Capítulo 8

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HANS

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HANS


Por primera vez en mi vida no sé cómo proceder con Kat.

Mi esposa está amnésica. Y toda nuestra vida la ha borrado de su cabeza.

Mi tío y Dash siguen acompañando mi silencio, mientras miro a la nada del mundo y me fijo en lo insignificante que es todo si Kat no está a mi lado. Sé que por una razón el destino hizo que mirara a la chica rubia que entró en mi clase de biología vegetal hace diez años. Todo pasa por una razón. Y admito que tengo miedo. Tengo miedo de que haya vuelto la Kat de antes. No estoy diciendo que no la ame, porque fue de ella de quien me enamoré, de sus escasas sonrisas y su apagada alegría. Pero me llevó un tiempo entrar en su corazón, ganarme su confianza, hacerle ver que la vida es vivirla intensamente, perseguir tus sueños, amarse uno mismo, buscar tus pasiones, no hacer planes y dejar que todo fluya en su curso natural. No permití que la vida dentro de ella muriera. La vida no es perfecta, pero tiene momentos maravillosos que la hacen inolvidable.

Aún recuerdo cuando me pidió que la llamara Kat y no Katherine después de nuestro primer beso. Yo lo tengo tan vivo en mi mente, y Kat, simplemente lo ha borrado.

He tenido que pegarme un chute de autoestima para no caer.

Después de un rato allí sentados, tío Phil recibió un mensaje de Olivia avisándole que Harlow quería verme.

Ya puedo imaginarme de qué quiere hablar. Sé qué tipo de amnesia sufre Kat y que pros y contras hay en esa amnesia. Decido finalmente levantarme y volver al hospital. Mi necesidad de subir a la tercera planta y entrar en la habitación de Kat crece por momentos, pero primero debo ir donde Harlow.

Dejo atrás a Dash y a mi tío internándome entre pasillos hasta llegar al despacho de la doctora Harlow y tocar su puerta.

—Pase.

La abro y la cierro detrás de mí. Harlow se reclina sobre el respaldo de su asiento, soltando un suspiro mientras se quita las gafas y se frota los ojos.

—¿Un día duro? —intento sonar sarcástico.

—Más para usted, me parece —vuelve a ponerse las gafas con una voz grave—. Su esposa sufrió un ataque de ansiedad y tuve que sedarla.

—¿Qué? —salto acojonado apoyando mis manos en la mesa.

Ella me mira impasible.

—Fue producto de lo que le dijo la señorita Ashley.

Me doy la vuelta soltando una blasfemia en latín.

Joder, Ashley. ¿En qué coño estabas pensando?

Miro hacia la puerta con una creciente ansiedad.

—Ahora mismo no le aconsejo ir —su voz me impide moverme—. Está sedada. Y es mejor que espere.

Remembrance ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora