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Aquel vehículo se movía con rapidez, acompañado de una sirena ruidosa y de un montón de griterío y máquinas.
Damien, quién se mantenía inerte sobre el asiento, se limitaba a respirar. No llegaba a entender nada, su mente no procesaba nada más que el sufrimiento.
Dicen que cuando vas a morir un sinfín de recuerdos pasan por tu mente, como si fueras capaz de ver toda tu vida en cosa de segundos. Y pese a que no era él quien estaba muriendo, podía recordar con facilidad cada segundo al lado de Pip.
Sentía que su mente estaba en algún lugar muy lejano al caos del presente.
Allí, en la inmensidad, se imaginaba un futuro con él, un presente a su lado y una historia que contar.
- ¡Necesitamos reanimarlo!
Eran dos paramédicos que parecían querer devolverle la vida a alguien que no tenía de qué aferrarse.
Phillip Pirrup estaba muriendo.
Damien en ningún momento soltó la fría mano del rubio, rogándole a quién sabe quién por la vida de su amado.
Rogando por que no se lo arrebataran de su lado.- ¡Uno, dos... Tres!
Decía uno de los paramédicos mientras le hacía RCP, deteniéndose solo para luego continuar de manera constante.
Mientras el pelinegro, con los ojos opacos y fijos en la mano de Pip, se dedicaba a transmitirle todo el amor que no pudo darle.
El chico estaba furioso, dolido y roto.
Si, porque sentía que pese a los años que llevaba a su lado, jamás serían suficientes para decirle cuánto lo amaba, cuánto lo apreciaba y lo mucho que su vida había mejorado con su llegada.
Quería gritarle que no se atreviera a dejarlo solo, que si no despertaba juraba que no la iba a contar.
Si, amenazas para que despertara al mejor estilo Damien Thorn.
Pero en cambio, lejos de llorar o de comportarse como el imbécil que era a diario, solo podía seguir recordando cómo el rubio había entrado a su vida para no marcharse jamás.
Y así, poco a poco la ambulancia fue bajando de velocidad deteniéndose en el hospital.
Las puertas del vehículo se abrieron rápidamente y con ella bajaron la camilla que transportaba al chico, seguido de cerca por Damien, el cual comenzaba a ponerse nervioso de pronto.
Las manos le sudaban como nunca, ni siquiera como cuando tomó el valor de sostener la mano de Pip por primera vez.
- ¡Rápido, necesitamos a todos en pabellón!
- No puedes pasar -dijo un enfermero, negándole la entrada a Damien.
- ¡Pero es mi novio!
- Debes dejar al personal trabajar. Estamos intentando salvar su vida.
- ¡Tienen que dejarme entrar, maldita sea!
- ¡Basta, señor! -gritó el hombre- ¡Si en verdad lo quiere va a tener que esperar aquí y dejarnos hacer nuestro puto trabajo!
Eso fue suficiente para cerrar la puerta en la cara del pelinegro, quien al fin, luego de algunos (infinitos) minutos, se permitió llorar.
- Soy un estúpido -comenzó a sollozar, dejándose caer en el piso- ¡Si te vas te juro que no te lo voy a perdonar, Phillip!
Poco le importó la gente en la sala de espera, poco le importó que intentaran sedarlo.
Nada le importaba más que los ojos de Pip viéndole directamente a sus ojos, sonriendo solo para él.
Aquellos hermosos ojos que transmitían paz y eran tan transparentes como el alma de su novio.Y los recuerdos eran tan claros como ellos mismos.
- Phillip...
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El día que lo conocí
RomanceConocerlo había sido un vuelco a mi vida. De pronto todo se matizaba con la presencia de un inglés marica que parecía sacado de un cuento para niños. Y yo, Damien Thorn, no pude hacer nada para que este sentimiento desapareciera.