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Infierno a rienda suelta
(Parte 2)

Infierno a rienda suelta(Parte 2)

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Narrador omnisciente

Huele a humedad. Es lo primero que percibe Amber cuando su pecho le pide a gritos que respire, que busque el oxígeno necesario para no ahogarse.

Y siente miedo. No, es más que eso. Siente fobia. ¿Pero por qué?

Su cerebro le señala que abra los ojos y lo obedece a pesar del terror que la envuelve, encontrándose con una inmensa oscuridad.

¿Dónde estaba?

Dean.

Su mente recordó su nombre y danzó por ella con insistencia. Solo aquel nombre podría aparecer en primer lugar dentro de su cabeza y causar tales estragos en ella. Tenía que llamarlo.

Pero su voz no salió. Fue como un graznido el que profirió su garganta. ¿Cuánto tiempo ha estado en silencio? Carraspeó, intentando limpiar su traquea, una y otra vez, pero después de varios intentos, la voz no surgió. Eso la hizo desesperarse aún más.

Calma, calma. Busca otra opción.

Ponerse de pie. Eso fue lo mejor que pudo pensar. Está muy oscuro, sí, pero podría encontrar la salida, tanteando con sus brazos y, quizás, en algún momento, sus ojos se acostumbrarían a la penumbra y vería las siluetas.

Quiso mover su cuerpo, como cuando te levantas de una cama pero su costado chocó con algo, como una barrera. Tal vez sólo tenía que enderezarse. Impulsó su cuerpo hacia arriba pero nuevamente no pudo ponerse en pie; su cabeza chocó con algo y ese algo desprendió un hilo de tierra que se deslizó por su frente.

¿Tierra?

¡Por su abuelo! ¡Estaba enterrada!

Tenía que actuar de inmediato o sino no saldría de ahí jamás, ya fuera porque la fobia hiciera sus estragos o el oxígeno se agotara a tal punto de ya no poder respirar.

Levantó sus brazos y, con toda la fuerza que pudo, golpeó sobre de ella, una y otra vez. Los puños se encontraron con madera, sí, y por suerte una madera frágil gracias a la humedad. Siguió golpeando sin importarle que un líquido caliente escurriera por sus brazos; estaba sangrando. Acompañó los golpes con patadas incesantes, desesperadas, pensando que eso podría alertar a alguien que le ayudara a salir de ese agujero de ratón; y la madera cedió. Comenzó a entrar más tierra, como una cascada, así que Amber despejó aún más el camino, metiendo sus manos por aquel hoyo y usándolas como palas, hasta que pudo impulsarse lo suficiente como para colarse y cavar como si fuera un topo que se abre camino hasta la superficie, una que la recibió con más oscuridad: era de noche.

Las estrellas eran lo único que iluminaban aquel lugar. Amber se preguntó que día era, esperando que no haya pasado demasiado tiempo desde que murió en los brazos de Dean. ¡Qué raro era eso! ¡Y qué frío le daba pensar en aquel recuerdo!

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