XXII

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No recuerdo bien cómo había llegado hasta este punto, pero hubo una mañana que me di por enterado de que si había algo que deseaba con toda mi alma era permanecer al lado de Pip.

Quizás la idea había partido una de las tantas veces que el rubio se había enfermado, puesto que era propenso a enfermarse con cualquier cosa, nunca nada grave, pero sí lo suficiente para tener que comprar medicamentos y estar al menos un día en cama.

Sus defensas eran una mierda.

Creo que incluso yo ya había adivinado que sería ese tipo de persona. Bastaba con mirarlo un poco para saber que era enfermizo.

Era quisquilloso para comer verduras y frutas, a veces olvidaba almorzar cuando yo estaba en clases, siempre que regresaba a casa y le preguntaba qué había almorzado, él calmado me respondía: "Me tomé tres tazas de té".

Era un imbécil. Y regañarle era parte de nuestra cotidianidad.

- ¿Te sientes bien? –le dije mientras me acercaba a poner mi mano en su frente.

Él me miraba tranquilo, sin darse por entendido.

- Me siento bien, creo que es solo un resfriado.

- Tienes que cuidarte mejor –respondí, corroborando que efectivamente tenía fiebre – Hoy tengo examen, así que no puedo quedarme.

Pip asintió, deseándome el mejor de los éxitos para obtener una buena calificación. Luego se ofreció a hacerme unas galletas para la suerte, a lo cual me negué debido a que tenía que descansar apropiadamente.

- ¿Crees que vuelvas para la cena?

Fue lo que me preguntó antes de que pusiera un pie fuera del departamento.

- Supongo, no tengo nada más que hacer. Además tengo que venir a terminar de cuidarte, idiota.

Pip sonrió con ternura, se acercó a mí y tomó mis mejillas entre sus manos.

- Te estaré esperando –con la misma delicadeza que acompañaba cada uno de sus movimientos me besó directamente en los labios.

Aquello me hizo replantearme si de verdad tenía que ir a dar el examen, porque si me preguntaban prefería quedarme besando a Pip todo el día y encargándome de que su fiebre bajara un poco.

Yo no debía preocuparme de que él fuera a contagiarme o a enfermar, me siento orgulloso de mis anticuerpos y de lo resistente que era ante cualquier atisbo de enfermar.

- Oye Pip –dije antes de salir por la puerta, poniendo una mano detrás de mi cabeza con algo de nerviosismo – Te... te quiero.

A pesar de todo aún me daba vergüenza decirle esas dos palabras. Siempre que intentaba decirlas salían temerosas y algo inseguras. Suponía que a Pip no le importaba, él siempre sonreía y me decía lo mismo de vuelta.

Al menos se lo decía todos los días.

Aunque cada vez se me hacía insuficiente. Decirle "te quiero" no era exactamente lo que quería transmitir.

Mis sentimientos iban más allá de quererlo.

Me propuse a mí mismo conversarlo con el único que era capaz de entender ese tipo de sentimientos, alguien que probablemente se burlaría un par de segundos de mí, pero luego me daría algún consejo marica como los de siempre.

Craig.

Y así, una vez que di el maldito examen, el cual esperaba hubiera resultado bien, me encaminé hacia los pastos de la universidad, ahí donde solían descansar Tweek y Craig.

El día que lo conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora