Capítulo 4

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Capítulo 4

Ethan Crowling fue directamente a su habitación, después de prácticamente huir de la otra habitación en su propia casa, dónde su singular visitante, estaría en ese momento, metiéndose en la cama, con tan solo su camiseta y posiblemente sus pantaletas, ya que no estaba usando el pantalón recortado que le llevó; se veía tan exquisita, tan condenadamente perfecta, que él había tenido que apresurar su salida, antes de empezar a babear delante de ella.

Sacudió la cabeza con algo de temor; tal parecía que el destino se burlaba de él; de otra manera, ¿cómo rayos se explicaba el hecho de que la criatura más atractiva que había conocido de manera accidental hacía mes y medio en Seattle, estuviese ahora en su casa, tan solo a unos cuantos pasos de él?

¡Dios! Desde que la había conocido le había sido difícil sacarla de su cabeza; el enojo de esa primera vez, quedó eclipsado con el baño que le hizo esa misma noche, por segunda vez, arrojándole un trago de manera abiertamente intencional, con total enojo y con justa razón, para castigarlo por la sarta de estupideces que estaba diciendo sobre ella, sin siquiera conocerla; él había quedado fascinado por la exhibición de carácter que ella había hecho.

Lo mejor había sido encontrarla al día siguiente frente a un puesto de venta de bebidas callejeras; en cuanto la vio la recordó como si la hubiese visto a la luz del día, cuando la conoció, y hubiese compartido con ella, por lo menos un par de horas charlando como un par de conocidos, y no en medio de la noche en un bar atestado de gente.

Se le acercó con el fin de presentarse y ofrecerle una disculpa, pero la preciosa chica se había dado la vuelta y le había vuelto a dar un baño con la horrible bebida, escupiéndole y arrojándole el contenido del vaso sobre su ropa.

No pudo evitar la reacción de enojo que debió ser evidente en su mirada, y bueno, había sido solo un poco grosero con ella, la joven había huido seguidamente de él, evidentemente asustada; él sin proponérselo, había terminado pagando por la limonada que ella le había arrojado encima; y entonces se había puesto en camino, en la misma dirección que ella había tomado; no tuvo que conducir mucho, cuando la encontró aparcada a un lado del camino con una llanta ponchada, la excusa perfecta para acercarse a ella, agradeció en silencio por tan maravilloso impase sucedido a la hermosa joven.

Pero él, como buen idiota había echado todo a perder; ¡oh sí! La había ayudado, pero de paso la había acusado de ser una cobarde y de quererlo enredar; luego demostrando lo buen macho que era, le había cambiado la rueda al auto, y después de advertirle de lo que esperaba que hiciera si lo volvía a ver, se había alejado de ella, como... ¡como un cobarde! El cobarde era él.

Luego de eso, se había despedido de su hermana y había puesto tierra de por medio, regresando a sus montañas, a su casa en Idaho, con sus pumas; esforzándose por convencerse de que no había perdido la oportunidad de conocer a una linda joven, con una ligera costumbre de tirarle las bebidas encima a un completo extraño.

Jamás pensó en encontrarla en su visita a su hermana en Seattle, un mes después. Prácticamente se había dejado envolver por una "amiga" de momento, de ir al cine; tuvo que rogar a su hermana que lo acompañara, porque necesitaba una excusa para zafarse de esa chica, que además de no ser su tipo, en ninguno de los sentidos, era asunto de su mejor amigo.

Y él había ido, y allí estaba ella, preciosa como la primera vez, y él casi que había rogado poder tenerla cerca; ella estaba al lado de un hombre, casi tan alto como el mismo, que debía ser su padre; entonces pasó lo inesperado esperado, tal parecía que ya se estaba haciendo una costumbre, ella se había enredado y con asombrosa precisión, le arrojó todo el contenido de su refresco; solo que esta vez él no se enojó igual que antes, estaba más interesado en disfrutar de verla y de ver como se reponía rápidamente de la sorpresa de verlo; ella tampoco lo había olvidado; él la había visto que se esforzaba por mantener los ojos cerrados y él le había susurrado que los abriera, lo cual ella había hecho sin demora; él sintió que todo su cuerpo se estremecía, ante el encuentro de sus miradas; luego ella le había visto, con un ruego implícito, y él simplemente quiso darle gusto.

TORPE, PELIGROSA Y ÚNICADonde viven las historias. Descúbrelo ahora