Capítulo 44

1K 114 21
                                    

HANS

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

HANS


Ella sacude la cabeza y patalea la sábana, y sale de la cama, poniéndose la bata que hay en una silla, cubriendo su cuerpo desnudo.

Puedo sentir su furia adormecida. Pero sobre todo puedo sentir el dolor que supura por cada poro de su piel.

—Kat, espera —le suplico, siguiéndola.

Ella se gira y me detengo de inmediato, retorciéndome las entrañas el sufrimiento que cruza sus dulces rasgos.

—Me has mentido —su voz es tan calmada que me acojona. Quiero que me grite, no que tenga esa calma que da pavor y me hace pensar lo peor.

—¿Qué has recordado? —me atrevo a preguntar.

Ella aprieta los labios y sus ojos se humedecen, conteniendo toda la tormenta que intenta que estalle.

—¿Qué he recordado? —repite balbuceante y me grita—. ¡Cuándo tuve el aborto! Eso he recordado. He recordado cada segundo del do... —se traba entre sollozos y se lleva el dorso de su mano contra la boca—, del dolor que sentí, de la sangre que perdí, del miedo de perder a mi bebé —se tapa la cara con las manos y se me parte el corazón en dos, apretando un puño de la impotencia que siento—. De ese médico comunicándome que soy estéril.

Sacudo la cabeza tragando saliva con dificultad.

—No —objeto, intentando calmarme y calmarla a ella—. No eres estéril. No dijo eso. Nos explicó que nos costaría más, pero que con tratamientos o con el mismo método tradicional podía seguir funcionando.

—¿Cuántos años han pasado desde ese aborto? ¿Cuatro? ¿Y no hemos podido tener un hijo desde entonces? Para mí me sentenció —se señala desencajada y entrecierra los ojos, mirándome con rabia—. Y tú lo único que has hecho es mentirme. Has sido un maldito mentiroso. Estoy en este estado por tu culpa. Te pedí sinceridad, y no me la diste.

Ladea el rostro para no mirarme.

Se me desencaja todo el cuerpo. Soy un cabrón, lo sé. Pero sus palabras han sido como una patada directa a mi estómago. Tuerzo el gesto del más puro dolor, y me da igual si quiere golpearme, necesito desesperadamente abrazarla, decirle que la amo, decirle que ella no tuvo la culpa de nada; como su rostro me está dejando saber con un sufrimiento perpetuo que ha sido guardado en las profundidades de una mente dormida.

—Kat, mírame —le ruego.

—Me siento perdida otra vez —no me mira.

Me crea ansiedad que diga eso.

Intento acercarme, pero ella me rehúye.

—Kat...

—Yo tuve la culpa —se abraza con la mirada clavada en el suelo.

Remembrance ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora