XXV

1.6K 167 82
                                    

Había sido una mañana tranquila, de esas en donde con Pip nos quedábamos más tiempo de lo usual en la cama.

Me gustaba pasar tiempo con él así, porque nada nos detenía de seguir amándonos como lo hacíamos siempre, incluso más. Su piel al despertar era hermosa, sus ojos soñolientos y sus pestañas siendo iluminadas con los rayos de sol que se colaban por la ventana.

— Eres demasiado hermoso, ¿te lo he dicho? —comenté acariciando su mejilla.

Nuestras piernas estaban enredadas la una con la otra.

— Uhm, a veces.

— Debería decírtelo más seguido entonces.

— Si tú quieres...

Pip fingiendo modestia era una cosa fenomenal, sobretodo con ese lindo sonrojo en sus mejillas y en las orejas. Era incapaz de mentirme porque se delataba solo.

— Pip —con cuidado de no lastimarlo aunque fuera un segundo, mis labios tocaron los suyos en algo así como un roce para así poder hablar sobre ellos— Eres el hombre más hermoso que pisa la Tierra.

Y así, contra la sonrisa que se había generado en los labios del rubio, comencé a besarlo con calma antes de ver sus ojos por última vez en lo que ambos cerrábamos los propios para concentrarnos en el movimiento de nuestras bocas.

Él se abrazaba a mi cuello mientras yo sujetaba su cintura, cuando de pronto las piernas de Pip se ajustaron a mis caderas y se pegaba a mi ingle.

Aquella era la señal más clara que podía darme el rubio para indicarme que todo estaba bien. Me invitaba a estar más cerca. Y por el gemido placentero que interrumpió nuestro beso cuando acaricié su trasero con una de mis manos, supe que las cosas iban a llegar más lejos otra vez.

Con Pip éramos la clase de pareja que podría tener relaciones siempre que quisiéramos, pues vivíamos juntos sin nadie que nos molestara, pero en cambio solíamos hacerlo cuando estábamos seguros que el otro también quería de la misma forma. No niego que a veces sólo se trataba de sexo desenfrenado, cuando el calor de nuestros cuerpos no daba más.

Pero en general solíamos hacer el amor.

Me gustaba admirar su cuerpo, recorrer cada rincón de su piel clara, sus hendiduras, su pelvis marcada por sus huesos debido a su contextura delgada.

Todo en él me hacía volverme loco.

Y aunque lo deseaba hasta el punto de querer romperlo, lo respeto tanto que no me permito a mí mismo hacerle daño en lo absoluto.

El calor de la habitación se hizo presente, los gemidos y jadeos de ambos eran parte de la atmósfera y de pronto nos encontrábamos desnudos enredando nuestros cuerpos el uno con el otro.

Los besos eran calientes y el interior de Pip se sentía tan estrecho como siempre. Podía escucharlo suspirar y gemir mi nombre varias veces, de la misma forma en que yo decía el suyo.

No pasó mucho hasta que ambos caímos rendidos, compartiendo un violento orgasmo que se llevó los gritos de mi novio y los jadeos graves de mi garganta.

— ¿A-Aún te parezco hermoso? —dijo Pip escondiendo su rostro sonrojado y su melena despeinada en mi cuello.

— Eres la vista que más me gusta —respondí, separándolo con cuidado de mi cuello para verle a los ojos.

Esas preciosas gemas color del cielo me miraban con vergüenza.

— Te amo.

Él sonrió ante mis palabras.

El día que lo conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora