La Sala del Consejo

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La sala del consejo estaba iluminada, bastantes cazadores de sombras esparcidos a través del salón.
Nadie que tuviera menos de 18 ingresaban a la cámara del consejo, solo los cazadores de sombras adultos.

Amatis Graymark era parte del consejo, al lado de ella se encontraba Josiane Pontmercy con sus túnicas negras y runas doradas en ellas, Josian quien era la directora del instituto de Marsella. Y también se encontraban ahí Maryse y Robert.

El cónsul Malachi Dieudonné estaba con su túnica gris, Imogen estaba junto a él.

— Está reunión ha sido convocada por los recientes delitos de Valentine Morgenstern quién robo la copa mortal!— estaba diciendo él Cónsul.

Se escapaban algunos susurros entre la multitud.

— No lo van a encontrar!— Steve escucho decir a Anna.

Él se giró con sorpresa hacia ella, estaba tranquila mirando hacía el Cónsul. Los ojos de ella eran color chocolate como siempre, estaban fijos sobre el cónsul sus labios estaban entreabiertos, como si esperara decir algo.

Steve ya se había perdido de lo que había dicho el cónsul.
— Que hay de la hija de Jocelyn Fairchild!— dijo una voz entre la gente. — ¿Cómo podremos asegurarnos de que no es un espía para Valentine?— era un hombre replicando contra los demás.

— También el chico Wayland!— dijo otra voz, está era la de una mujer. La sala se llenó de murmullos.

Una voz familiar comenzó a hablar. — Él no es un espía para Valentine. Jace no haría algo así....!— era Maryse, la madre de los hermanos Lightwood.

La reunión se concentro en Valentine, Clary y Jace. Y todo el mundo murmurando por ahí.

— Vamos a dejar que Valentine Morgenstern se salga con la suya como cuando nos atacó con esos jóvenes para robar la copa.— Steve sintió la mano de Anna cerrarse sobre su brazo.

Los murmullos continuaron por el resto de la reunión, unos se oían con el nombre de Jace, otros con el nombre de Clary y otros más sobre Valentine.
Cuando la reunión termino Steve siguió a Anna con los Lightwood.

— Si hubiésemos sabido que estarías aquí hubiéramos venido juntos!— le dijo Maryse a Anna.

— Creen que quieran encerrar a Clary y Jace?— preguntó Anna.

— Jace es inocente!— aclaró Maryse.

— Por supuesto que sí, Jace sería incapaz de hacer algo así!— añadió Anna.

— Pero no conocemos a esta chica Clarissa, ¿Y si ella...— era Robert.

— No creo en absoluto que este del lado de su padre, la chica se ve tan frágil e inocente.— habló en tono bajo Anna.

— No creo que se haya inventado ella solita esa historia sobre que no sabía nada sobre lo que era.— intento decir Maryse.

Su plática fue interrumpida por una mujer mayor, tenía el cabello castaño con algunas canas sobre el.

— Anna Herondale!— musitó la mujer.

— Amatis!— la saludo Anna.

Ella no había visto a Amatis desde su incidente en su casa, cuando ella le dio las cartas que su padre le había escrito. Había encontrado una carta para ella y una para su hermano muerto y otras más de Stephen hacía Amatis que decían cosas que no quería recordar en ese momento, por qué se obligaría a odiarlo con el recuerdo y no quería eso.

— ¿Volverás al Instituto de New York?— preguntó Robert a Anna.

Anna agradeció que Robert la despojara de sus pensamientos.

— Me quedaré unos días en Idris! Tengo algunas cosas que hablar con la Inquisidora!— dijo Anna.

— Ella irá pronto al Instituto, planea vigilar a Clary y Jace!— dijo Maryse.

— Entonces intentaré resolver todo esto pronto.— termino Anna.

Después de palabras de despedida entre Anna, Maryse y Robert, este se dirigió a Steve por primera vez desde que se habían conocido.

— Me recuerdas a un viejo amigo mío.— Robert mantenía una mirada vacía. — Michael!— lo escucho decir y su expresión se tornó triste.
Fue lo último que dijo antes de dejarlos a Anna y él con Amatis.

— Puedes quédarte conmigo!— dijo Amatis. — Tú y tú amigo!

— No quiero hacer todo un lío en tu casa de nuevo!— dijo Anna.

— Bueno, tengo la certeza de que sabes controlarte!— le dió un guiño a Anna.




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Mientras caminaban por Alicante, con casas hermosas y pisos de piedra. Amatis y Anna mantenían su conversación. Steve se sentía maravillado por todo Idris, jamás había estado ahí.

— No vas a presentarme a tu joven amigo!— escucho decir a Amatis.

— Es Steve Bloodwheel!— Anna le dió una sonrisa solo para él.

Cuando llegaron a la casa de Amatis se sentía un lugar oscuro y vacío. Mientras Amatis intentaba preparar algo.

Era té.

Anna estaba mirando alrededor, las ventanas ya no estaban rotas como las había dejado la última vez.
Mientras observaba a su alrededor no se dió cuánta y tropezó, con un rápido movimiento Steve ya estaba a su lado sosteniéndola. Ella lo miró a los ojos, sus ojos se veía azules con un poco de verde en ellos y Steve también se adentro en los ojos marrones de ella.
Anna miró hacia Amatis, ella los miraba con curiosidad.

— Deje muchas armas por aquí, espero que aún la tengas!— le dijo Anna a Amatis separándose del agarre de Steve.

— Si, todas ellas las guarde sobre el baúl.— dijo Amatis y Anna se desapareció sobre una puerta se madera.

Steve seguía mirando por donde había desaparecido Anna.

— No siempre fueron de ese tono.— dijo Amatis. Steve giró su mirada hacia ella.

— ¿A qué se refiere?— preguntó él sentándose enfrente de ella.

— Sus ojos!— adivino Amatis. — Antes eran dorados, como si la miel se hubiera mezclado con oro. —

Steve se imaginó a una Anna con ojos dorados, intensos como los que había visto en otro cuadro en el apartamento de Tessa, un joven con ojos dorados y cabello negro.

Amaba sus ojos de Anna, eran como dos lagos de chocolate, así se había dicho siempre.
Sus pensamientos se interrumpieron con el regreso de Anna. Estaba esbozando una sonrisa hacía un cuchillo que tenía en la mano.


𝑳𝑨 𝑯𝑰𝑱𝑨 𝑫𝑬 𝑴𝑨𝑮𝑵𝑼𝑺 𝑩𝑨𝑵𝑬 [𝑪𝑫𝑺] EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora