Capítulo 20: Ayuda

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La ayuda puede venir de muchas maneras, pero es algo que indudablemente todos necesitamos en nuestras vidas. Una muestra de que al final los humanos dependen de los otros para su vida cotidiana, en cada pequeña cosa que hacen se es demostrado. Por ser buenas personas o regodearnos de los demás es que normalmente se auxilia, siempre pasando muchas cosas por nuestras mentes en ese momento. A veces pensamientos como "¿estará esto bien?" O, "¿con esto le demuestro que soy superior a él?", nunca se ayuda sin un motivo o razón.

Pero cuenta el beneficio al ser algo más serio. Si una vida depende de nuestra ayuda, ¿qué ganamos? ¿Felicidad? ¿Suplicio? ¿Desempleo? ¿Problemas? Si se te permite salvar a alguien, escogiendo entre este o tu familia, ¿a quién escogerías? No debería ser necesario preguntar.

La luz del sol entraba por las ventanas del café. Sus rayos mañaneros dando de lleno sobre la mesa y haciendo resaltar más el cabello rojizo de Joselyne, sentada esperando mientras bebía un moca con elegancia. A su lado estaba Carlo, algo nervioso por la inesperada reunión, pero esperando lograr un acuerdo.

Iba lo más elegante que alguien como él podía, sin llegar a llamar la atención. Una gabardina negra con botones dorados, pantalón y zapatos igualmente oscuros, además de una camisa blanca en el fondo.

Joselyne, sin embargo, llevaba un gabán de pelaje negro, sobre una blusa gris claro de cuello alto. Y unas botas hasta el muslo de tacón, color obsidiana. Lo acompañaba con un bolso igualmente oscuro con detalles en plateado. Parecía un tanto relajada, aunque su mirada estaba perdida en el contenido de su taza.

–Buenos días –saludó una voz masculina. Un hombre que previamente Carlo había notado algo mayor, de quizás unos cincuenta y tantos, con el cabello marrón y blanco por algunas canas, al igual que su corta barba.

–Hola, Adolfo –contestó Joselyne poniéndose en pie y ofreciéndole su mano como cortesía–. Él es mi acompañante del que te hablé por la llamada –señaló a Carlo con la palma, este a su vez, hizo una pequeña inclinación. Luego se volvieron a sentar.

–Pensé que no llamaríamos la atención –comentó el hombre aclarando ligeramente su garganta, al tiempo que se soltaba el botón de su traje negro.

–En esta ciudad hace frío, no pretenderás que vista otra cosa –replicó Joselyne frunciendo el ceño levemente–. De todas formas, más que la ropa, te aseguró que lo atractivo en mí es el cabello.

–Brillante como la más bella luz del atardecer. Sin embargo, acepto, que incluso si fuese morena o blonda, su hermosura sería lo provocativo. Solo que vistiéndose tan bien no ayuda a dejar de hacerlo, señorita Linbert –respondió Adolfo tomando un menú y leyéndolo distraídamente.

–Agradezco el elogio –dijo ella con un sutil suspiro.

–Bueno, dígame, ¿por qué llamó a la sede central de la Interpol fingiendo ser mi mujer? –preguntó con una voz irritada.

–Quería bromear un poco, aparte de que no tenía directamente tu número –se encogió de hombros Joselyne.

–Mencionó que necesitaba comunicarse conmigo, y yo no había querido contestarle, por lo que temía mi infidelidad –la miró a los ojos–. ¿Tiene idea de lo que me dijeron mis compañeros de trabajo?

–Debieron de estar fascinados –comentó ella con una pequeña sonrisa.

–No tiene idea de cuánto –dijo Adolfo con sarcasmo–. Espero que fuese algo serio, –miro de reojo a Carlo– como para pedirme venir hasta Ciudad de Diamante.

–Por supuesto, pero eso ya lo esperabas al pedir que mi escolta estuviese presente –replicó Joselyne acomodándose ligeramente más recta en su silla.

El Diamante EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora