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II

Los siete magníficos

Ha pasado una semana desde que la puerta del infierno se abrió y dejó fuera a miles de demonios y, además, fue la última vez en que toqué el tema de mi nuevo cuerpo de carne y todo lo que ello conllevaba

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Ha pasado una semana desde que la puerta del infierno se abrió y dejó fuera a miles de demonios y, además, fue la última vez en que toqué el tema de mi nuevo cuerpo de carne y todo lo que ello conllevaba. Comenzaba a acostumbrarme a piel blanca y pecosa, a mi cuerpo esbelto y todas las miradas que recibía por este, en especial porque mis pechos eran grandes y bien formados; me gustan las ondas que se hacen en mi cabello sin la necesidad de moldearlo, al igual que el color rojizo; me encantan mis pómulos marcados y mis labios voluminosos. Había aprendido a verme al espejo y reconocerme como yo misma al mirar el reflejo en que me había convertido; ya me he aceptado. Pero no puedo decir lo mismo de los chicos. Me he dado cuenta de que aún se equivocan al llamarme o que parecen desorientados al verme por las mañanas y, aún somnolientos, parecen a punto de preguntar quién soy y qué hago en la misma habitación de motel. Sam es el que lo ha sobrellevado mejor o al menos oculta bien lo que le produce verme con este aspecto, así que me siento más cómoda alrededor de él que con Dean, el cual, frunce los labios cada vez que me dirige la palabras o cuando sale de la ducha y se encuentra conmigo, a medio camino, y con sólo una toalla alrededor de la cintura. Aquella vez, intenté no comérmelo con los ojos, en especial, cuando lo escuché maldecir, mandarme una mirada furiosa y regresar al baño a encerrarse y esperar a que Sam volviera para que le pasara ropa.

Sé que puedo con esto y más, pero se vuelve cansado soportar esas cosas, si vienen de Dean; especialmente de él.

Por otro lado, había tenido conversaciones telefónicas con Ellen y Bobby, explicándoles lo sucedido luego de mi muerte y mi regreso a la vida. Lo tomaron bien, a pesar de las obvias y extrañas circunstancias, pero ambos coincidieron en que nada de esto era mi culpa y reiteraron su aceptación a mi nueva identidad, en especial Ellen que volvió a ofrecerme su cariño de madre. Bobby, además, se ofreció a quedarse conmigo, aunque más bien sonó a una invitación para que me quede con él en su casa y, en ocasiones, salir juntos de cacería. Sonaba muy bien aquella propuesta pero me negué a aceptarla porque me prometí superar a Dean y eso quería hacerlo a su lado para darme cuenta cuando ya no lo necesitara ni me lastimara, más el saber que no será mío nunca más; lejos sería fácil porque no estaría él, la tentación misma, y sé que sería difícil un reencuentro a sabiendas que las heridas no sanaron. En fin, Bobby lo aceptó pero dejó abierta la oferta por si cambiaba de opinión. Era mucho más de lo que podría pedir de un padre, adoptivo, pero que me cuida como si fuera su hija de sangre.

Sam, Dean y yo seguimos con las cacerías, intentando volver a la normalidad aunque los tres sabíamos que aquello era poco probable. Sam y yo compartimos el vínculo de la "resurrección" y tratamos ayudarnos cuando nos atacaba el gusanito de "por qué tuve que revivir", incluyendo la culpa por los hechos que pasaron para que eso sucediera; Sam pasaba mucho por ese pensamiento. Se culpa la mayor parte del tiempo por el trato que hizo Dean y su inminente ida al infierno. El mayor de los Winchester ya había aprendido a evitar aquella situación así que me tocaba a mí convencer a Sam que esa no era su culpa, que había sido una decisión de Dean y que el ir al infierno era afrontar las consecuencias de sus actos; además, intentaba que viera lo bueno de lo malo: sin ese trato, él no estaría con nosotros, conmigo, cuando más lo necesitaba. Y así era todos los días.

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