V

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Pip se quedó viéndome fijamente, tratando encontrar en mi cara algún recuerdo que le dijera quién demonios era yo.

- ¿Qué puedo servirte?

Su acento, maldita sea su acento.

Pasaron dos días desde que vine a la cafetería por última vez, dos días correspondientes al fin de semana en donde asumí que él tenía cosas que hacer y yo claramente no perdería mi fin de semana encerrado en una lóbrega cafetería.

Aproveché de tirarme las pelotas los dos días, fumar harto cigarrillo, emborracharme e irme a un bar de mala muerte a encontrar un par de chicas con ganas de acción.

Y vaya que lo logré.

Pero entonces, dejando de lado la mala vida y la poca vergüenza, me encontraba nuevamente en este lugar. Donde la música era ridículamente calmada y las conversaciones jamás eran a un volumen elevado.

Frente a mi, con un bonito delantal, esa blusa tan blanca como la maldita nieve, esa gorra horrible y un distintivo con su nombre, estaba "Pip". El chico que tanto se había hecho de rogar en mis memorias.

- Tráeme un café.

- ¿Qué tipo de café? -respondió él sin entenderme demasiado.

Yo y mi nulo poder de coquetería y de ordenar algo.

Lo miré con la peor cara que podía, creyendo por un instante que el chico era un idiota.

- No lo sé, trae cualquiera -bufé y me apoyé sobre mi mano izquierda.

- Uhm, está bien -sonrió y salió en busca de mi pedido.

Inmediatamente mi mirada se pegó en su figura. Un chico delgado, tanto como para creer que le hacía falta comer por montones. Aquello ya lo sabía, lo supe cuando lo ví por primera vez aquí.

El delantal se ajustaba suavemente en su cintura, dejando notar la poca diferencia entre ella y su cadera.

Quizá si tuviera un poco más de caderas y de culo parecería fácilmente una chica.

O tal vez se veía como una chica plana y sin atributos.

- Aquí está su pedido, señor.

¿Señor? ¿Me había dicho señor? Probablemente tendríamos la misma edad.

- Gracias -dije ignorando mis ganas de patearle el rostro.

- Uhm...

- ¿Qué?

- Nos hemos visto antes, ¿verdad?

Por un momento quise morir de vergüenza. Yo pensando que ya había caído a mis pies y que debía estar pensando en mi, pero no, el chico no sabía de mi existencia.

- Si -lo miré a los ojos con esa mirada que suelo darle a todos cuando estoy harto.

De pronto pude ver una sonrisa completamente sincera y tierna colarse en su rostro.

Tenía los dientes más blancos que había visto en la vida. Y serían perfectos de no ser por una mínima separación de sus paletas.

- ¡Ah, ya te recuerdo! -levantó un poco la voz, algo emocionado- Gracias por ayudarme aquella vez en el metro.

El chico era hermoso con todas las malditas letras de la palabra. Parecía un maldito ángel.

No era capaz de responderle nada, me quedé paralizado, sintiendo que mis latidos eran algo pesados.

- Mi nombre es Phillip, pero todos me dicen Pip -continuó.

- Soy Damien -contesté de inmediato, sonrojándome rápidamente por la acción.

El día que lo conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora