En un mundo lleno de brujas, fantasmas y todo tipo de criaturas imaginables vive Anaís, una chica ingenua al margen de todo ese inexistente mundo para muchos. Hasta que un día el destino hace que se tope con Dante, el mismísimo hijo del anticristo...
De repente sentí como si volviera a respirar. ¿Que me acababa de hacer?
- Vaya, una bruja. Si que es selectivo mi hijo. Aúnque por lo que veo aún eres una humana normal. ¿No te has vinculado a nadie verdad? - Yo asentí. Sabía mucho más de lo que esperaba. Era el diablo.
- Aún no. No he encontrado a la persona correcta. - Le dije aún con el cuerpo extraño. Algo había pasado en mí. - ¿Que acaba de pasarme?
- Te he dado una pequeña ayuda. Parece que tenías un pequeño hechizo encima. Sabes de lo que hablo. Dante me lo agradecerá. - Una risa salió de sus agrietados labios que era lo poco que pude ver de su cara.
- Anaís, te buscaba. - Dante apareció en la terraza y nada más salió, su padre me dejó sola. - ¿Todo bien esposa? - Yo me puse roja.
- Si, solo salí a tomar el aire, demasiadas emociones hoy. - Me acerqué y le abracé. Un olor delicioso brotaba de él que me obligó a besar su cuello. - Te necesito.
No le quise contar nada acerca de su padre. No entendí a que se refería sobre lo que me había pasado. Además este no es el día adecuado.
Mi cuerpo se calentó, cada vez mi deseo crecía. Algo me impulsó a besarlo, a besar a mi futuro marido. Y así hice.
Nuestros labios se unieron. No podía separarme de él. Sentí mucho calor pero no hasta el punto de quemarme. El beso se intensificó y mi cuerpo me pedía más.
- Anaís. Basta. No te quiero herir. - Ambos nos separamos. Nada me había pasado. Nada. Volví a lanzarme hacia Dante.
- No lo haces. - Sonreí eufórica. Dante parecía sorprendido. Yo también lo estaba pero me daba igual la razón. Desgraciadamente creía saberla. - Volvamos dentro.
Una vez dentro el baile siguió. Se hacía tarde y no volví a ver a nuestro invitado sorpresa. Al parecer solo me visitó a mi. Pero nuestra conversación no había acabado. Poco a poco la gente se iba despidiendo. Algunos venían de lejos por lo que les esperaba un largo viaje.
- Anaís. Nosotras nos vamos a ir. Felicidades por tu matrimonio. - Me dijo Tyra. Ninguna parecía muy contenta. Pero así era mi vida ahora.
- Gracias. Agradezco mucho que hayáis venido. Espero veros pronto. - les dije acompañándolas a la puerta principal.
- Claro, siempre y cuando te dejes ver. - Eso había dolido. Pero las comprendía.
- Os quiero chicas. Tener cuidado por el camino. - Nos dimos un abrazo las tres y mis amigas se metieron en el coche de Beth y una vez arrancado desaparecieron a lo lejos del sendero.
Me quedé mirando a la nada hasta que Dante me sacó de mis pensamientos con un abrazo. Ya quedaban poco mas de 10 personas.
- Parecen buenas chicas. Se preocupan por tí. - Besó mi mejilla. Aquella muestra de amor era lo que necesitaba.
- Lo son. - Cerré la gran puerta y esperamos a que el tiempo pasara.
....................
- Dante, tu padre está cerca. Muchos hombres han dicho ver demonios que no conocían. Muy poderosos. Solo tu padre podría liderarlos. - Oí a Byron decirle a mi amado fuera de la habitación.
Yo me encontraba en la habitación quitándome aquel enorme vestido que ya pesaba demasiado como para ser cómodo. Sabía perfectamente que su padre se encontraba cerca. Tan cerca que estuvo esta misma noche aquí.
La gente por fin había abandonado el castillo. Ahora me sentía 100 por 100 cómoda.
La puerta se abrió y mi futuro esposo entró en nuestra habitación, quedándonos solos por fin. Yo ya estaba desnuda, con solo un fino albornoz por encima para cubrir mi piel. No quise preguntarle nada porque yo le estaba mintiendo y no quería pensar en ello.
Me acerqué a Dante y abracé su cuello con mis brazos. Algo en mí estaba tan caliente y tan deseoso de él. Lo besé sorprendiendolo y lo llevé a nuestra cama.
- Hazme tuya. Tu esposa. - Solté el lazo que ataba mi albornoz y lo dejé caer al suelo. Quedé totalmente desnuda frente a él, que no se esperaba nada de aquello. Pero él tampoco se quedó atrás.
Me abrazó y levantó en sus brazos mientras nos besábamos. Mi espalda tocó las finas sábanas de seda de nuestra cama y encima de mi se encontraba el cuerpo de mi amado.
- Eres mía. Solo mía. - Besó uno de mis pechos obligandome a soltar un gemido que al parecer a Dante le gustó. - Me gusta como suena.
Entre besos y caricias, Dante quedó igual de desnudo que yo. Su piel en contacto con la mía formaba un calor casi sofocante. Sus finos dedos recorrieron casi todo mi torso, seguidos de sus labios y su húmeda lengua.
Poco a poco sus dedos bajaron hacia mis piernas, masajeando mis muslos. Todo aquel roce provocaba tantos sentimientos en mí. A los pocos segundos sus dedos llegaron a mí zona más sensible.
Gemidos salieron de mis labios. Sabía perfectamente lo que provocaba en mi. Todos sus movimientos era armónicos y nada brutos hasta que por fin, uno de ellos se introdujo en mí.
- Te amo Anaís. - Me decía mientras yo tenía la espalda arqueada del placer que sentía. Mientras sus dedos seguían a lo suyo nunca dejó de mirarme a los ojos. Aquellos ojos llenos de deseos. Tan embaucadores.
- Te amo Dante. - Logré soltar con la respiración entrecortada antes de llegar al éxtasis. Mi espalda volvió a descansar en la cama y mi respiración iba volviendo a la normalidad. Pero Dante no me dió ni un segundo de descanso. Algo que le agradecía.
Tras aquello se colocó encima de mi, abriendo mis piernas. Su cara se acercó a la mía y sus labios besaron los mios. Noté su miembro duro rozar mi zona. Volví a gemir de excitación.
- ¿Estas segura? - Me preguntó acariciando mi mejilla. Yo asentí segura y Dante besó mi frente.
Su miembro se deslizó suavemente dentro de mí hasta que por fin lo introdujo todo. Otro gemido salió, esta vez por parte de ambos.
Comenzamos a movernos al mismo compás disfrutando el uno del otro entre mis gritos y sus gemidos. Aquella sensación de placer lo era todo.
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