PASADO
Matt.
—Mientras vivas bajo mi techo harás lo que te ordeno y puedes comenzar a olvidarte de esa estúpida idea de ir a Alejandra. No te ayudaré a pagar esa escuela. Te di opciones y las debes aceptar.
Dejo de mirar a mi padre para posar mi vista en mi madre, ella no ha dicho nada, aunque anteriormente hablé con ella para que me ayudara. Le estuve comentando sobre la escuela de música en Alejandra, sé que es costosa, pero está entre sus posibilidades poder pagarla.
—Mamá...—mueve su cabeza en una negativa, obvia señal de que no dirá nada.
Thomas Miller es quien tiene la primera y la última palabra, así que mi intento de poder hacer lo que me gusta se fue por la borda.
—Te recomiendo Matt para tu estabilidad, que vayas saliendo del club de música del instituto y consigas inmediatamente un puesto en el equipo de fútbol —ante las palabras de mi padre, mi madre agacha la cabeza. Le contó sobre el club, rompió nuestra promesa.
Me dirijo hacia mi habitación y ahí en la cama está ella. Con las cuerdas rotas. Mi ira va en aumento cuando encuentro las cuerdas de repuesto despedazadas.
...
Estoy presente, pero es como si no estuviera aquí. Mi padre está hablando con el entrenador, quien lo pone al tanto de mis avances y lo que debo mejorar, acuerdan añadirle más entrenamiento a mi horario. En verdad se empeña en que olvide la música, pero no lo voy a complacer. Dejo de mirar a la nada cuando aparece en mi campo de visión como es habitual en él, con su rostro bañado de seriedad.
—Termina tu entrenamiento y vuelve inmediatamente a casa. No querrás que me llegue a enterar que te desvías —sin despedirse se va y yo vuelvo a lo mío.
...
Verifico que todos estén dormidos. Sin hacer ruido subo a la azotea de la casa y me acuesto mirando hacia el cielo estrellado. Una nube cubre la luna, pero aún se puede percibir su luz. Sin despegar mi mirada de la hermosa imagen que mis ojos captan comienzo a cantarle a mis acompañantes.
Les dedico las mismas palabras que les he dedicado antes. Siendo ellas las testigos de mi falta de inspiración.
Vuelvo a la calidez de mi habitación cuando el frío se me hace insoportable y trato de conciliar el sueño porque mañana será un día muy ajetreado.
...
—¡Buen juego, Miller!
Asiento hacia los compañeros que palmean mi espalda cuando pasan trotando hacia los vestidores. Estoy molido de pies a cabeza. Al entrenador le pareció buena idea hacer un juego entre nosotros cuando finalizamos el entrenamiento. Cuando entro a los vestidores la mayoría de mis compañeros están terminando de alistarse.
Ya estando completamente solo procedo a ducharme rápidamente. Listo, tomo mis pertenencias y salgo. Caminando me dirijo a una cafetería de 24 horas, aproximadamente me lleva 10 minutos. Como no hay nadie tomo asiento. Me quedo un rato prendado al estilo ochentero que desborda el lugar. Una chica de cabello negro toma mi pedido cuando se va, saco de la mochila de entrenamiento un cuaderno y un lápiz.
Intento de nuevo volver a escribir, no hay nada que me inspire, solo la frustración de no hacer lo que en verdad me apasiona. Antes de descartar la idea de escribir sobre eso, escribo algo. Las palabras que logré plasmar las leo en susurros.
—Eso suena muy triste —levanto mi cabeza para buscar la dueña de la voz.
No hay nadie.
—¿Hola? —una suave risa se hace presente en el lugar.
—Estoy detrás de ti, pero mejor no voltees. ¿Te gustaría desahogarte?
—Eres una desconocida.
—¿Y quién mejor que una desconocida para desahogarse? No usaré nada de lo que me digas en tu contra.
No muy convencido accedo, pero qué más da, no tengo nada que perder. Mientras hago garabatos en el cuaderno le cuento todo a la desconocida, absolutamente todo. Mi vista se nubla con las lágrimas de impotencia que me niego a dejar salir. Dejo de hablar cuando traen mi pedido. Cuando termino de comer retomo la plática.
Ella no habla. Solo me escucha.
Thomas, mi padre, cuando se percató del interés que yo le tengo a la música no fue ese tipo de padre que te compra cualquier instrumento para alentarte, apoyarte y para que no se pierda ese interés; él fue todo lo contrario.
Fue el primero en decir que no voy a conseguir nada y quien cortó mis alas antes de que comenzara a volar; hasta que la situación llegó al punto en donde no tengo permitido cantar, volviéndose la casa cada vez más sombría y sin vida.
Mi guitarra fue un regalo de mi madre, obviamente, un regalo a escondidas, mi unión al club de música en el instituto también, todo lo referente a lo que me apasiona es a escondidas porque a Thomas nada le parece correcto ni nada es de su agrado.
Al finalizar de hablar, ella habla y tomo sus palabras como el mayor consuelo que me han dado en mi vida. En muestra de agradecimiento por su tiempo y sus palabras, le canto una parte de lo que siempre le he cantado a las estrellas.
Ella se despide de mí sin antes mencionar que le gusto lo que canté y mientras camina hacia la salida no puedo divisar su rostro.
—¿Cuál es tu nombre? —espero que con mi pregunta se de vuelta y me deje ver más que su cabello y la parte trasera de su cuerpo, pero no lo hace, solo deja de caminar. Retoma sus pasos, pero escucho muy claro cuando cuatro letras salen de sus labios. Antes de que se aleje más, le digo el mío...no era necesario porque no lo preguntó, pero lo hecho, hecho está. Anoto su nombre en medio de todos los garabatos de mi cuaderno.
Pruebo su nombre en mis labios.
—Isis.
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Entre Nuestras Sábanas
Teen FictionNo voy a negar que verlo ser la pareja "perfecta" con otra no duele, porque si, lo hace. No merezco esto, lo amo, pero me amo mucho más a mí. Debí de cortar lo nuestro desde que todo este embrollo comenzó, desde que para todos esa era la relación p...