Capítulo 19: Conmoción

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Una conmoción era una "alteración violenta y brusca", ya sea en nuestros sentimientos como tratándose de un golpe. Normalmente en la primera opción, dejándonos sin palabras e inmóviles, sumamente atónitos por lo que sea que haya sucedido en frente nuestro. Incluso podía llegar a causar desmayos. Porque las personas se pueden sorprender a tales extremos que su cuerpo no logra soportarlo y caen sin fuerzas. Pero se requería algo sumamente impensable para alcanzar eso extremos.

La humedad le recibió al abrir los ojos y sentirse entumecido. El techo de un color crema al igual que las paredes, parecía una especie de pequeño cubículo. Se levantó con pesadez, algo aturdido aún y con un agudo dolor en la parte trasera de la cabeza. Se aclaró la boca entre toses, con un sabor metálico en la lengua, ¿sangre? El lugar sin duda era una celda, notó al mirar los barrotes, y al otro lado de ellos, a una Blake sentada sobre una silla de hierro, con una sonrisa burlona en los labios.

–Me alegra ver que despiertas –saludó con su afilada mirada cerúlea.

Alexhander se alzó del catre con sábanas sucias, y corrió directo al frente, en un intento por alcanzar los barrotes y arrancarlos con la ira que despertó de golpe en él. Pero solo se vio detenido súbitamente, atado por las muñecas con cadenas que tintinearon con fuerza en su intento. El metal mordió su piel y mandó un estallido de dolor a todo su cuerpo, haciéndolo inclinarse en el suelo. La aflicción le ayudó a recordar las muchas heridas que tenía su cuerpo, las balas que no sabía si seguían en él. Se miró el brazo, la lesión más próxima a su vista. Un vendaje antes blanco se empezó a llenar lentamente con rojo.

– ¿Eres tonto? Te acabas de abrir las heridas –suspiró Blake cruzándose de brazos con el ceño fruncido.

–No sabía que hubiesen cerrado –dijo él entre dientes. La miró con todo el odio que era capaz. Allí inmóvil y atado a la antigua, con pesados grilletes.

–Pues entérate, para tu sorpresa, que es así. Te dije que no morirías, ¿lo olvidaste? Los médicos hicieron un trabajo excelente extrayendo cada una de las balas, incluso se encargaron de tu abdomen –señaló con un dedo. Él levantó un poco la camisa negra que llevaba, encontrándose con más vendas–. Pero vas y en arranque de... ¿qué?, ¿ira?, –comentó confusa– te abres las heridas.

– ¿Por qué me traicionaste? –escupió respirando agitadamente. Parecía, quizá, más un animal enjaulado que el jefe de una mafia.

– ¿Porqué? Bueno eso es simple... –se agachó en su sitio, mirando a Alexhander a los ojos, con un enojo profundo escondido entre su burla– Yo tenía una madre... un padre, incluso un hermano. Y mira como acabaron las cosas –abrió los brazos haciendo referencia a todo–. Ellos muertos y enterrados tres metros bajo tierra por culpa de la mafia. Mi familia no tenía que pagar por los delitos de otros, pero lo hicieron. ¡Yo no tenía la culpa de nacer en este mundo! –gritó de pronto, perdiendo los estribos. Su rostro se vio atravesado por gruesas venas saltadas– Ahora ni siquiera alguien les recuerda... Puede que solo tu esposa, a mi padre, dijo que era un buen hombre. Y afectivamente así fue.

–Oro Negro ya no existe, podías vengarlos de otra manera –sugirió tragando con fuerza.

–No, no. Esa mafia cayó más fácil que la tuya, he de admitirlo. Pero mi deseo no es acabar contigo, Alexhander. Sino con todas las organizaciones criminales semejantes. Y si he de aliarme con la policía para lograrlo, que así sea –juró levantando la voz.

– ¿Cómo te perdonaron? Tú realmente estabas dentro –dudó por un momento haciendo memoria.

–Hay dos maneras de salir de la mafia. La primera: estando con los polis y siéndoles de utilidad. La segunda: muriendo. Preferí la inicial, ya sabes... –carraspeó– Y, de todas maneras, querido jefecito, no ayudaste mucho que digamos –él parpadeó sorprendido–. Te explicaré esto amablemente, ya que tenemos todo el tiempo del mundo.

El Diamante EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora