Moscú

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El décimo día fué una tortura. Denver y yo lo pasamos picando y picando. Al parecer, el Profesor picaba des del otro lado junto con amigos que lo ayudaban: ya se había enterado de lo de Moscú. Ese día fué una tortura pero no por la mano (que seguía sin poder moverla), sinó porque teníamos que picar lo más rápido posible para sacar a Moscú de allí con vida.

A Río ya lo habían pasado otra vez a atracador, y también nos ayudaba a picar. Nairobi (por presión) le había pasado el mando a Berlín. Cada 3 horas (más o menos) yo iba a vigilar a Moscú y a hacerle compañía. Los rehenes eran vigilados por Helsinki.

Ese día fué estresante pero fue bonito, ya que todos los de la banda (menos Helsinki que tenía qie vigilar) estábamos picando con todas nuestras fuerzas.

Bueno, no todos picábamos: Denver, Río y Berlín (sí, Berlín) eran los encargados de picar. Nairobi, Estocolmo (osea Mónica) y yo nos encargábamos de pasar las piedras, que generaban nuestros compañeros, a un sitio que no molestaran. Y Tokio iba haciendo de todo.

Sólo paraba de trabajar cuando iba a hacerle compañía a Moscú, para ir al baño, una vez para ducharme y una vez para comer.

Pero a mi, al igual que a mis compañeros, no nos importaba el cansancio. Ni el dolor. Ni el hambre ni el sueño. Estábamos todos unidos y determinados a sacar a Moscú vivo.

La mañana pasó lenta. Y la tarde aún más. Pero por la tarde, en una de mis visitas a Moscú, me sentí feliz.

Yo estaba con Moscú, ya había transportado bastantes piedras. Yo estaba con él por si necesitaba algo.

Roma... - Me empezó a decir. - No sé si saldré de esta, pero tienes que saber que me has caído muy bien, y que te quiero mucho.

Yo también te quiero. - Contesté. - Eres honesto, simpático, generoso...

Siempre me llevarás adentro tuyo. - Me dijo. - Ya sabes. Te doné mi sangre. Mi sangre corre por tus venas, nunca mejor dicho.

Se rió. Me reí con él. Pero verlo así era muy triste, así que sin poder evitarlo una lágrima me salió por los ojos.

No llores, Roma. - Dijo.

¿Sabes? - Contesté. - Ya que tu sangre corre por mis venas, no quiero que me llames Roma. Quiero que sepas mi nombre.

¿Tu nombre real? - Me preguntó.

Asentí y me acerqué a su oreja. Le susurré mi nombre.

Encantada. - Dije, al acabar.

Yo soy Agustín Ramos. - Me contestó.

Encantada, pues, Agustín. - Dije. - ¿Te acuerdas cuando te dije que no tenía nada que perder?

Asintió.

Pues sí que tengo. - Seguí. - Aquí he hecho amigos, familia y he conocido a gente como tú que me ha hecho ver el mundo de otra manera. Gracias Agustín.

¿Família? - Me preguntó.

Sí, bueno. - Contesté. - El Profesor me adoptó. Mis padres murieron y él es un padre para mí. Pero aún así, os considero una familia para mí.

Asintió y ví que se le caía una lágrima.

Lentamente, empezó a cerrar los ojos.

Me alarmé.

¡Moscú! - Dije. - No cierres los ojos.

Los volvió a abrir.

En ese momento me dí cuenta que él no saldría vivo de allí.

Voy a buscar a Denver. - Le dije. - No te muevas de aquí, Agustín.

¡Irene! - Dijo, mientras yo me alejaba. Me giré. - Gracias por todo.

Gracias a tí, Agustín. - Contesté, y le sonreí.

Él me devolvió la sonrisa.

Bajé corriendo a buscar a Denver. Yo no llevaba la máscara puesta, pero evité los rehenes, así que mi identidad seguía protegida.

Llegué abajo y me lo encontré picando sin camiseta.

Eo, Denver. - Dije. - Sube. Y los demás también.

Todos me hicieron caso, menos Denver.

No, no voy a subir. Estamos a punto de llegar. - Me contestó.

Me acerqué a él y lo ví todo sudado.

Denver, sube. - Le dije.

Ví que tenía una mirada de esperanza. era la mirada de un niño a quien le iban a regalar un nuevo juguete.

Por favor. - Dije.

No me hizo caso, así que lo cogí del brazo derecho y le quité suavemente el pico.

Por favor. - Repetí.

No quiero ir solo. - Me contestó.

Voy contigo. - Dije.

Me cogió de la mano (derecha) y corrimos hacia arriba.

Llegamos y vimos a Moscú con Helsinki y los demás.

Hijo. - Dijo Moscú.

Rodeamos a Moscú, aún con la mano cogida.

Papa. - Contestó Denver.

Me soltó de la mano y abrazó a Moscú.

Hijo, te quiero. - Le dijo Moscú a Denver.

Yo también te quiero papa. - Contestó él. - Siempre serás mi padre.

A Moscú se le cayó una lágrima de felicidad.

Se dirigió a todos.

Soy Agustín Ramos, ha sido un placer. - Nos dijo.

Miró a su hijo, y cerró los ojos. Desgraciadamente, para siempre.

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Hola wenas. Que tal. Esta vez os escribo porque os quiero decir que este capítulo es corto. Es corto pero es importante. La muerte de Moscú es lo suficientemente importante para merecer un capítulo especial. Espero que estéis disfrutando la historia, un bechito :3.

Chau.

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Roma ~ La Casa de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora