I

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En el momento en que sus ojos se cruzaron con los míos fue que me di cuenta de todo.

Porque nunca ví unos ojos tan puros como los de él. Ese celeste tan fuerte en sus orbes y sus pupilas dilatadas. Casi como si quisiera decirme todo y a la vez nada.

- Muchas gracias.

Fue lo que dijo en un acento que no pude descifrar.

Entonces me di cuenta que hay cosas que simplemente están predestinadas. Y no, no es que yo fuera un sujeto que cree en cosas astrales o lo que sea. En verdad todo me vale mierda.

Pero ahora fue distinto.

Pensé en el momento en que me desperté, cuando la alarma no sonó porque olvidé programarla en la noche antes de irme a dormir.

Iba a llegar tarde a la universidad y no me importó.

Tomé desayuno, el cual constaba de una cerveza helada y unas papas fritas que dejé anoche. Si, muy nutritivo.
Luego suspiré con desagrado al recordar el trabajo de investigación que no había hecho. Cómo si me importara realmente.

Si fuera por mí estaría trabajando en alguna cosa que me diera suficiente dinero para pagarme el arriendo que hoy pago con la ayuda del marica de mi padre.

Pero el punto no era ese, sino que todo se retrasó de alguna u otra forma en mi día. El autobús no pasó hasta después de media hora de haber llegado a la parada, y cuando saqué la billetera para pagar con aquella ridícula tarjeta, resulta que la había dejado en otro pantalón.

- Me cago en Dios -dije mientras me bajaba y caminaba a la estación de metro.

Al menos allí podría comprar un boleto para pagar el pasaje.

Y entonces lo hice, caminando a un paso normal, porque claramente no iría corriendo. Total, ya había llegado tarde a la primera clase y probablemente no me dejarían entrar hasta la siguiente.

Subí al vagón que correspondía y me dispuse a acomodarme en algún lugar no tan rodeado de gente, pues en general tanto gentío me hacía querer vomitar.

Odio a toda la especie humana. Incluyéndome.

Y ahí fue que lo ví.

Venía corriendo con un maletín que parecía de mi abuelo. Y no solo eso, la ropa que usaba parecía sacada de alguna época lejana. Sobretodo con esa ridícula gorra gatsby color café sobre su melena rubia que se movía de un lado a otro.

"Se inicia el cierre de puertas".

Casi sentí lástima por él. Tanto esfuerzo por nada.

Es decir, el chico corría creyendo que iba a alcanzar a abordar el tren, pero según la distancia y lo poco veloz que era, era obvio que no llegaría.

Así fue como las puertas se estaban cerrando y me encontré sorprendido al darme cuenta que yo mismo estaba poniendo una mano sobre las puertas para evitar que se cerrasen.

¿Yo?

Si, yo estaba haciendo esa mierda.

Cuando el chico entró pude ver sus mejillas coloradas debido al esfuerzo de haber corrido hasta allí, su respiración se escuchaba agitada.

Se quitó la gorra ridícula y la puso sobre su pecho, sobre esa camisa más blanca que la nieve y sobre ese listón de lazo del mismo color que la gorra.

Parecía una jodida muñeca.

Y así, luego de que las puertas se cerraran con él, un tirón del tren lo hizo chocar con mi cuerpo.

El día que lo conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora