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Ance permanecía sentado en su oficina. Luego de ver a Lonny arrastrar al Morgan más borracho que había visto nunca a su recamara bajó las escaleras directo a la sala de interrogatorios. Había decidido no interceder en la vida del joven. Sobre todo con asuntos tan graves de los que encargarse.

Y el primera era el hermanito de Dive. El jodido punk quería que lo torturasen fuerte. No era partidario de lastimar a las niñas, pero luego de pegarle y hacerle llorar sería feo por su parte pensar poco del mocoso.

Ance sonrió al recordar aquella carita delgada y de labios bulbosos ser golpeada hasta casi partirle los dientes. El jovencito jadeó y rogó, pero no dijo nada de sus planes. Incluso se atrevió a ofender a su jefe. Si no fuese el hermano de Dive se hubiese enredado el reloj en los nudillos y le hubiese desbaratado la mandíbula.

Sí, por muy llorón que fuese la nenita tenía valor.

Había pensado en clavarle agujas bajo las uñas o arrancárselas con pinzas. De todas formas volverían a crecer. Sería satisfactorio cortarle la piel de la espalda con un cuchillo y echarle sal sobre las heridas. Clavarle vidrios en la planta del pie y coserle los dedos juntos entre las carnes le haría chillar como una mujer.

Se inclinó hacia atrás en su cómoda silla de cuero. Pocas no eran las cosas que se le ocurrían, pero como un favor a su hermano mayor debía devolver al chico entero... al menos cuerdo. Suspiró con disgusto por el trabajo a medias.

Era un verdugo. No se suponía que tuviese piedad o hiciese favores. La única cosa de la que se volvía consciente era que se estaba poniendo viejo.

De otra forma ya hubiese separado el cuero cabelludo del cráneo de ese Punk. O hubiese sacado a Lonny a patadas del cuarto de Morgan. O hubiese destrozado las pelotas de Steve de un balazo.

¿Desde cuándo empezó a ser considerado por la gente a su alrededor?

¿Desde cuándo hacía cuanto prometía?

¿Desde cuándo... consolaba a un jovencito que tenía el corazón partido por otro tipo?

¿Desde cuándo tenía corazón?

Suspiró disgustado, entendiendo lo mucho que necesitaba un tabaco. Ahora que no tenía a sus caballos, su principal forma de liberar estrés se había ido, dejándole los antiguos malos vicios.

No podía matar al recluso.

No podía torturarlo hasta que se cagara.

No podía asaltar el pueblo a balazos y definitivamente no podía llamar a Simón para enredarse a trompones hasta partirle la cara.

Entonces ¿Qué le quedaba? Si todo lo bueno de la vida se lo habían quitado.

– Joder. – murmuró, cayendo en el significado de la palabra.

Hacía años desde la última vez. Ance no era del tipo selectivo y su bisexualidad siempre le facilitó estar con hombres y mujeres por igual. Pero al que se le da todo, nada quiere y él era el ejemplo perfecto de aquello.

Podía tener a cualquiera, pero matar le era mejor que follar. Siempre fue así, incluso cuando era joven y se vendía por una miseria en la calle...muuucho antes de que Morgan le encontrara y lo llevara a la granja.

Luego siempre fueron Morgan, Simón y él. Él que no dudó en usar sus habilidades de gigolo para la familia, aun cuando el jefe se opuso. Haría cualquier cosa por familia, en aquellos tiempos y ahora. Le debía mucho a Morgan, pero para él el sexo era parte del trabajo. Nada satisfactorio ni extraordinario como otros querían hacerlo ver.

Al menos la mayoría de las veces. Solo una vez tuvo un orgasmo memorable.

Sonrió al recordarlo.

La Tortura de LonnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora