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Julieta Cazzuchelli [30/09/2020/]

Exhalé el humo de mi cigarrillo después de tirar mi cabeza hacía atrás. El viento golpeaba en mi cara, desvié mi mirada y me di cuenta lo perdida que estaba. ¿En qué momento, todo se había ido a la mierda? ¿En qué momento me había quedado sin absolutamente nada? Vacía y completamente sola, en este puto mundo que lo único que hace es demostrarme lo cruel que puede ser.

Una lágrima rodó por mi mejilla, la saque rápidamente antes de que alguien pueda verme. Nunca, hay que dejar que descubran que podes ser débil, eso me lo había enseñado él, como tantas otras cosas. Pero ahora nos encontramos en el final y para entender esta historia, es necesario empezar desde el principio, de cero.

Tenía que volver al 19 de marzo del 2013 — como había hecho tantas otras veces — siempre intenté arrancarme los recuerdos de la mente, pero son los que me mantienen con vida, además no se puede borrar lo que esta tatuado en la piel.

Por dios, necesito llevar mi corazón a casa.

19/03/2013 [8 años atrás]

— ¡¿te podes levantar, de una puta vez?! 

Los gritos de mi hermano se hicieron presente en mi habitación, yo apreté mis ojos. Eramos él y yo, siempre habíamos sido él y yo. Daniel con 18 y yo con 14, él se hacía cargo de mí. Desde que nuestra mamá decidía perderse en el alcohol y papá se vaya después de que yo naciera. Ahora, parecía que estábamos completamente solos. Norma — madre —, se la pasaba bebiendo encerrada en su pieza o dormida en la mesa de la cocina. Era una vergüenza. No podía invitar gente a mi casa — aunque tampoco es que tenga muchos amigos — porque ella estaba dormida y borracha en cualquier parte de esta. Al parecer, no había soportado que su marido la haya abandonado por una chica quince años menor que ella. Por una pendeja, como nos llama a mí y a mi hermanos, pendejos y es lo que somos. Mi hermano con tan solo cuatro años, tuvo que aprender a darme de comer y cambiarme los pañales. 

— ¿y vos te podes callar? — le respondí, de mala gana, como siempre, nos llevábamos como perro y gato pero en el fondo, nos amábamos, supongo que toda relación de hermanos era así, o tal vez no — ¿qué horas es? 

— ¡son las siete y veinte, vas a llegar tarde en tu primer día, Julieta! — volvió a gritar y abrí mis ojos rápidamente, me levanté de la cama y corrí al baño. — por favor, hermana, necesito que en esta escuela te vaya bien, si te vuelven a echar...

— no me van a tomar en ningún otro colegio, ya lo sé. — lo interrumpí, cuando terminé de alistarme — prometo intentar que no me echen. 

Catorce años y ya había sido echada de tres colegios por mala conducta. Las primeras veces fueron por agarrarme a las piñas con mis compañeras. Siempre se creyeron más que yo, lo cual era un poco inentendible ya que todas íbamos a la misma escuela pública, pero yo era la pobre que venía de una villa y ellas de una familia normal, de clase media. Y la última vez, fue por partirle la cara a un compañero contra el pupitre por haber intentado meter su mano debajo de mi pollera. Pero como siempre, en este mundo injusto, defendían y protegían a los varones, a los de clase más alta que uno, en cambio, las chicas pobres e indigentes como yo, que nos las arreglemos como podamos. Y lo hacía.

— suerte, no te mandes cagadas, por favor.

Me deseó mi hermano en la puerta del nuevo colegio y lo saludé con una sonrisa fingida en el rostro. Voltee y decidí entrar a la escuela. Busqué la fila del segundo año y al encontrarla y formarme atrás de todo, las miradas se posaron en mí. Escuché murmullos "¿Esa es la chica que expulsaron del otro colegio?" Coloqué mis ojos en blanco, Daniel no quería que tenga problemas, pero, ¿Cómo iba a hacer para no tenerlos? Si apenas llegaban, las imbéciles empezaban a murmurar sobre mí. Los chicos no dejaban de mirarme, supongo que era porque mi falda era demasiado corta y eso se debía a que me quedaba chica y no había podido comprarme otra.

— toma, tápate. 

Fruncí el ceño al oír una voz detrás de mí. Me di la media vuelta y me encontré con un chico un poco más alto que yo, con piercings en los labios y una media sonrisa en el rostro. Fije mi vista en sus manos, las cuales me estaban extendiendo su campera. Podría haberme puesto una, pero la única que había en mi casa, la usaba mi hermano, para trabajar. Él es el que más tenía que protegerse del frío. Del peligro. Yo sin embargo, aguantaba. Al fin y al cabo, gracias a Daniel, seguía viva.

— ¿yo, te pedí tu campera? — pregunté, incrédula. 

— no, pero no creo que quiera' que todo' te fichen ese tremendo orto en tu primer día, mami.

— gracias...— dije, después de acceder a atarme su campera en la parte trasera de mi cuerpo — ¿cómo te llamas? 

— Tomás.

[30/09/2020/]

Y hasta el día de hoy, me es imposible olvidarme de ese nombre.



Nadir | cro y cazzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora