Dentro de la Fábrica

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El onceavo día pasó muy lentamente. Denver estaba encerrado todo el día en un despacho y no comía nada. Yo hacía turnos dobles para cubrirlo. Teníamos falta de miembros.

Moscú y Oslo no estaban, y por tanto alguien tenía que ocupar sus lugares. A Oslo lo cubría Helsinki, y a Moscú yo. Pero Denver tampoco estaba trabajando (era comprensible) así que Nairobi y Berlín ocupaban su puesto.

Río picaba sin parar. Todo el día. Yo, al acabar mis turnos, me iba con él a picar. Yo no era de gran ayuda ya que, pese a los esfuerzos de Mónica, no lograba mover ni un dedo.

Aún así el túnel avanzaba.

Yo también iba a ver Denver. Intentaba que comiera algo, que hiciera algo. Pero no quiso salir. Solo salió una vez. Esa vez fué cuando fuimos a ver los ataúdes de Oslo y Moscú. Allí estábamos todos. Y Denver quiso decir unas palabras.

Vamos a rezar el padre nuestro. - Dijo.

Teníamos el ataúd de Oslo a nuestra derecha (con su nombre escrito), y el de Moscú a nuestra izquierda (con su nombre también escrito).

Padre nuestro, que estás en los cielos. - Empezó a decir Denver. - Santificado sea tu nombre. Eeem, venga a nosotros tu reino. Danos hoy el pan....

Hágase tu voluntad aquí en la tierra, así como se hace en el cielo. - Lo interrumpió Río.

¿Qué? - Le preguntó Denver.

Te has saltado esa frase. - Contestó Río. - Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad aquí en la tierra, así como se hace en el cielo.

¿Qué más da, tío? - Le preguntó Denver.

Hombre, que si vamos a hacerlo, hagámoslo bien. - Dijo Río.

Vale. - Contestó Denver. - Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad aquí en la tierra, así como se hace en el cielo. Danos hoy el pan de cada día, y perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

En ese momento Tokio y Nairobi se abrazaron. Yo me quedé sin decir nada.

Y no nos dejes caer en tentación, líbranos de cualquier mal. - Siguió Denver.

Amén. - Dijeron Denver, Río, Estocolmo, Helsinki y Berlín a la vez.

Al acabar Denver se giró a mí y empezó a llorar. A mí también se me cayó una lágrima.

Denver se me acercó y me abrazó. Nos quedamos un rato abrazados y él llorando. Hasta que decidimos volver al trabajo.

A partir de ese momento, Denver empezó a trabajar. No tenía fuerzas para picar, así que ocupó mi lugar. Yo ya no tenía que vigilar y picar, solo picar.

Nuestros esfuerzos dieron resultado ya que, hacia las siete de la tarde, escuché algo.

¿Escuchas eso? - Le pregunté a Río, quien estaba picando conmigo.

Dejamos de picar.

¿El qué? - Me preguntó.

Nos quedamos en silencio. Pude escuchar a dos personas picando desde el otro lado.

¿No lo escuchas? - Le pregunté. - Es el Profesor.

En ese momento un sentimiento de alegría y alivio recorrió mi cuerpo.

Río negó con la cabeza.

Pégate a la pared. - Le dije.

Me hizo caso y nos quedamos un rato en silencio.

¡Es verdad! - Dijo.

Se rió.

Ya era hora. - Volvió a decir.

Roma ~ La Casa de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora