La verbena

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En la Casa de Toledo se respiraba un aire de tranquilidad. Se acercaba San Juan, y algunos de nosotros queríamos celebrarlo. Yo pensé que lo querían celebrar en la casa. Pero resultaba que no. Tokio, Río, Denver y Nairobi estaban planeando escaparse a la fiesta de San Juan del pueblo. Me propusieron ir con la condición que, obviamente, no diría nada. Yo no estaba muy convencida de ir, ya que el Profesor había confiado en mí y no quería romper nuestra confianza. Y tampoco quería arruinarle el plan al Profesor. Me lo pensé durante unos días y, al final, acepté.

El día 23 por la noche nos reunimos en la habitación de Nairobi. Denver apareció con la chaqueta de Berlín, y empezó a bailar. Fué muy divertido. La verbena también. Me la pasé bailando con Nairobi y Denver, ya que Río y Tokio se pasaron todo el rato besándose.

Todo estuvo normal hasta que Denver y Tokio me propusieron probar el Vodka. Nairobi se opuso un poco, no quería que me pasara nada. Era la primera vez que probaba el Vodka. Lo probé y me gustó. Bebimos demasiado, y al final nos emborrachamos. Yo era la primera vez que iba borracha. Iba muy feliz. Tokio hacía mucha gracia: hacía cosas sin sentido.

Al volver a la casa, intentamos no hacer ruido. Suerte que el Profesor estaba en la planta de arriba, ya que se nos escuchó mucho. Tokio se tropezó con la mesa, se cayó y se empezó a reír. La hicimos callar en seguida. Subí a mi habitación, me despedí de los demás, me duché y me metí en la cama.

Miré la hora: eran las 8 de la mañana. En 1 hora tendríamos que bajar a desayunar. Intenté dormir media hora y lo conseguí. Dormí demasiado. Me desperté a las 10. Había dormido dos horas y me había saltado el desayuno. Me vestí rápidamente y picaron a mi puerta: era el Profesor.

Hola. - Dije.

Roma, ¿por qué no has venido a desayunar? - Me preguntó.

Pues, porqué.... - pensé una excusa rápida - porqué me he quedado dormida. No me ha sonado el despertador.

Me senté en la cama, estaba muy cansada.

Ah, vale. - Me contestó. - Pensé que te había pasado algo.

Me dolía bastante la cabeza, y creo que el Profesor lo notó.

¿Estás bien? - Me preguntó. - Parece que te encuentres mal.

No, no, estoy bien. - Contesté. - No se preocupe.

Decidí cambiar de tema.

Tengo una pregunta. - Empecé a decir. - Cuándo usted me adoptó,

No me trates de usted, - me interrumpió - trátame de tú.

Emm, vale. - Contesté. - ¿Cuándo tú me adoptaste, no viste mi nombre? Porqué lo debería poner en la ficha de adopción, ¿no?

No, no ponía tu nombre. - Dijo, y se sentó a mi lado.

¿Ponía un número? - Le pregunté.

Podía ser que en el papel pusiera "sujeto 474". En el orfanato nos llamábamos así. Cada una tenía un número, el número de su habitación.

Sí, el 474 si no me equivoco. - Me dijo.

No, no te equivocas. - Contesté.

Pensar en el orfanato me hizo recordarme de mi antigua vida, cuando vivía con mis padres. De repente, empecé a llorar.

El Profesor no dijo nada, supongo que lo entendía. Se acercó más a mí y me abrazó. Ese abrazo me reconfortó, lo abracé yo también. Pensé que me había ayudado mucho, que me había incluso adoptado. También pensé que, a cambio por lo que él había hecho por mí, yo no dejaría que le pasara nada. Nada.

Roma ~ La Casa de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora