa fuera la razón.
El miedo inundó su pecho hasta el punto de asfixiarlo, habia una sola cosa de la cual el omega estaba seguro, no le quitarían a su hijo.
Por qué sí, Jung Hoseok era un omega lindo y con un hijo de cinco años.
