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Lonny nunca se había sentido tan cansado en su vida.

No era a causa del trabajo. Siempre había estado listo para trabajar, y demonios si no estaba acostumbrado al trabajo duro. Pero no, no era su cuerpo de un metro ochenta, ni su amplia y musculosa espalda o su definido y firme abdomen lo que le pedía descanso, sino su cabeza.

Todo porque había descubierto que su líder era gay.

Lonny no era homofóbico ni nada por el estilo. Simplemente siempre había creído que nunca tendría una jodida oportunidad con el tipo.

Morgan siempre fue inalcanzable para él. Un hombre duro y fuerte, severo con los desgraciados que osaban lastimar a cualquier miembro de la "familia". Sin embargo comprensivo y compasivo con la misma. Pero siempre había tenido un aire de soledad y aislamiento que a Lonny le partía el corazón.

Le debía todo a ese hombre. Morgan le había salvado la vida en más de una ocasión y nunca había encontrado suficientes momentos para devolvérselas todas. Por lo tanto decidió dedicarse al sujeto, cuidarlo y atenderlo de la mejor forma posible. Llegando a convertirse en su segundo hombre de más confianza. Lonny no era el mejor guerrero de la "familia", pero sus amplios conocimientos que se dedicó a completar para saciar la curiosidad de los años perdidos en su infancia como vagabundo en las calles había rendido frutos.

Se le encogía el corazón al recordar como Morgan le enseñó a leer y a escribir cuando ya tenía más de quince años. Como se lo llevaba con Ance (su segundo) a los bares pero no le permitieron beber una gota de alcohol hasta los dieciocho. El día que Ance le enseñó a disparar una escopeta con retroceso y Morgan casi lo parte por la mitad al enterarse.

Lonny sonrió al recordarlo.

Solo eran recuerdos felices. Nada comparado con sus últimos días.

Desde hacía tres meses su mente había sido bombardeada con escenas e imágenes devastadoras. Poco antes de eso había comenzado a notar que las fracciones del rostro de su jefe comenzaban a suavizarse. Le veía más feliz y, por qué no, más calmado que en los últimos diez años.

Se le destrozó el pecho cuando arribaron las sospechas de que podría ser una mujer. Había pensado que eso era algo bueno. Sin importar lo que él sufriera Morgan tenía derecho de comenzar una familia y hacerlo.

¡Demonios si no lo tenía!

El sujeto ya estaba cerca de los cuarenta y nunca había mantenido una relación seria en su vida. No porque hubiese nada mal con el tipo. Medía un metro noventa y cinco. Tenía una espalda ancha y un cuerpo más firme y definido que el de Lonny. Morgan era un guerrero, un aficionado a los caballos, las motos y las armas. A veces practicaba la caza en su tiempo libre y odiaba pescar. Tenía unos afilados y profundos ojos dorados que podían extraer de Lonny la más minúscula mentira y una sedosa voz que destrozaba por completo sus dudas cuando aseguraba que todo saldría bien.

Aquel hombre que era capaz de envolverlo en sus brazos para consolarlo cuando algún miembro de la familia moría o era asesinado. Aquel que le enseñó a ser rudo y sereno. Ese sujeto estaba sonriendo como un adolescente enamorado. Mostrándole una expresión que nunca había visto.

Una que nunca había sido dirigida a él.

Si lo pensaba adecuadamente lo más que había recibido eran miradas de compasión por su parte. Muy pocas veces le había visto hinchar el pecho con orgullo debido a su causa. Y cuando Morgan comenzó a hablar tan felizmente de su mujer el mundo de Lonny comenzó a resquebrajarse.

Intentando apartar todos aquellos molestos pensamientos de su cabeza había intentado controlarse, convencerse de que nada cambiaría. El seguiría ocupando el mismo sitio en el corazón de su jefe. Al final, nunca había sido diferente para él que cualquier otro miembro de la familia. Así que no había razón para dejar aflorar sus sentimientos. Seguiría siendo el mismo de siempre.

La Tortura de LonnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora