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No necesitó mirar a su alrededor para saber que estaba completamente rodeado.

Podía sentirlos aproximándose desde todas direcciones.

Sus ansias de sangre.

Sus auras asesinas.

Y aunque estaba solo en aquel almacén sus circunstancias solo encendían las llamas de la excitación dentro de su cuerpo. Hiso girar la daga en su mano mientras decidía a cual de aquellos estúpidos bastardos le vendría mejor de diadema.

Salían de atrás de los contenedores para rodearlos como ratas. La luz sobre su cabeza tembló, haciéndole sonreír con malicia. En su locura podía sentir las katanas que colgaba de su espalda susurrarle que las desenfundara. Pero aún no estaba lo bastante cerca. Inclinó el rostro, observando cómo las nubes tapaban la luna a través de las pequeñas ventanas del techo del almacén.

– Está solo – gritó uno de los sujetos que se le acercaban. Pistola en mano, podía verlo temblar como una hoja apunto de separarse de su rama. – Mátenlo, mátenlo ahora. – gritó el tipo aterrado.

– No seas tonto – le criticó otro de cabello oscuro – EL jefe lo quiere vivo. Nos rajará la garganta si lo matamos. –

Palidecieron cuando su risa estrafalaria hizo eco a través de las paredes.

– ¿Matarme dijiste? - sus dedos acariciaron el fino metal de la daga antes de abandonarla.

Su trayectoria fue precisa. Casi podía escuchar el sonido de una melodía de Mozart mientras la veía trazar el camino que planease en su mente hasta la cabeza del tipo tembloroso. Le dio en el ojo... y calló muerto.

– Buen chiste – murmuró, matando sus carcajadas con un tono lúgubre.

No le pasó por alto los gritos de terror cuando aquellos tontos vieron el cadáver de su compañero caer al suelo.

– Saben ¿esta es la tercera familia a la que masacro y aún no lo encuentro? ¿Por qué no me dicen de una jodida vez quién es ese jefe del que tanto hablan para que pueda irme a dormir? – murmuró, asegurándose de que pudiesen escucharlo.

La luz parpadeó un instante. En ese segundo avanzó un paso, acercándoseles sin que ellos lo notaran.

– ¿Crees que estamos locos? – gritó un sujeto con lentes.

Por un instante le cruzó por la cabeza la idea de que hubiese sido mejor matar a ese. Si el cristal de las gafas hubiese explotado por su daga hubiese sido un espectáculo delicioso.

– Es una pregunta retórica ¿verdad? – preguntó con sarcasmo – Digo, han tenido los cojones de atacarnos. Por supuesto que creo que están locos. – deslizó su mano hacia el mango de su katana roja en el omóplato derecho – Nadie se lanza sobre la familia de Nicole y vive para contarlo. ¿Cómo se les ocurrió que iban a libarse de esto? –

– ¡EL jefe acabará con ustedes! – gritó el hombre de cabello oscuro – Malditos mafiosos asquerosos. –

Una vez más la luz parpadeó. Otra vez avanzó un paso y de nuevo soltó una carcajada.

– Bebé, estos tipos son muy graciosos. – gritó a todo pulmón – No solo son unos hipócritas de mierda, sino que se creen que van a sobrevivir. ¿Qué debería decirles a estas putas consumidoras de heroína? –

Desenfundó su espada, viendo a sus enemigos retroceder un paso más.

– Se cagan de miedo mientras tratan de enseñarme los dientes como perras asustadas. –

Otro parpadeo.

Otro paso.

– Hagamos un trato. – murmuró – Es fácil, díganme su nombre y los dejaré ir. Solo su nombre, no es mucho considerando que van a morir. –

La Tortura de LonnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora