Capítulo 3: Secuestro

121 10 0
                                    

Todas las personas tenemos cierto rango de intimidad. Como cuando vas al baño o simplemente en asuntos personales. Alguien conoce más de ti conforme le dejas ver esto, se hace tu amigo, tu novio, o en este caso tú esposo. Pero siempre terminas decidiendo que tanto decirle de tu vida y esto es tu libertad, que tanto puedes hacer o decir.

"Privar a un individuo de su libertad de manera ilegal" Eso es un secuestro, aunque bueno, se supone que solo pedirán dinero como rescate. Cifras y cifras muy altas de este, pero que de alguna manera se logran conseguir.

También se pueden ver casos en los que te venderán al mejor postor, y aprovecharán si eres virgen, así que normalmente se da en mujeres. ¿Aunque quién dice que en hombre no?

El punto es que nadie ha visto que se use para esto. ¿Un matrimonio? Por favor. Solo conseguirían perder todo lo suyo... y ella, atarse para toda la vida.

Respiraba lentamente analizando todo, tenía tiempo de sobra. Al principio el desposorio le había parecido un escape a este secuestro, pero realmente sería una tortura mientras durase. Suspiró.

El elegante y costoso el vestido de novia estaba en una hermosa caja en la cama. Ya Joselyne lo había visto y entendido que aquellas piedrecillas por aquí y por allá eran realmente diamantes. ¿Qué si no? Piedras de fantasía no serían. Aunque la cola era inmensamente larga, no sabía que haría con eso en la boda.

     El almuerzo lo habían traído hacía ya horas, camarones en salsa blanca, con arroz y ensalada verde

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El almuerzo lo habían traído hacía ya horas, camarones en salsa blanca, con arroz y ensalada verde. El sujeto que trajo el plato sobre una pequeña mesa con ruedas, se le hacía conocido. En especial por los ojos gris brillante, y analizándolo bien, ella creía que fue el secuestrador del pañuelo.

–Hola linda. ¿Cómo estás? ¿Te agradó la comida? –entró Alexhander a la habitación dorada sin tocar. Con una sonrisa resplandeciente en su boca.

–Estuvo buena, sí. Pero no me gusta la salsa blanca, tuve que comerlo a la fuerza y no fue lindo. Aunque reconozco que sabía bien. Y estoy todo lo mejor que puedo estar encontrándome secuestrada –contestó ella molesta.

–Entiendo... –dijo él bajando la cabeza un momento con el ceño fruncido– A partir de ahora no te traerán ese platillo, o algo con esa salsa. Pero deja ese humor –comentó luego con gracia.

–Soy mujer –fue la única excusa que dio mientras se cruzaba de brazos.

–Sí lo sé... y de aquí a que entienda una... –se encogió de hombros– ¿Te gustó el vestido?

–Tiene mucha cola –se quejó sin mirarlo a los ojos.

–No te preocupes, se puede retirar –sacó entonces una caja negra de terciopelo del bolsillo de su sudadera. Ahora vestía muy informal, con una simple camisa azul, sudadera gris, y pantalón del mismo color–. Solo para las formalidades.

El Diamante EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora