CAPÍTULO 4. EL RASTRO DEL MAESTRO MARCIO.

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   Sin tener noticia del peligro que se cernía sobre sus hijos, Ignacio Aldama se dirigió a Orizaba para a la mañana siguiente continuar su viaje a Zongolica.

La única pista de Ica que tenía apuntaba a la amiga del profesor Marcio mencionada por don Juan.

Sabía que la maestra Rosa María había trabajado en ese poblado cuarenta y ocho años atrás, y tenía la esperanza de que en la escuela del lugar alguien le pudiera dar informes sobre su actual paradero.

El trayecto de Orizaba a Zongolica le fue asombrando ininterrumpidamente, la vegetación era abundante y cuando pasó el primer banco de neblina y vio hacia atrás sintió el vértigo de estar manejando por encima de las nubes.

Descubrió la ciudad en la hondonada que la aloja y quedó inmediatamente prendado de la majestuosa visión que llenó sus ojos.

Localizó con facilidad la escuela y fue recibido de inmediato por su director.

- Maestro, estoy buscando a una maestra que trabajó aquí hace como cuarenta años, no tengo más datos de ella y tengo la esperanza de que aquí tengan algún registro que me ayude a identificar el lugar en donde pudiera estar ahora.

- Cuál es el nombre de la maestra.

- Rosa María Rojas.

- Pues fíjese nada más, ella fue mi maestra y de mi papá.

Cuando se jubiló le hicimos una gran fiesta de despedida y se fue a Xalapa para estar con sus hijos que estaban estudiando ahí.

- Y tiene usted idea de si vive aún.

- Sí, aún vive y además está aquí en Zongolica desde hace unos cuatro años, porque cuando se casó el menor de sus hijos ella se regresó, porque dijo que no podía estar mejor en otro lugar.

Aldama sintió que se le abría el cielo y lo manifestó con su entusiasmo.

- ¡Esto es fantástico! ¿Puede decirme donde vive?

- Sí claro, mire, saliendo de la escuela, camine hacia la derecha dos cuadras y...

El comedido maestro se explayó en señas y señalamientos indicando la ubicación de la casa de la maestra Rosa María.

La caminata fue agradable y breve.

A cada paso confirmaba que había sido eficientemente orientado, ya que con precisión descubría casas, árboles, colores y texturas, tal como le habían sido referidos.

Aún así, su emoción lo llevó a sentir la necesidad de preguntar a una señora que lo escudriño con la mirada cuando se cruzó en su camino.

Descubrió que estaba a seis casas de su destino.

Finalmente, tras diez minutos de caminata llamó a la azul puerta de madera tras la que aspiraba encontrar la punta del hilo para sus pesquisas.

Acudió para abrir una jovencita de aproximadamente trece años que ayudaba a la maestra en las labores cotidianas y hacía las compras de los alimentos.

- Buenos días, mande usted.

- ¿Está la maestra Rosa María?

- Sí, ahorita la llamo...

Sin decir más, dejando la puerta abierta de par en par, la vivaracha chiquilla se perdió tras la cortina que separaba la sala del resto de la casa.

- ¿Lo dejaste en la banqueta?, ¡hay chamaca! ve y pásalo a que se siente yo voy en un momento -Se escuchó decir a la maestra desde el fondo de la casa-

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