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Mientras regresaban a casa en el auto de Morgan, Lonny no podía eliminar la sonrisa de su rostro. Luego de la comida extraordinaria, Morgan le había llevado a bailar. Nunca supo que el hombre bailara. Siempre se imaginó que con su tamaño tendría dos pies izquierdos.

Como el mismo.

Al principio se negó, por temor a hacer el ridículo. Pero el hombre terminó por arrastrarlo a la pista de baile. Hubiese deseado tomar algo para aplacar la vergüenza, pero no era muy apegado al alcohol. Además, no quería empañar el recuerdo de su primera cita juntos.

Afortunadamente Morgan resultó ser paciente. Cada vez que metía la pata el hombre soltaba una sonora carcajada, pero lo animaba a seguir intentando. Al final, cuando estaba tan avergonzado que quiso marcharse, Morgan le envolvió entre sus brazos y lo besó. El encargado del sonido debió verlos, porque puso una balada.

Entonces otro tipo de rubor cubrió sus mejillas.

Era la primera vez que Morgan lo besaba.

La primera vez que lo abrazaba estando fuera de la cama y en sus delirios con Stev.

Finalmente comenzaba a verlo a él entre la niebla de aquel sujeto y Lonny estaba dispuesto a cualquier cosa por terminar de disiparla. Ahora que lo estaba consiguiendo no dejaría que nada lo echase para atrás.

Nada lo arruinaría.

Una mano cálida se deslizó por su muslo. Acariciando el sendero hacia su rodilla.

– Finalmente logré borrar ese entrecejo fruncido de tu rostro – le dijo Morgan.

Sus ojos permanecían fijos en la carretera. Y aunque tenía el cabello revuelto, su traje estaba más suelto y la corbata había desaparecido, para Lonny se veía aún más guapo que antes. El muchacho tomó la mano de Morgan entre las suyas y la alcanzó a sus labios.

Depositando un suave beso.

– Una tarea fácil para ti. Yo llevo toda la vida intentando eliminar el tuyo. – ante las palabras de Lonny Morgan rió por lo bajo.

– Estoy de acuerdo. – aceptó el hombre – pero no te culpes Claudia dice que lo tengo desde que éramos niños. No recuerdo mi rostro sin el. –

– Entonces es una suerte que yo tenga tan buena memoria. – contestó Lonny besando nuevamente la mano del sujeto. – Te ves muy guapo cuando sonríes. Y tengo fotos para probarlo. –

Morgan rodó los ojos. Lonny sabía que no le gustaba sacarse fotos. De pequeño no lo entendía, pero al crecer comprendió que a Morgan le desagradaba la manera antinatural que quedaba en ellas. Sus sonrisas se veían forzadas y no quería aparecer con su familia con aquel entrecejo tan cerrado. Por eso se había decidido él a alegrarle la vida.

Ahora, casi veinte años después tenía una imagen de Morgan sonriendo. Quería llegar pronto a casa para hacer una selección de cual fotografía pondría como fondo de pantallas.

– Solo no la enseñes a Claudia. – advirtió Morgan. – Si se entera que te llevé a una discoteca sin ella me sacará los ojos con esas uñas suyas. –

– Jajaja. Correcto. – se burló Lonny.

Y como Morgan no hizo intento alguno por apartar su mano, el muchacho se aferró a ella como si no hubiese un mañana.

Observó la casa aproximarse por el sendero. Las luces apagadas en señal de que los hombres se habrían acostado. Solo permanecía el tintinear de las cámaras de seguridad.

– ¿Quién está de guardia hoy? – preguntó Lonny. Había estado tan distraído que no había chequeado el horario que Leny le había hecho llegar antes de partir.

La Tortura de LonnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora