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Verlo ahí en la camilla del hospital, conectado a todos esos cables y a ese respirador artificial lo hacía querer morir ahí mismo.
Él no se merecía esto.
Le habían rapado gran parte del cabello rubio que tanto cuidaba, ese mismo del que alguna vez el pelinegro lo hizo sentir inseguro sin darse cuenta, puesto que a veces cuando Damien quería decirle un cumplido simplemente no podía y se sentía un idiota, tratándolo mal en vez de decirle lo precioso que se veía.
Y no, hace mucho había dejado de importarle si se veía como un marica para los ojos de los demás. Ojalá pudiese ser el rey de los maricas con Pip.
Ojalá se lo hubiese demostrado cuando podía.
- No me dejes -dijo en un susurro que posiblemente nadie habría escuchado.
Nadie excepto el rubio que de alguna forma confiaba en que estaba peleando en lo más fondo de su mente. Luchaba por sobrevivir.
De manera sigilosa tomó asiento a un lado de él, tomando una de sus manos entre las propias. Estaban frías. Quería poder transmitirle todo el calor del mismísimo infierno si fuera posible, para que al menos supiera que lo amaba tanto que quema, pero nada de eso era posible.
- Si llegas a irte jamás te lo perdonaré, maldito inglés marica -le advirtió mientras acariciaba su piel entre sus dedos.
De haber podido, Thorn habría seguido diciéndole un par de cosas que tenía guardada en su interior. Sin embargo, a pesar de lo mucho que quería en este momento hablarle de sus sentimientos, en vez de eso una lágrima amarga comenzó a deslizarse por sus mejillas.
Quién lo diría.
Damien Thorn llorando por un chiquillo.
Se sentía avergonzado de pronto a pesar de que nadie podía verlo en este momento, pues siempre que iba a visitar a Pip las enfermeras solían dejarlo solo y nadie se molestaba en entrar a decir algo o cuidar de su chico.
Damien era su única familia.
Y Pip era su vida.
Un gemido doloroso salió de los labios del pelinegro, sin poder evitarlo, fue casi como un gruñido. Empezó a temblarle la barbilla y de pronto sentía la necesidad de morderse el labio con fuerza.
No quería esto.
"¿Por qué demonios no fui yo? Él es mucho más fuerte, podría superar esto fácilmente, ¿pero yo? Yo no soy capaz de imaginar una vida sin él", pensaba con los pasos de los minutos, como si el sonido de las máquinas a las cuales estaba conectado el rubio le hiciera querer soltar toda esa mierda.
Pronto los sollozos se empezaron a oír a un volumen más alto mientras que Damien, sin dejar de sujetar la mano del rubio, queriendo transmitirle todo su amor, se aferraba a su novio.
- Phillip por favor -suplicó.
Se sentía tan patético.
- ¿Señor Thorn? -dijo una voz que no quería escuchar.
Era la maldita enfermera.
- ¿Se encuentra bien?
Supongo que los lamentos molestaron al resto de pacientes y de personal, pero sinceramente lo tenía sin cuidado.
- Les dije que no me molestaran -dijo con enojo.
- El tiempo de visitas ya terminó, señor, lo lamento.
Levantó la mirada rápidamente algo furioso de escuchar eso.
- Y una mierda -contestó- yo estoy pagando esta porquería, yo les pago por cuidarlo y por venir a verlo -se puso de pie, dejando suavemente la mano de Pip a un lado- ¡Yo te pago a ti y a todas tus malditas compañeras!
Era fácil darse cuenta del espanto en la cara de la enfermera, ella siempre había sido amable con el pelinegro, pero no había nada que hacer con el carácter de Damien, menos cuando se había propuesto cuidar de Pip y de su salud.
- S-señor yo...
- No voy a irme -concluyó.
Ella asintió y salió por la puerta, dejando ver sus ojos llorosos y como trataba inútilmente de no llorar ante los demás.
- Lo lamento -dijo antes de volver a sentarse y pasar los dedos con cuidado por la cabeza de Pip.
Esa cabeza rapada.
Extrañaba su melena y lo ridícula que se veía con esa gorra que parecía de su abuelo.
- Lamento haberte dicho que lucías como una niña -acarició con cuidado- tú eres hermoso, Phillip, incluso así...
De pronto una sonrisa amarga se coló por sus labios y un recuerdo le nubló la vista entre lágrimas.
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El día que lo conocí
RomanceConocerlo había sido un vuelco a mi vida. De pronto todo se matizaba con la presencia de un inglés marica que parecía sacado de un cuento para niños. Y yo, Damien Thorn, no pude hacer nada para que este sentimiento desapareciera.